lunes, 3 de marzo de 2014

MAYRAQCHA WAQANAYKIQA

Hace ya un buen ratazo que se están agolpando en mi cabeza las escenas de aquellos años infantiles en Andamarca. Como vengo jugando con los recuerdos, al principio hasta he sonreído, pero ahorita me está ganando una gran preocupación. Como que recuerdo más. Será porque el estómago me está gritando encolerizado. Imanaycusaqraq. Esta sensación sólo la había vivido pocas veces en Andamarca, cuando íbamos “por daño” con alguno de mis hermanos.

Como a eso de las tres de la mañana don Herminio daba la señal. “Yaááááá”, decía y no había más. Procurando no hacer bulla, nos abrigábamos lo mejor que podíamos, buscábamos la huaraquita compañera y ¡a caminar!. Solíamos iniciar el peregrinaje por Ninakiro, Alfapampa, seguir por Cuyo hasta Chulluca antes del retorno a casa para ir a la Escuela. Unas veces eran los alfalfarcitos florecientes, otras, los cultivos de maíz o papa que debíamos vigilar con celo. Mis paisanos eran ultramoscas, hasta se pasaban la voz: “ellos no saben andar de noche” y tranquilamente los conchefrescas metían sus animales en nuestros cercos, los pasteaban unas horas y luego hasta dejaban bien pircaditos los portillos. Otros, solamente soltaban a sus animales y éstos, como enseñados, se metían igual a banquetearse con lo nuestro.

A esta invasión no autorizada le llamábamos “daño”. Si encontrábamos animales ajenos en nuestras propiedades, los arreábamos al pueblo y los encerrábamos en el “coso municipal”, la temida prisión para los intrusos. El “coso”, pues, era un corral grande, de altas paredes, total y absolutamente árido, sin una sola gramilla de pasto silvestre siquiera y ningún vestigio de agua. Los animales que caían al coso, se arrepentían para toda su vida porque pasaban todas las hambres. Si tenían la mala suerte de no ser reclamados por sus dueños, les había caído la maldición entera porque debían pasar tres días en ayuno total, antes de pasar al “depósito” donde sí comían algo y luego al remate público. Para rescatarlos, el propietario debía negociar un arreglo con el perjudicado. Generalmente, era un pago en dinero o compensaciones justipreciadas. Cuando estos arreglos se concretaban, mi papá nos estimulaba con alguna propina cuyo monto dependía de su estado de humor. Pero, perdíamos en la mayoría de oportunidades porque hacía sus arreglos, por ejemplo, con canjes de jornales de trabajo o compensaciones en la misma especie. No había efectivo, no había pago, mi amigo.

Hacer llegar a los animales intrusos al “coso”, era un verdadero triunfo. Algunos habían aprendido las artes de sus dueños, no se dejaban conducir, se escapaban a la menor oportunidad. Si vencíamos, saboreábamos nuestro triunfo, recibíamos la aprobación general en casa, andábamos como pavoneándonos todavía. Pero, las otras veces, después de dos horas de caminata y de estar correteando detrás de los animales dañadores, ya el sol estaba bien alto, el cuerpo había cambiado la tembladera del frío de la madrugada por esta otra nacida en el hambre que perforaba las tripas. Al principio, un poquito nomás, después ya incontenible, algo como para llorar. Aunque sea alfalfa querías comer. Si encontrábamos siquiera canchita qotqo en alguno de nuestros bolsillos, salvábamos nuestra existencia hasta llegar a la casa. Sudorosos, avergonzados, entrábamos por el zaguán, asaltábamos la cocina con la complicidad de la buena Tomasa y nos esfumábamos calladitos a la Escuela, para evadir las severas reconvenciones por nuestra manifiesta inutilidad.

Igualito que esas veces, ahorita estoy sintiendo que las tripas ya se han pedaceado, algo que no sufría hace tanto tiempo. Voy a estar en serios problemas si no encuentro nada. Pero no sé qué encontraré en esta soledad de la puna más alta de toda la región, lo único que me queda es seguir caminando.
Y hace ya más de tres horas que lo vengo haciendo en esta peregrinación que nunca soñé ni en mis peores fantasías y que, como van las cosas, no sé si tendrá final. Cada minuto que pasa, el asunto se pone más feo, porque las distancias crecen, sólo tengo al frente el hilo de la carretera y cerros inmensos mirándome indiferentes. El frío viento chicotea la cara, silbando en esta altura de más de 4 mil metros. Bien jodido, sí señor.

- Carluschalla caraju, mayraqcha weqeyta paganaykiqa….
- Carluscha carajo, cuánto todavía tendrás que pagar mis lágrimas…


Una voz bastante familiar me sacó de mis abstracciones, miré por todos lados y con cierta dificultad identifiqué al pregonero, sentado en la tolva de una camioneta que iba de Puquio a Nasca. Era, pues, nada más y nada menos que el “gordo” Heredia, el famoso Sihuarcito, el cantante de Los Puquiales.

Resulta que el día anterior, desde la mañana estuve buscando un pasaje para viajar de Lima a Puquio, la única forma de seguir hasta mi tierra Andamarca. En la agencia de transportes sólo encontré un barullo descomunal y el desaliento en los rostros de quienes como yo habían acudido a proveerse del dichoso boleto. Estábamos en vísperas de la Fiesta del Señor de la Ascensión y la gente había viajado por toneladas. Yo ya estaba con los plazos casi vencidos y debía llegar con suma urgencia a mi chamba en el pueblo. En ese estar dando vueltas encontré que un grupo de pasajeros había convencido al dueño de una unidad de servicio interprovincial y ya se ultimaban los detalles. No dudé en pagar mi asiento y con alivio iniciamos el viaje más o menos a las cuatro de la tarde.

El ambiente era de alegría bañado por un aura de entusiasmo. Según la hora de nuestra salida, fácilmente podíamos estar en Puquio a más tardar a las once de la mañana. Buena hora para unirse a la fiesta, hasta se alcanzaba a la Misa central. El chofer y el propietario de la unidad parecían ser los más entusiasmados con el viaje, los cuarenta asientos estaban repletitos y además, conversaban que la reparación general del motor había quedado de maravillas. Hasta me pareció que el ómnibus superaba las velocidades acostumbradas. En ningún momento decrecía el ánimo de satisfacción compartida. Después de la parada obligatoria en Nasca para la comida, nos acomodamos para el sueño mientras el bus salía de la panamericana y empezaba a devorar los kilómetros que nos separaban de Puquio.

Yo no entiendo mucho de este asunto de los motores, pero todos los viajeros conocíamos que los carros esperaban en Nasca a que venciera la tarde para emprender la dura cuesta a la cordillera. Ya en camino, religiosamente, todos los vehículos hacían dos paradas en la cuesta, una en Ispana Pata por Cuesta borracho o Huallhua y la otra en Villatambo. El chofer y el ayudante revisaban las llantas y el estado de calentamiento del motor, auxiliándolo con agüita, mientras los pasajeros aprovechábamos para servirnos un cafecito que amenguara el frío reinante. Pero ahora, nuestro bólido ha pasado todos estos puntos sin cumplir los procedimientos. Definitivamente, el chofer estaba supermotivado, creo que hasta cantaba. Repetía que el motor era un avión, que había quedado sedita y que no debíamos perder tiempo. A este paso, pensé para mis adentros, estaremos en Puquio no más allá de las ocho de la mañana.

