miércoles, 8 de abril de 2009
APU YAYA JESUCRISTO
El sermón del cura Miguel Valenzuela ha llegado fuerte esta mañana. No ha predicado: ha resondrado con la energía de un padre.
La feligresía lo ha escuchado compungida y algunos rostros curtidos por los rigores del clima como que necesitaban expresar su arrepentimiento en algunas lágrimas.
El cielo azul pinta aún más su extraordinaria nitidez para acompañar la procesión que recorre la plaza de Armas, mientras las campanas publican su fe con agitado entusiasmo. Es la Fiesta del Espíritu Santo, Amunchik, Fiesta Mayor en el calendario religioso que, a decir verdad, en Andamarca, recién va tomando forma.
Se sabe que los españoles han llegado poco por aquí. Cada vez que acudían los comisionados para bautizar “infieles” y exigir tributos, se encontraban con un poblado vacío, casi fantasma, porque rápidamente los naturales huían hacia las partes altas. Desde siempre, los antamarkas eran muy definidos en sus criterios. Dueños de una concepción y una tradición enraizada en su propio mundo, no le hicieron mucho caso a las prédicas del invasor y siempre esperaron la restauración del orden mancillado. Por eso, anunciaron sin temores la vuelta del Inca Rey y la necesidad de estar preparados para el retorno triunfal de los dioses ahora humillados.
No eran significativos los logros alcanzados por los Corregidores en su afán de doblegar la resistencia natural. El Obispado de Huamanga, ha establecido como cabecera eclesial, un Vicariato en Aucará. En definitiva: no les importó mucho llegar a Andamarca, pese a conocer de su enorme potencial, visible en su exquisito valle y en la inconmensurable profusión de andenes dedicados al cultivo del maíz. Sabían del extraordinario rol jugado por la ciudadela de Caniche en el desigual enfrentamiento entre Huáscar y Atawallpa. En Qellqata acantonaron siempre importantes fuerzas leales al Inca. Algún tiempo después, con enorme dificultad, los predicadores cristianos habían logrado enfrentarse, a medias, con las prácticas del Taki Unquy o Unquy Taki.
Recién, desde la llegada del novecientos, con la oleada de viajeros y comerciantes de otras zonas, se había afianzado con mayor nitidez la religión católica en Andamarca. Luego de muchos esfuerzos, por fin se había logrado edificar una Iglesia, que se incendió al poco tiempo por razones desconocidas. Referían los mayores que desde el templo en llamas salieron volando palomas que fueron a posarse en distintos lugares. Al seguir el vuelo de una de ellas, encontraron la efigie de la Virgen María en el sector de Huaqesa, por la subida a Chimpaqocha. Otras, se perdieron en el sector de Milagro Qocha, en Aqo.
Para la reconstrucción del templo, el Párroco de Cabana ha diseñado los planos y ha traído al maestro Eduardo Ibarra que se ha encargado del altar mayor, de los retablos y de los altares laterales. Caravanas de llamas han cargado piedras blancuzcas desde el pie del Wachwaycerca, de Aucará. Luego que se molieron y quemaron con leños y bosta, se convirtieron en insuperable yeso. Y, lógicamente, para el tarrajeo de las caras interiores y exteriores de las paredes, se ha acarreado arena blanca fina desde Pakupata. Se ha cortado mucho sanki para utilizar su adherente resina. En el frontis que da hacia la Plaza se lee muy claramente: “20 octubre 1943. Maestro: Zenén Flores, Valentín Quillas. Cabecilla: Clemente Inca, Jacinto Flores, Jorge Cupe, Santos Flores, Saturno Mendoza, Fidel Medina, Santiago Flores, Domingo Díaz”.
Ni hablar. La torre de puro cheqo o piedra sillar, se había concluído en 1931 y estaba llamada a la eternidad, por eso el incendio no la afectó.
Así las cosas, la llamada de atención del cura Valenzuela, venido para la Fiesta Mayor desde su sede parroquial en Cabana, tiene especial significado. Con desazón, se va convenciendo que sus prédicas ya no conmueven y cada vez menos gente está atendiendo a los asuntos de la religión.