Nuevamente traté de arroparme de lo mejor y me había quedado dormido ya ignorando los baches acostumbrados, la vía no había sido asfaltada aún. Ya casi venciendo la última cuestecita antes de dominar la amplia meseta de Galeras, el chofer empezó a detectar problemas. El ayudante bajó en busca de agua que echaron en gran cantidad y sus conversaciones e indicaciones denotaban creciente preocupación. Todavía forzaron un poco más al vehículo y logramos llegar hasta la altura de la estación de vicuñeros. Muy clarito dijeron que hasta aquí había llegado el viaje, que probablemente el motor había fundido no sé qué piezas por el recalentamiento. Todavía demoré largos minutos para asimilar la dimensión de mi tragedia. Eran las cinco de la mañana, hacía un frío de los mil diablos y no quedaba posibilidad alguna de salvación. ¿Vendría algún carro de Nasca a Puquio que pudiera auxiliarnos?. Y si se presentara ¿podrá o querrá llevarnos, si somos más de 40?... Además, los que iban al Cusco o Apurímac pasarían por Galeras ya en la noche ¿y qué haríamos todo el día, de hambre, sin esperanzas?. Algunos todavía tratamos de animar al chofer a seguir intentando un arreglo mecánico, pero cuando vimos que el propietario casi lloraba, ya no insistimos más.

Algunos pasajeros ya habían cogido sus chivas y estaban caminando por toda la inmensa pampa. Todos convinimos en que la única posibilidad de salvación estaba en llegar al Restaurantito de Qollpa, antes de la bajada para Vado.
Miraba y miraba el horizonte, para comprender que no había más remedio, que debía caminar como lo hacía la mayoría de socios de viaje. Cargué mi maletincito, que felizmente era pequeño, pero también debía llevar una damajuana de vino, de esas de cuatro litros. De nada valía que requintara contra mi mala suerte y esa mi facilidad innata para aceptar encarguitos. El caso es que el bus había parado en Ica, en la noche, en la calle acostumbrada. Y mi paisano Venancio, mi compañero de carpeta, me encontró precisamente a mí. Andaba en busca de alguien a quien enchufarle el bulto. ¡Cómo no me oculté aunque sea debajo del asiento!... Me pidió que le llevara este vinito a su papá, por su cumpleaños. Recibí el paquetón y sólo me acordé de él cuando bajé del bus siniestrado. En una mano mi maletín y en la otra la bendita damajuana. Al principio traté de mantener un paso respetable para que no quedarme sólo en la cola.

Unos patas caminaban como venados, en un ratito sólo se veía un puntito negro en la inmensidad de la carretera. Qué tremenda que había sido esta pampa de Galeras, chachallau. Nunca se acaba, creo que ya he caminado como de Puquio a Andamarca, hasta pienso en rendirme, pero miro por todos lados y no encuentro un sitio donde refugiarme. Ningún carro pasa en esta dirección de Nasca a Puquio, sólo nos cruzamos con un camión que iba en sentido opuesto. Por fin, voy terminando la altipampa, y empieza una depresión, también enorme. Cuando la bajada empezaba a pronunciarse más, vi una camioneta que venía en sentido contrario y que paró porque su chofer se puso a conversar con algunos compañeros caminantes. Yo pasaba indiferente, no conocía a nadie, cuando escuché la voz que me repetía su amenaza. Me fijé bien y ubiqué como repito, al buen Adón que se reía de mi desgracia.

Hacía más de un año que ya no nos frecuentábamos, porque me había retirado del grupo Los Puquiales que había dirigido en su primera década de vida. Artísticamente, cada uno caminábamos por nuestra cuenta. Aproveché de la circunstancia para descansar un poco y me puse a conversar con él. Le conté porqué me había metido en este trance. El, por supuesto, no dejaba la sonrisa cachosa y me repetía su predicción
de que yo tendría que pagar sus lágrimas. Le pregunté por qué se iba de la Fiesta si todos los puquianos habían colmado su tierra. Me dijo que no le interesaban las corridas y que estaba aprovechando los días festivos para hacer una visita a Ica y que volvería ya a partir del domingo a su chamba. Creo que todavía seguía trabajando en el Instituto. El chofer arrancó la camioneta y fue el momento de despedirnos. El no dejaba su sonrisa con sorna y remataba todavía:

- Cunanmi wañunki, mayraqcha waqanaykiqa.
- Ahora vas a morir, cuánto todavía tendrás que llorar.


Le respondí que me defendería como hombre y que estaba acostumbrado a estos desafíos, que si era necesario iba a llegar hasta Andamarca caminando y nos despedimos entre sonrisas. Finalmente, me alcanzó unos panecitos que nunca faltaban en su bolso, haciendo constar que estaba haciendo tremendo sacrificio solamente por tratarse de mí.

Recién estaba en la primera tremenda curva y el camino no encontraba fin. Aquí es donde empezó a picar más que nunca el hambre. Que si fuera sólo hambre, de alguna manera podríamos soportar, el problema es que venía con un sensación de debilidad brava, hasta los pies se querían rebelar. Empecé a sentarme para descansar y recuperar de alguna manera el aliento. Claro que a este paso, iba a llegar al bendito punto de auxilio siglos después del último peregrino. Y que conste que había señoras también en el pelotón y hacía rato que me habían dejado lejos. Casi en trance de agonía recordé los pancitos del gordo Heredía y decidí irlos pasando con mucho sentido de la economía, de poquito en poco, haciéndome durar todo lo más que podía. Lo que más me jodía era el cargamento recibido de mi paisano en Ica. Como sea, mi maletín era portable, con la correa de mi pantalón me lo cargué a la espalda, pero el porrón era el martirio, porque aumentaba de peso a cada instante. En algún momento pensé en dejarlo tirado por allí, porque ni para tomarlo tenía ganas. Con seguridad, es de las ricas parras de Viña Puquio, que sólo el buen Chapaco defendía en las sesiones espirituosas, allá en el pueblo:

- Acaso Ica o Chincha no más tienen su vino, también en Puquio hay, mira esta marca dice Viñapuquio. Hay buena cachina, buen vino, buen pisco, de pura uva de los parrales de Puquio.

Otro cerro más, ya he caminado como tres semanas creo, y por fin un atisbo de esperanza en el lejano horizonte. Efectivamente, era el Restaurant al que debía llegar y había un camión parado allí en su frentera. Me limpio mejor los ojos, ¡el carro está mirando a Puquio, ojalá que lo alcance!. Mi bendita suerte se va a coronar cuando el carro se largue faltándome cinco metros para treparme en él. Aceleré lo más que pude e ingresé al Restaurante casi en agonía.
Me informé que, efectivamente, el carro iba a ir a Puquio, pero su chofer estaba huarapeando con otros personajes. Qué podíamos hacer. “En algún momento se irá”, dije y me subí a la barandilla sobre la caseta a esperar. Claro que no fui el único. Recién entonces tuve la tranquilidad suficiente para mascullar los anatemas del “doctor” Siwarcha.

viernes, 17 de enero de 2014

ATIPANACUY ... ¡LOS DE ANTES!

Seguro estoy que nuestro distinguido amigo el doctor Luis Linares Delgado va a complacernos y nos va a relatar, con su estilo tan ameno y dinámico, este episodio que registra en su obra “LLACCTANCHIC VILLA CABANA”.

“… Con la licencia a todos los “Señores eximios danzantes de tijera” que brillaron con luz propia en la fiesta de “San Isidro el Labrador” y “Raymi Yacu” (fiesta del agua) en “Atipanacuy”, “Huacctanacuy” en “Guerras Pampa” y “Ccatun Punchau”, antes que el suscrito viniera a este mundo a contemplar el Planeta Tierra. Para el autor de esta semblanza desde que tuve uso de razón, los GIGANTES en este arte en el siglo pasado; fueron los maestros danzantes de tijera CIRILO INCA FLORES, “Amauta en la danza de las tijeras y andenes vivientes del pueblo de Andamarca” y RUPERTO CANALES RIVERA popular “ccori chaleco” de Puquio. De lo cual quiero enfocar un pasaje de naturaleza trascendental que para el autor, tiene gran significado porque forma parte de la vivencia de mi niñez, que hoy resalto en sentido “axiológico” de estos dos “colosos de estirpe”, artistas que dejaron escuela y fama en el quehacer histórico de la danza de las tijeras. En el año 1954 eran los cargontes de dansacc mayor los “Ayllu de Ccollana y Paya”, donde para esta fiesta tienen que presentar a las figuras descollantes, lo mejor de la vidriera de los danzantes de tijera.

COMENTARIOS

Por entonces fluía comentarios altisonantes en “Villa Cabana” que el puquiano RUPERTO CANALES RIVERA popular “ccori chaleco” (chaleco de oro) era el mejor danzante de tijeras de la Provincia de Lucanas y Parinacochas considerado el terror de los “CCAHUALLACCTINOS”.

Pero el gran CIRILO INCA FLORES de Andamarca que ostentaba su “PALMARÉS” en toda la región del hermoso valle de Sondondo. Estaba en el “PINÁCULA” como danzante de tijera, en toda la comarca del gran WIRACCOCHA “Guamán Poma de Ayala”.
Para esta fiesta el “Ayllu Paya” contrata al gran Ruperto Canales Rivera de Puquio y “el Ayllu Ccollana” contrata al maestro Cirilo Inca Flores de Andamarca, la comunidad de los 4 Ayllus esperan con asombro la fiesta y por ende la llegada de estos dos figuras, hasta que por fin llega el momento y frente a frente los danzantes.

Ruperto Canales cono sus músicos Gerardo Curo Garibay el popular “CALAVERA” en el arpa y Roberto Díaz el popular “CCORIRUNTO” (testículos de oro) en el violín, ambos del pueblo de Huaycahuacho.

Cirilo Inca con sus músicos Aquiles Chava León el popular de los “MANOS LIGEROS” en el arpa y Pedro Alegría Oscco el popular “TANCAYLLO” (terrible mosca parda) en el violín ambos del pueblo de Villa Cabana.

Así tanto en: anticipa, víspera, en guerras pampa y cera apaycuy; demuestran maestría y clase, las “dos escuelas” puquiana y andamarquina. Pero todo esto tuvo su final infeliz en CCATUN PUNCHAU” o sea en la “fiesta central”, en la plaza mayor donde en el contrapunto o “atipanacuy” en los diferentes estilos de la danza el gran “Ruperto Canales Rivera” popular “ccori chaleco” quedó mal parado porque repitió varias veces el mismo baile y no subió a la torre, fue “pifiado”, ante la supremacía del “baile endiablado” del maestro “Cirilo Inca Flores” y el sonar melodiosa de su instrumento de metal (tijera); que despintó a su rival en todos los tipos de danza bailando con destreza, sapiencia en dicho arte y epilogando el contrapunto subiendo a la torre de la Iglesia y dando volantín en la punta de figura “hexágona” y arreglando para el recuerdo el adorno derecho que estaba caído desde el “terremoto de 1940”.

Donde el gran Ruperto Canales popular “ccori chaleco” reconoció tácitamente superior en el baile al gran cacique de Andamarca por eso en su orgullo de hombre y artista estrechó la mano derecha hidalgamente, al gran maestro Cirilo Inca Flore y luego levantándole la diestra haciendo sonar su tijera, pidió trago a su capataz para brindar y así reconociendo la maestría de su rival en el arte que cultivan. Y el pueblo agrupado en la plaza quedó apreciando con asombro la caballerosidad y don de gente de Ruperto Canales, cuando se abrazaron cual dignos deportistas.

Terminado la competencia los “capataces” quedaron cual toros bravos mirándose de reojo, con los puños bien cerrados con ganas de lanzarse a puñete; parafraseando al Virrey La Serna y Mariscal Sucre para la postre diríamos “gloria al vencido y honor al vencedor” por cuanto Ruperto Canales ya descansa en paz y Cirilo Inca descansa en su tierra natal, desafiando al Dios Cronos cual cacique de la civilización “Kanichecc” para el regocijo del pueblo de Andamarca;
manifestaciones de contenido axiológico que pintan de cuerpo entero, a estos dos figuras en la danza de las tijeras que constituyen artistas de renombre, que quedaron en mi memoria como un recuerdo imperecedero gracias por su tolerancia…”

viernes, 3 de enero de 2014

SE NOS FUE EL MAESTRO CIRILO

“Bailan solos o en competencia. Las proezas que realizan y el hervor de su sangre durante las figuras de la danza dependen de quién está asentado en su cabeza y su corazón, mientras él baila o levanta y lanza barretas con los dientes, se atraviesa las carnes con leznas o camina en el aire por una cuerda tendida desde la cima de un árbol a la torre del pueblo. Yo vi al gran padre “Untu”, trajeado de negro y rojo, cubierto de espejos, danzar sobre una soga movediza en el cielo, tocando sus tijeras. … Fue en la madrugada. El padre “Untu” aparecía negro bajo la luz incierta y tierna; su figura se mecía contra la sombra de la gran montaña. La voz de sus tijeras nos rendía…. Su viaje duró acaso un siglo. Llegó a la ventana de la torre cuando el sol encendía la cal y el sillar blanco con que estaban hechos los arcos. … Las palomas y otros pájaros que dormían en el gran eucalipto, recuerdo que cantaron mientras el padre “Untu” se balanceaba en el aire. … El genio de un dansak’ depende de quién vive en él: ¿el “espíritu” de una montaña (Wamani)… O la cascada de un río que se precipita de todo lo alto de una cordillera; o quizás sólo un pájaro, o un insecto volador que conoce el sentido de abismos, árboles, hormigas y el secreto de lo nocturno; … “Rasu-Ñiti” era hijo de un Wamani grande, de una montaña con nieve eterna. Él, a esa hora, le había enviado ya su “espíritu”: un cóndor gris cuya espalda blanca estaba vibrando…” (Ex: José María Arguedas “La Agonía de Rasu Ñiti”)

Cirilo Inca Flores, el gran maestro dansaq ha recibido la orden en Andamarca: la hora de atravesar la frontera final ha llegado. Cuando desde meses antes había insistido a sus familiares para que lo acompañaran hasta su pueblo, sabía que los caminos se acercaban vertiginosamente al punto desde el cual emprendería su rumbo hacia las entrañas mismas de la eternidad. Cumplió su deseo de coronar su misión de dansaq asistiendo al IV CONGRESO NACIONAL DE DANZANTES DE TIJERAS Y MUSICOS DEL PERU, realizado en Andamarca a mediados del mes de noviembre que, precisamente, llevó su nombre, en una decisión que enaltece y habla de la bonhomía de los organizadores.

La única persona que sabe si Cirilo trató de vestirse con sus indumentarias de fiesta para asistir a la cita final es doña Hilda, su fiel esposa. Ella sabe si calzó las tijeras también y las hizo cantar con las melodías de la partida, como lo hiciera su maestro el gran Rasu Ñiti.
Sí estamos seguros que como él, anunció: … ” El corazón está listo. El mundo avisa. Estoy oyendo la cascada de Pusa Wayqo. ¡Estoy listo!... Tardará aún la chiririnka que viene un poco antes de la muerte. Cuando llegue aquí no vamos a oírla aunque zumbe con toda su fuerza, porque voy a estar bailando”….(J.M. Arguedas “La agonía de Rasu Ñiti”).

Efectivamente, estaba listo para la partida final. Se apagaba una vida dedicada al arte de la danza de las tijeras y al ministerio a él confiado por los Wamanis protectores. Seguros estamos que mientras aguardaba a la chiririnka, iba viviendo con intensidad las escenas de su infancia en las punas de Qellqata o de Oslo, danzando con piedrecitas entre los dedos, ante la mirada de los cerros y las nubes trashumantes, en medio de sus ovejas o alpacas. Iba viviendo, con toda seguridad, los ingresos vacilantes a los desafíos de sus primeras “plazas”, ante la ansiosa y expectante mirada de las gentes y la exigente y nada compasiva medición de Daniel su tío, mentor y guía. Iba viviendo, cómo no, los años trenzados con verdadera entrega en la exposición de la danza por todos los pueblos, y revivía complacido sus tardes triunfales en escenarios que reconocieron y aplaudieron su arte singular.