Después de la procesión, espero al Ecónomo, Mayordomos, Prebistes y todos sus miembros en la Casa Cural, porque esto no puede seguir así. Ustedes saben cuánto he hecho para que el señor Obispo nos envíe un melodio aquí, para que podamos acompañar nuestros cantos en los oficios religiosos. Y ¿puedo confiar siquiera que podamos traer el aparato desde donde lo deje el barco?..
Ya en la sede parroquial, con rostro compungido, están atendiendo en silencio a las indicaciones del sacerdote: don Pascual Damián, el Ecónomo; don Manuel Tito, el sacristán; Timo Flores, su ayudante, muy joven; el aprendiz de cantor, don Nicanor Inca y un buen grupo de mayordomos y prebistes. Desde la primera llegada de los Padres Redentoristas en la gran Misión de 1900 se había dado forma a la organización eclesial en el pueblo. La Jerarquía local, después del sacerdote, la encabezaba el Ecónomo.
Él organizaba y presidía en el Templo, las “Lotrinas” de los días miércoles, a las 4 de la madrugada. Conocedores de la ausencia de un sacerdote, los misioneros enseñaron a los fieles a reunirse, a la hora del Wallpa Waqay, para rezar, cantar y renovar la Fe. Concluían el acto venerando a la Cruz en una procesión que recorría la plaza, con repique de campanas.
El señor Ecónomo guardaba, además, la llave de la Iglesia y la del Cementerio, tenía la obligación de conservar los bienes del culto: los ornamentos sagrados en la Sacristía, así como los cálices, copones, los libros de Misa, los incensarios, las cruces, los palios, etc, que no abundaban, por cierto. Por otra parte, los Santos poseían algunas propiedades. Por ejemplo, la Santísima Trinidad era dueña de vacas en el sector de Toryana. También en la cabecera de Qellqata había una pequeña crianza. En el mismo pueblo, Yayanchik Qata y Qantoqcha, destinados al cultivo del maíz, pertenecían a la Iglesia y eran atendidos precisamente por el personal ya señalado. En el mes de setiembre, el primer “Pitukuy” para iniciar el sembrío del maíz en todo el pueblo, habría de cumplirse en Yayanchik Qata, por ser chacra de los Santos. Un grupo de ayudantes, llamados “los prebistes” secundaba al Ecónomo en el cumplimiento de su función. Ellos se encargaban, además, de cavar las tumbas para los entierros y eran los coordinadores en los cultos. Hacían repicar las campanas en las procesiones o cuando llegaba el sacerdote al pueblo, a la hora que fuere, de día o de noche. Entre el personal de servicio eclesiástico, también figuran las “Muñidoras o Muñecas”, mujeres, generalmente jóvenes, que cuidan y renuevan las flores en los altares y tienen limpios los manteles y los ornamentos sagrados para el culto.
Todos los santos tenían un Mayordomo, encargado de realizarle su Fiesta. El Cantor y el sacristán dependían directamente del Yaya, a cuyo servicio se destinaba, asimismo, otro grupo de asistentes. Los varones atendían a los animales y las chacras, mientras las mujeres vivían en la casa cural, atendiendo la cocina y el lavado de ropas.
En la reunión convocada, entre tantas recomendaciones, el padre Valenzuela les instó a nombrar a los responsables que, rápido, tendrían que ir a Puerto Lomas, en las costas de Nasca, a cargar el melodio que habían obsequiado desde Alemania, por pedido del señor Obispo. Muy seguro de que las cosas se cumplirían estrictamente, les indicó con quién contactarse y les alcanzó un documento firmado y sellado, en el cual se confería el Poder suficiente para el traslado del instrumento.
Recalcó que si no se actuaba con la suficiente premura, se corría el riesgo de que otros pueblos pudieran llevarse el aparato y, en ese caso, nunca más se recuperaría tan valioso donativo. Y que de ocurrir ello, la culpa sería sólo de los andamarquinos, por remolones y por no dar la debida importancia a las cosas de la religión y del culto.
Minchacunacama...
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