Habrá tenido también el espacio para recordar cómo en los momentos de mayor despliegue y difusión de su alta calidad, logró trasponer los círculos regionales y llegó a la ciudad de Lima con tal nombradía que fue invitado a exponer su arte milenario ante el mismo Juan Velasco, el mandatario de turno y sus esferas gubernamentales. En la actualidad, los dansaq modernos, también están conociendo estas oportunidades. No sale una misión comercial o cultural al extranjero sin el acompañamiento artístico de la danza de las tijeras. Nuestro riquísimo patrimonio artístico ancestral ha sido reconocido, también a nivel del mundo con una distinción especial de la UNESCO.

Ha servido, entonces, el despliegue fino de dansaq precursores como Cirilo y sus contemporáneos. La diferencia es que, ahora, los dansaq tienen un entorno mejor calificado y, sin duda alguna, cuentan con más conocimientos del mundo occidental que, naturalmente, les favorece en sus relaciones. Cirilo, era analfabeto, y nunca pudo contar con el concurso de algún personaje que entendiera del tema. Simplemente, se desaprovecharon las oportunidades y nuestro Apu Inca nunca salió en misión alguna, pese a las recomendaciones presidenciales que sí se dieron. Ahora que ha pasado a otras dimensiones, su estela artística brillará todavía en algunos círculos. Ojalá que no se apague en poco tiempo y no corra la suerte de tantos anónimos artistas y trabajadores del pueblo: el olvido.

Las primeras estampas de danzantes de tijera que recuerdo, me muestran a un personaje misterioso que inspiraba hasta miedo. siempre de píe, que nunca sonreía ni hablaba, con las manos cruzadas en el vientre y las enormes tijeras engarfiadas en una de ellas, con la cara casi completamente cubierta por un pañuelo verde o grosella, descubriendo sólo un ojo, con una mirada hierática, como congelada, que bailaba sin descanso, noche y día, en las fiestas del agua de agosto, o en los primeros días de mayo, cuando ascendía los cerros encabezando la caravana de fieles a bajar las enormes cruces de sus cumbres. Las escenas de acciones imposibles y demostración de poder, no las veía así huahuita, porque me espantaban y mi abuelita tenía que prepararme una de sus pócimas calmantes. Cómo podría olvidar esas escenas de Cirilo bailando con sus tijeras allá arriba, casi junto al cielo, parándose de cabeza en las cuatro esquinas de la torre y culminando su proeza agitando los pies al aire también parado de cabeza en el centro mismo de la cúpula, mientras sus tijeras brillaban más que nunca, antes de bajar bailando por una interminable soga que halaban las gentes.

Ya en mi mayoría de edad, pude cultivar la amistad de maestros de esta danza, como mi vecino Bernabé Huamaní, de la generación de los Qechele, o el viejo “misti” Mariano Ramos, también su nieto Cesáreo y otros. Casi al mismo tiempo, mientras desempeñaba labor docente en mi pueblo, ingresé también al círculo de amigos de Cirilo, y nuestros diálogos se volvieron harto frecuentes. Sus recuerdos eran inagotables, dada la intensa actividad desarrollada durante muchos años. Era un convencido de la importante misión que les toca a los danzantes de tijera en el grupo humano y de la preparación que, en consecuencia, debiera asumir cada uno de los postulantes, siempre bajo la guía de un maestro consagrado. Le angustiaba la perspectiva a futuro de esta importante manifestación artística cultural. Yo le preguntaba si los maestros jóvenes que llegaban a bailar en las fiestas de agosto, lo buscaban en procura de un consejo o una amistad. Me respondía que casi nunca ocurría eso.

En su juventud, decidió laborar como obrero en la Hacienda San Andrés, casi frente a Mala, por un período bastante dilatado, procurando no desairar las invitaciones constantes que le hacían llegar los cargontes de las fiestas de los pueblos. Reconoció el momento en que debía parar, se despidió de su etapa de migrante y retornó a la tierra natal. Se dedicó a cultivar una pequeña parcela en Chicahua y a cumplir los menesteres de la familia y de su Comunidad.

Casi nunca asistía a las competencias de danzantes de tijeras en las fiestas de agosto porque cuando, en oportunidades se confundía en el tumulto, comprobaba con desazón cómo, ni siquiera, se cumplían los pasos mínimos de un atipanacuy con todas las de la ley. Con ayuda de algunos buenos amigos, logré publicar una obrita con el título “Cirilo, dansaq. Conversaciones con un Maestro”. Rescatamos con su hijo,- y lo ofrecí al público -, igualmente, un video grabado en Andamarca en estos últimos años espontáneamente por una turista francesa con una maquinita casera, sobre una sesión de danza ofrecida por el maestro y que logramos organizar gracias a su generosa aceptación. Este DVD lleva el título “Cirilo Apu Inca. Qapia Poqoy Tusuda. Sesiones de Danza Mayor con el maestro Cirilo Inca Flores”.

Ahora, Cirilo está en otra dimensión. Se le ha cumplido el “contrato” y ha marchado sereno. Quienes conocíamos más de cerca la evolución de su salud, sabíamos que el deterioro de sus capacidades físicas se había acelerado. Los preparativos para traerlo a la ciudad de Lima, con la esperanza de que la medicina moderna pudiera acudirle con mayor certeza, no alcanzaron. Cirilo ha ingresado a la eternidad con los pasos siempre seguros como los que lo guiaban a enfrentar retos en la puna, en el frío, en la lluvia, en las abarrotadas plazas de los pueblos. Que haya paz en su tumba y que su magisterio siga vigente.

Siempre me ha despertado especial curiosidad la similitud de datos, concepciones, ideas que vamos encontrando respecto de este arte singular. Cirilo relataba que cuando niño daba sus inciertos pasos iniciales de danzante, en las punas, ante su rebaño de ovejas, utilizando piedrecitas sonoras como tijeras. Esto debió haberse repetido muchas veces. Es claro que para sus “plazas” en serio, hubo de armarse con tijeras de verdad, fabricadas por herreros especialistas. Es claro, también, que antes de usarlas, colgó las hojas en la catarata de Pusahuayqo, para que las sirenas les infundieran su hálito mágico y les regalaran sonoridad, cadencias y brillo.

Pues bien. Aquí van algunos fragmentos escritos por la distinguida estudiosa doña Alfonsina Barrionuevo, … “ En Parinacochas…, se habla de un pequeño danzante que bailaba en el interior de una paqcha (cascada) con unas “castañuelas” de piedra… “ Más adelante, dice…. “hasta que de pronto el niño misterioso comenzó a bailar haciendo acrobacias con los pies y llevando el compás con unas “castañuelas” de piedra o rumitijeras que hacía sonar “como metales” en su mano derecha”. … Más… “El le esperó largo rato pero luego cargó su q’epe (atado) de leña a la espalda y se dirigió a su casa,… y recordando la extraña melodía, volvió a bailar con más ímpetu, usando las “castañuelas” de piedra tal como había visto…”
Si sabemos que Cirilo era analfabeto, tenemos derecho a preguntarnos ¿de dónde le vino la idea de utilizar las piedrecitas como tijeras o “castañuelas” ?...

“… Desde entonces los bailarines de tijeras de Ayacucho rememoran la hazaña del danzaq que se enfrentó a la muerte, que entró en sus caminos bailando como una llamarada. “Rasu Ñiti”, afirman, no está muerto. Resucita en cada danzaq que agoniza por él y que vuelve a levantarse con más bríos. Danzaq es “wamani” y “wamani” nunca muere”…. Por eso los danzaq son eternos…” .
(Ex: Alfonsina Barrionuevo).

viernes, 26 de julio de 2013

MI PRIMER VIAJE - II

Hacía escasos diez meses que se había inaugurado con la mayor fiesta popular la carretera a Puquio, construída con enorme coraje y decisión, por la Comunidad andamarquina. Recuerdo qaspa qaspacha (apenas, muy borrosamente) que todo el gentío no dejó de bailar durante el día y la noche. Salieron los cuadros costumbristas: danzantes, machoqs y haylleqcuna o waylías, las qayras, vasallos, negritos y pucas, el villano, las vaqueritas y los orqochos, los gañanes con sus pururus y no sé cuántos más. En cada esquina de la plaza habían colocado un vasijón con trago para los cuatro barrios, de manera que no había forma de sustraerse al indescriptible jolgorio. Y es que la Comunidad se había sacado la mugre durante tres años como mínimo peleando con las rocas, el frío, el viento, el hambre, horadando la cordillera construyendo a pico y lampa, la carretera que ahora estamos recorriendo con tanta facilidad.

Fue un proceso lento el que los andamarquinos vivimos para acostumbrarnos a esta nueva forma de transporte. Claro que muchos, todavía seguían recurriendo a las acémilas. Era toda una aventura este viaje, sobre todo si se hacía en época de lluvias y con la familia. Recuerdo que yo y mis hermanos, chiquititos todavía, éramos cargados en angarillas sobre los burros, uno a cada lado. Y, como ya éramos varios, - los demás todavía no habían llegado-, se necesitaban dos burritos como mínimo. Era difícil alcanzar el contrapeso y, si tanto apuraba, nos aumentaban con piedras para que la carga no se ladee de ningún lado. Pero, es harina de otro costal. Ya les contaremos si todavía tenemos tinta y ustedes la paciencia de seguirnos leyendo.

Mucha gente, sobre todo del común o natural, nunca quiso subir a un vehículo que, por otro lado, se presentaba muy esporádicamente. Como la construcción del puente en Tincúhua demoró buen tiempo, algunos carros aprendieron a venir de Puquio hasta este sector. Quienes necesitaban ir hacia la capital provincial, llevaban sus cargas en burrito, cruzaban el río y abordaban el vehículo. Recuerdo que una camioneta con la inscripción “La Flor de Andamarca”, cumplía este viaje. Cuando ya pudieron ingresar al pueblo, después de la inauguración de octubre de 1955, fueron haciéndose conocer los transportes de Fortunato Aragonés, o “el Picaflor Andino”, o el de Abdón Aguilar que trabajó hasta con dos unidades. Todos eran camiones, de manera que la gente debía acomodarse junto con la carga. Más adelante, después de largos años, la empresa Campos que cubría el servicio entre Puquio e Ica, puso un ómnibus de menor tamaño por supuesto, con su chofer don Jesús Hualpa, pero no se quedó, creo que hizo apenas uno o dos viajes. Conforme iban pasando los años, iban aparecieron más camiones y el servicio de pasajeros también empezó a cumplirse en buses modernos de esa época, de las empresas Pérez Albela y Cabanino. Antes, había circulado por algunos años un ómnibus o góndola, le decían, cuya carrocería era absolutamente de madera. No estoy muy seguro si su dueño se apellidaba Ferrel y cubría exclusivamente el servicio entre Puquio y Chipao, pasando naturalmente por Andamarca. Los pilotos o choferes de estas unidades pioneras, alcanzaban el rango de héroes en el imaginario popular, porque se aventuraban sin miedo a manejar esas moles inmensas y dominaban sus secretos al revés y al derecho. De esos tiempos primeros, vamos recordando los nombres de los aludidos Aragonés, Aguilar y, junto a ellos, el famoso “Oqecha” Andrade, don Rósulo Espinoza, los hermanos Jesús y Filomeno Hualpa. Unos años después, la generación de los Quevedo, los Illanes, -Lucho y Silvestre -, los Navarro y tantos otros nombres más que se pierden en el recuerdo.

Acostumbrarse a viajar en vehículos motorizados fue un proceso lento para el andamarquino. El movimiento, por otro lado, era muy irregular. Durante semanas enteras no se veía carro alguno. La forma de viaje más expeditiva entonces, seguía siendo el uso de los caballos. En condiciones normales, un viaje a caballo entre Puquio y Andamarca, podía durar unas diez horas. Después de un buen tren de camino desde las seis de la mañana, había que hacer una parada de una hora como mínimo en Quilcata o Ñuñulla para que los animales descansen, tomen agua y coman algún pasto, mientras nosotros damos cuenta del fiambre infaltable en la alforja. No podemos olvidar, por otro lado, que los empedernidos caminantes seguían cumpliendo sus movilizaciones a pie, como el insuperable Leandro Tito, que hasta se daba el lujo de apostar a los carros, a ver quién llegaba primero al pueblo. El viaje entre Puquio y Andamarca, en camión, no bajaba de unas diez o doce horas. El camino no era bueno, las cuestas muy pronunciadas, el camión subía ayudándose con cuñas de piedras que el ayudante iba poniendo, se recalentaban los motores, las curvas eran tan cerradas que obligaban a cuatro o cinco retrocesos, por lo menos. En los sectores con cara al abismo, la gente prefería bajarse y el único que se arriesgaba era el chofer. En fin, toda una aventura el viajecito este.

Bueno, estábamos en que nuestro camión seguía su lento caminar. Hasta que, pum… El carro se plantó. La lluvia había cesado ya, persistía sólo una pequeña garuíta, casi imperceptible. Como la demora se prolongaba, algunos caballeros bajaron después que el ayudante abriera la puerta. Al rato, desconsolados, informaron que aquí terminaba el viaje, que don Abdón estaba tratando de hallar alguna solución amarrando las piezas quebradas, pero que no había ninguna garantía. Alguien mencionó que estábamos frente a la inmensa laguna de Toryana y que a dos vueltas, encontraríamos auxilio en el Restaurante de Sayre, al empezar Canllapampa. El propósito de Abdón era tratar de llegar siquiera hasta este punto. Con su ayudante improvisaban herramientas, inventaban amarras y garfios especiales, pero todos sus esfuerzos fracasaron. El diagnóstico final: “me tengo que ir a Puquio para traer la pieza que se ha roto, otra forma de avanzar, no hay”. Fácilmente eran ya las cinco de la tarde, teníamos ya diez horas en la carretera y había que llegar al Restaurante, ni pensar en amanecer aquí. Los caballeros ayudaron a bajar a las damas, sacaron sus frazadas y avíos de mano, y me invitaron también.

- Oye hijito, tu no te vas a quedar, lleva tus cositas, vamos a caminar, tenemos que llegar al Restaurante.

Cuando bajé del carro, felizmente ya no llovía, pero el camino estaba mojado y había que cuidar las pisadas. El primer riachuelo a vadear era la salida natural de la laguna, que lógicamente con la lluvia, estaba llena. Felizmente, los señores me ayudaron y pude sortear el obstáculo. Un poco más allá de la primera curva, estaba el otro riachuelo de Supaymayu, que es más cargado, pero felizmente habían logrado improvisar un vado con piedras grandes y pude superarlo con la ayuda de los generosos amigos. Naturalmente que también las señoras padecían en estos pasos. Resultaba inevitable mojarse los pies, yo ya me había empapado uno de ellos, pero no había que llorar. Cuando llegamos a la quebradita de Visca, entonces sí, la cosa se complicó totalmente. El río estaba cargadazo y no habría forma de pasar. Todas las posibilidades de seguir el camino fueron estudiadas por los señores que iban y venían por la orilla del río que bramaba desafiante.
Del otro lado apareció un pastor de puna que con la wara bien arremangada y ayudándose con un palo de regular fuste intentó el cruce, buscando el camino. Porque no sólo es entrar a desafiar la fuerza de las aguas, hay que encontrar dónde fijar las pisadas ya que las piedras han sido movidas por la correntada. Ciriaco era su nombre, y todos lo esperábamos en la orilla. Los mayores le alentaban gritándole indicaciones que no estoy muy seguro de que las escuchara. El caso es que llegó a cruzar y dijo que siempre lo hacía. Los varones, entonces, decidieron hacer una cadena y sacándose los zapatos entraron a desafiar al riachuelo, bajo la guía de Ciriaco. El trayecto fue penoso, algunos amenazaban con caerse por las inseguras pisadas, pero sosteniéndose unos a otros, lograron llegar a la orilla salvadora. Ciriaco retornó por otro grupo y ya todos los varones están a buen recaudo. Ahora, las señoras no iban a poder jalarse. Entonces, Ciriaco decidió cargarse una por una a las cuatro damas. Ver al hombre luchando contra las aguas, con la señora que trepada a su espalda, engarfiada a su cuello, gritaba con desesperación, era un espectáculo que no se podrá olvidar jamás. Como el Restaurante estaba muy cerca, alguien había conseguido traguito y cada vez que llegaba Ciriaco a la orilla salvadora, le animaba con un buen copón, golpeándole la espalda y animándole a seguir con su salvífica tarea. Hasta que llegó mi turno entre los últimos. Claro que conmigo el asunto le resultaría más fácil, digo, por mi insignificante peso. Además, las señoras no iban solitas con su humanidad. Todas llevaban sus pañolones, sus frazadas y los avíos que traían en bolsas o costalillos. Cuando llegamos al Restaurante era ya de noche y toda la verdad de mi inocencia agradecía a Ciriaco. Los caballeros han juntado algunas monedas que el hombre ha recibido sonriente. Por mi parte, sólo he podido alcanzarle algunos panes de mi valioso cargamento.
En el Restaurante, los rostros cambiaron totalmente, todo era chanza, alegría dentro de la adversidad. Claro que quienes se mostraron más nerviosos en el difícil trance, fueron objeto de las burlas de los demás. Un caldito bien caliente es lo que pude servirme, por la invitación de la señora a quien me había encomendado mi abuelita, pues yo ni conocía bien la plata.

Cuando desperté al día siguiente, ya el solcito estaba saludándonos y las señoras hacía rato que estaban en movimiento, ayudando en la cocina para el alimento del día. Con los mejores cálculos, don Abdón estaría bajando recién a Puquio, pues tuvo que irse a pie en la madrugada y, con suerte, estará regresando hasta la noche, si es que algún camión se anima a venir, porque con estas lluvias prefieren esperar a que mejore el tiempo. Yo me animé a caminar un poco y conocer el paisaje. La extensa llanura a todos lados, por el norte Canllapampa, atrás la quebrada de Visca, lejos los farallones de Quillimsa y más allá, al frente izquierdo, Sankupata y tantos otros parajes que ya ni recuerdo. Por allí cerca estaba la estancia de Ciriaco quien después de alimentarse y soltar a sus animales, había llegado a ver cómo nos iba en este reposo canllapampino. Precisamente, fue él quien me indicó los nombres de los lugares que teníamos a la vista. También me señaló la ubicación de las estancias de otros pastores de puna como él, en la inmensa quebrada de Visca.

La señora Albina me buscaba para el almuerzo, pues yo me había alejado de la choza mirando el río y sus ruidosas vueltas. Me empezó a brincar el corazón, cuando advertí la familiar presencia de los caballos de mi papá. Corrí a saludar al “Tapra” y al “Lobito” que también me demostraban su alegría por el reencuentro. Tres señores, habían tomado la madrugada y se habían ido a pie hacia su destino, Aucará. A su paso por Andamarca, le habían avisado a mi papá de nuestro percance. No lo dudó un instante. Ensilló inmediatamente los caballos y encargó al fiel Benigno la tarea de mi rescate. Ligeros de carga, los animales habían avanzado bien en la cuesta y pasado el mediodía estaban listos para el retorno. Apenas tuve tiempo de agradecer a las señoras por su bondad conmigo, monté en el Tapra y, hasta Andamarca no nos para nadie, porque si no nos apuramos la lluvia nos va a lavar en toda la bajada. La pampa la cubrimos a galope limpio, la bajada a Wayllahuarme con cuidado porque el camino está bien mojado y los animales se tropiezan en las piedras movedizas. Igual cuidado debemos tener en la bajada a Huaqraqa y después hasta el puente de Tincúwa. Como todo estaba nublado no se veía bien el horizonte, pero la noche ya empezaba su turno cuando bajé del noble animal en mi casa, para recibir los cariñosos abrazos de mi mamá y la alegría de Laura y Eusebia. Benigno desensilló los caballos y los llevó al mojadal de Totora, de manera que cuando mi papá llegó de la chacra, medio mojado por la lluvia, todo estaba bien dispuesto.

Me convertí en el héroe de la familia y todos no se cansaban de preguntarme por Puquio, cómo era, qué se veía, dicen que de noche las calles están iluminadas y hay bastantes carros que caminan para todo lado. También mis compañeros de aula supieron de mi valor y destreza para cruzar el caudaloso río Visca. En fin.

En estos últimos tiempos, habitantes obligados ya de la vejentud, conversaba con el viejo Leandro en mi tierra.
- Oiga,- me decía-, qué diría don Herminio viendo esto, tanto carro que las calles están llenas en todas direcciones, ya no alcanzan.
Lo decía recordando las interminables jornadas de trabajo en la carretera y cómo mi papá se entercó en su decisión de hacer bajar la carretera por Huaqraqa y Tincúwa, cuando los vecinos de Cabana querían jalar por Sankupata y los chipaínos por Panqapata y Tantuñe. Pero, bueno, de eso hablaremos en otra ocasión. Vamos ahora a disfrutar un maicillo de doña Simonita. Alguno siquiera se habrá salvado. Claro que con tanto movimiento y machucones está bien molidito, pero no lo vamos a desperdiciar. Icha manachu?.



lunes, 22 de julio de 2013

MI PRIMER VIAJE

Seguro estoy de que los desesperados gritos de dolor que salían de mi garganta y llevaban todas las fuerzas de mi pequeña humanidad, se habrán escuchado en todo Puquio. No tardó en ingresar desconcertada una señora para preguntar con imperio a mi abuela qué estaba pasando, qué le estaba haciendo a este pobre chico. Después supe que la indicada dama era la secretaria ejecutiva y única empleada de la famosísima Notaría de don Beli Bendezú en Puquio, capital de la provincia de Lucanas. Estábamos en la zona central de esta ciudad que acababa de descubrir con el asombro de mis primeros ocho añitos. La pequeña vivienda de mi abuela se situaba a un costado de la referida Notaría y casi al frente del emporio comercial de don Julio Bendezú, uno de los más importantes de la región.

Mi abuela, con la absoluta facilidad que tenía para despachar a los mirones, le dijo que todo estaba bien, que no pasaba nada, que nadie estaba muriendo, que no se preocupara. Y, no era que no pasaba nada, porque sí estaba pasando, y mucho, y era que todo el dolor del mundo estaba amontonado en mi inocente boca, pues la querida madrecita de mi papá, me estaba aplicando uno de sus fulminantes tratamientos curativos que no admitían discusión alguna: estaba frotando todo el interior de mi boca con cochayuyo seco y otras yerbas afines, y lo hacía con mayor fuerza, pues, según ella, la parte afectada debía sangrar. Un tiempo después, escuché decir que los dentistas aplicaban unas curaciones con taladros eléctricos, en las que simplemente veías a Judas calato, pero en esta ocasión, yo creo que ví no solamente a Judas sino a toda su cohorte, incluídas su mujer y su trampa.

El caso es que yo estaba en manos de la sabia y poderosa mano curativa de mi abuelita doña Simona Ruiz de Castilla y Córdova, porque hacía unos buenos días que venía turbando la habitual calma de nuestra casa en Andamarca, debido a unos terribles dolores en el interior de la boca que no me dejaban comer. El sentarme a la mesa, era una real tortura y el llanto infatigable era mi ocupación, pese a los consejos y tratamientos de mi mamá. Mi madrina Anita, sabia matrona y médica del pueblo, había acudido presurosa en mi auxilio, pero como no me dejaba tocar la parte dolorosa, no podía aplicarme sus remedios y apenas si aceptaba algunas infusiones naturales que sólo calmaban por momentos el martirio.

En estas circunstancias, intervino mi papá, saturado por las quejas de mi madre, que no te preocupas, que el chico está mal, que no come, que llora día y noche, que te vas a la chacra y no conoces lo que está pasando, ni a la escuela quiere ir, que hasta se le ha hinchado la boquita que está llena de granos, que ya no sé qué hacer, en fin… Don Herminio, mi padre, hombre de pocas palabras y decisiones inflexibles pronunció la sentencia final: que se vaya al Hospital de Puquio. ¿Y quién lo va a llevar?...

- Claro que se ensilla los caballos y nos vamos, pero en este momento, no puedo dejar el trabajo, estoy echando semilla de alfalfa, se malograría todo. Total, es hombrecito, que se vaya en carro, le encargamos a alguna persona mayor que esté viajando, en Puquio lo recibirá mi mamá y se encargará de hacerlo ver y tratar.

Efectivamente, recuerdo que mi mamá me palabreó bien bonito, me dijo: “ya estás grande, te van a curar en Puquio, no te asustes, vas a ir bien recomendado, allá, tu abuelita te va a hacer ver y en dos o tres días nomás te vas a regresar y más bien vas a conocer Puquio”…, y así… Yo no estaba bien convencido y seguía llorando, no sé si por los dolores o porque tenía miedo de ese mundo nuevo que iría a descubrir.

El asunto es que, precisamente hoy, ha pasado el camión de Aragonés con dirección a Cabana y dice que en tres días, o sea el miércoles, va a estar de regreso. Hay que tener todo listo: su ropita, su fiambre y la papeleta para mi mamá, con la platita para el Hospital y las medicinas. Y, pues, llegó el día. Mis papás han conversado repetidamente con una señora y me han subido al camión. Me han acomodado junto a las señoras pasajeras y a otros caballeros que charlotean de cosas que no entiendo. Llevo mi equipaje: una bolsa pequeña con mis ropas, un mantel bordado por el arte de mi mamá, que guarda el preparado especial a base de gallina que me servirá de fiambre y otro paquete con cuatro moldecitos de queso para la abuela. Sus recomendaciones no cesan hasta que el carro inicia su lento trajín. Recuerdo que, felizmente, el viaje se cumplió sin sobresaltos y en la nochecita, la señora Francisca, estaba cumpliendo el encargo.

- Mira Simonita, aquí te lo entrego, enterito.

Mi abuela, por supuesto, le expresó sus agradecimientos reiteradamente y le obsequió unos maicillos que sabía preparar con una especialidad insuperable.

Después de hacerme tomar con mucha dedicación una agüita de salvia con unas rosquillas que tuve que humedecer para no empezar con los llantos, me sometió al examen de enterada especialista, a ver qué es eso que tanto sacrifica a esta criatura. “Mamallay mama, valor conciencia, waknatachu quntarusqa”, iba expresando su inconformidad, a medida que descubría la raíz del problema y concluía su diagnóstico: “el escorbuto le ha llenado la lengua y toda la boca. Por eso, esta huahua no puede ni hablar bien”. Me hizo rezar las oraciones de la noche al pie de la cama y ¡a descansar muchachito!, ordenó. El sueño no demoró ni un poquito, porque estaba cansado por el viaje con sus baches y su pesadez. Cuando desperté al día siguiente, el sol estaba sobre el pueblo y mi abuela había culminado ya sus peregrinajes madrugadores. Su primer destino: el horno de Gabulle, para sacar pan que luego ofrecería en su pequeña tienda, después, sus menesteres acostumbrados. Hoy, le urgía conseguir cochayuyo, pero del especial y seco.

Como desayuno sólo pude pasar un matecito de manzanilla con pancito remojado. En Andamarca, habitualmente, no hacían pan, de manera que descubrir los sabores de la chapla puquiana bien valía el doloroso riesgo. En el almuerzo pude pasar un caldito muy rico, pero definitivamente mi problema bucal estaba trayendo ya consecuencias. “Vea usted cómo se ha enflaquecido este chico, si era gordito, ahora está que se lo va a llevar el viento. Claro si no come, qué le va a sostener siquiera”.
Llegó la hora, las cinco de la tarde, no se puede postergar más la obligación de subir al patíbulo. Mi abuela me palabrea con cariño:

- Hijito, vas a aguantar, seguro te va a quemar un poquito, pero es para curarte, cómo vas a estar así sin comer, después ya ni agua vas a poder pasar, y no te vamos a ver así, hasta cuándo. No te va a doler mucho, tú eres bien hombrecito, un ratito nomás va a ser para que te cures de una vez. No vayas a cerrar la boca, mira que ya está pasando.

La fricción de las hojas secas contra las llagas vivas de las ampollitas desbarrancaron mis lágrimas, contra mi decisión y voluntad de aguantar como los machos. Ante tanto dolor, pensé que debía rebelarme, total, mi papá no me había mandado para que mi abuela experimente sus curaciones caseras, sino para que me examinen en el Hospital, un médico tenía que ver mi problema y seguro que con dos o tres pastillas se arreglaba todo el asunto. Pero, nada podía decir ya, no había posibilidad alguna de salvación. Ya la abuela ha guardado su inicial delicadeza y finura y ahora está restregando literalmente las hojas secas contra las débiles paredes de mi caverna bucal con tal fuerza que mis aterrados y desesperados gritos han salido con virulencia. Ni cuando la señora vecina intervino, mi abuela dejó la fricción, si bien iba respondiendo algo, su mano no descansó un instante. Imposible calcular cuánto duró la tortura, pero cuando mi abuela paró la masacre bucal, ya yo estaba sin aliento, con una quemazón y unos dolores como no han existido jamás en el universo todo.

- Ya te va a pasar, descansa, ya terminé, ya cálmate, - me consolaba, mientras me daba a tomar unos emolientes especiales que había preparado.
No sé cuánto tiempo estuve tirado sobre la cama, claro que ya había dejado de gritar, tenía mojadito hasta el cuello con tanto que había llorado y fui encontrando la tranquilidad que antes no había tenido y me quedé dormido soñando no sé en qué mundos sin dolores en la boca.

Ha llegado un nuevo día. Después de levantarme, mi abuela hizo que me enjuagara la boca con unos preparados especiales, y aprovechó para darle una mirada a ver cómo iba evolucionando el trabajito de ayer tarde.

- Está bien, - dijo -, el enrojecimiento va a ir pasando poco a poco, si esto va así, no habrá necesidad de repetir la curación, parece que todos los granitos van a desaparecer, veremos hasta la noche.

Ya pude comer bien hoy día, parece que los tiempos de martirio han pasado. Un nuevo examen y el diagnóstico final:
- Sólo vas a tomar este emoliente y estás listo para regresar, no debes seguir faltando a la Escuela.

Después de dos días, en que estuvo recorriendo Puquio averiguando algún carro que saliera para Andamarca, hoy me ha despedido recomendándome a una señora de Aucará que ha aceptado el encargo con mucha amabilidad. Total, ya en mi pueblo, no iba a perderme.

Esta vez, el viaje lo estamos cumpliendo en el camión de don Abdón Aguilar y, como no podía ser de otra manera, mi abuela me ha proveído de una buena bolsa de rosquitas, alfajores, maicillos y panes puquianos, para que todos los chicos y tus papás, siquiera los prueben, ya que no sabemos hasta cuándo será.
Sería las nueve de la mañana cuando me hizo subir a la plataforma del camión viajero. Con mi bolsita de panes, mi costalillo con mis ropitas, mi ponchito y mi sombrerito, me acomodaron junto a la delegación de pasajeros. Claro que también el camión estaba lleno de cajones, costales, cilindros y no sé qué cachivaches más. Recuerdo, por ejemplo, que yo estaba arrimado a una llanta enorme, casi del tamaño de una vaca. Los comerciantes llevaban mercadería surtida, azúcar, arroz, kerosene, cerveza, harina y también frutas. Cada viajero ha hecho un espacio para sentarse, tapándose con sus frazadas.

Un joven que era el ayudante, iba en la canastilla construída sobre la caseta desde donde operaba el chofer, don Abdón. Con mi natural prudencia yo iba calladito, ansioso por llegar cuanto antes a mi pueblo. Mientras el camión gemía en la dura cuesta, vimos que el sol se perdió, y las nubes cubrieron el cielo con tal empuje que ha empezado a llover. Rápidamente, el ayudante asistido por algunos caballeros ha cubierto el camión con una toldera de lona especial. Ahora, ya no podemos asomarnos para ver por las rendijas qué ocurría en nuestro camino, menos podemos calcular dónde nos encontramos. Yo tenía sensaciones raras, por ratos ni podía precisar si el carro iba hacia adelante o atrás o hacia un costado. Felizmente, no tuve ese problema de algunas señoras o chicos que empezaban a arrojar. Decían que se habían mareado. El problema era serio, porque había que cubrirse y dejar de ver, pues el espectáculo también podría provocarnos las náuseas. “Ama qawaychu”, recomendaban con imperio las personas mayores.(Seguiremos).

lunes, 3 de junio de 2013

¿INDIO YO....? ¡ESTÁS BIEN C....!


De pronto nos tocan con fuerza la puerta a ver si despertamos. Asuntos que creíamos vencidos por la historia, han vuelto a ponerse sobre el tapete. La pregunta es muy sencilla: ¿somos indígenas?. Me estoy corriendo el riesgo de que me conviertan en piñata, porque decirle “indio o indígena” a un peruano nacido en la sierra de nuestra patria, es proferirle el peor insulto.

La coyuntura es realmente jodida. Si las comunidades andinas no nos reconocemos indígenas, simplemente no tenemos derecho a la Ley de Consulta Previa. Así de simple. Ese “consuelo” que nos habían alcanzado al nombrarnos “campesinos” para librarnos del baldón de llamarnos indios o indígenas no funciona en este caso. O somos indígenas o somos mestizos. No hay más. Recordamos que el Día 24 de Junio, Día del Indio, pasó a llamarse Día del Campesino por la Ley de Reforma Agraria, promulgada por Velasco.

El tema es que el Gobierno ha otorgado el cúmplase a la Ley N° 29785, Ley de Consulta Previa, en aplicación del Convenio 169 de la OIT, dictada el 27 de Junio de 1989. Este Documento recomienda a sus países miembros a implementar la Consulta Previa …. “reconociendo las aspiraciones de esos pueblos (indígenas o tribales) a asumir el control de sus propias instituciones y formas de vida y de su desarrollo económico y a mantener y fortalecer sus identidades, lenguas y religiones….”
Más allá, en el Art. I, establece: “El presente Convenio se aplica a: A)…… B) a los pueblos en países independientes, considerados indígenas, por el hecho de descender de poblaciones que habitaban en el país o una región geográfica a la que pertenece el país en la época de la Conquista o colonización o del establecimiento de las actuales fronteras estatales y que, cualquiera que sea su situación jurídica, conserven todas, sus propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas o parte de ellas….”

Como quiera que los territorios de nuestras Comunidades andinas están siendo literalmente invadidos por las empresas mineras, se ha generado un bolsón de conflictos sociales. El Ministerio de Energía y Minas otorga Concesiones a dichas empresas, en territorios de las comunidades campesinas. Y las operaciones externas se realizan sobre la oposición de muchas de estas últimas que reclaman la aplicación de la Ley de Consulta Previa, por lo menos. Entonces, desde los centros de poder, a regañadientes, se acepta “consultar”, pero SOLO A LAS COMUNIDADES INDIGENAS.
Y aquí viene el nudito: ¿cuáles son, cómo se llaman, dónde están esas comunidades indígenas?...

Desde el punto de vista gubernamental, quedan muy pocas de ellas en el país. Por lo pronto, a pesar de provenir de una comunidad indígena, el Presidente ha pontificado que en la costa y en la sierra ya no existen comunidades indígenas, que éstas sólo se encuentran en la selva. El Viceministerio de Interculturalidad del Ministerio de Cultura, encargado de implementar el Reglamento y la aplicación de la Ley de Consulta Previa, asumió la tarea de elaborar la Base de Datos de las Comunidades que gozan de ese derecho. Es lógico que se haya solicitado la opinión de expertos y estudiosos, pero ha sido tal el problemón creado por la falta de consenso, que el funcionario responsable, ha debido renunciar a su cargo. Desde los altos niveles del Gobierno se ha dicho que “el Convenio 169 de la OIT no es aplicable puesto que la población peruana es predominantemente mestiza…” “Las Comunidades Campesinas, que en su origen fueron ancestrales –indígenas- con el desarrollo de la civilización ahora son mestizas, tal es el caso de las comunidades campesinas de la costa y de los valles interandinos de la sierra...“ Otros estudiosos han manifestado: “lo indígena es sólo un ilusión de quienes viven anclados en el pasado…”
Nuestro conocido Juan Ossio ha escrito: “Desconocer que gran parte de las Comunidades interandinas, sean de habla quechua, aimara e incluso hispana, son indígenas, es una señal de absoluta ignorancia por parte algunos miembros del actual gobierno…”

Por supuesto que la discusión tiene larga historia, desde la invasión europea. No es reciente. ¿Nuestras comunidades andinas son indígenas o no?.. El empresario minero que necesita entrar en sus territorios, va a decir que no lo son y, en consecuencia, NO les corresponde acogerse a la Ley de Consulta previa, porque “no toda Comunidad es un pueblo indígena”. El Primer Ministro ha hablado de algunos indicadores: 1° que la comunidad tenga lengua originaria o nativa, 2° que esté establecida en tierras comunales ancestrales y 3° que la población deberá estar conectada a patrones culturales, ancestrales antes de la Colonia. ¿Nos suena a conocido?...

Bueno, así están las cosas. Según algunas versiones, la dichosa Lista o Base de Datos de Comunidades Indígenas ya está elaborada desde el año pasado, con sólo 52 miembros. El Ministro de Energía y Minas señaló, entretanto, “que 14 proyectos mineros de la sierra no pasarán por consulta previa porque no hay comunidades indígenas en esa región”… La pregunta es ¿por qué será que no quieren publicar la tantas veces mencionada Base de Datos… ¿Nuestras comunidades lucaninas figuran en dicha lista?. ¿Hemos sido reconocidos como indígenas, para que nos alcance la Ley de Consulta previa?.. ¿O hemos sido excluídos por haber cambiado nuestra condición de indígena por la de mestizo?...

No hay que olvidar que la consulta previa no sólo es para situaciones de minería sino para todo lo que concierna a nuestra propia organización y formas de vida. La aludida Ley lo declara: “Es el Derecho de los pueblos indígenas u originarios a ser consultados de forma previa sobre las medidas legislativas o administrativas que afecten directamente sus derechos colectivos sobre su existencia física, identidad cultural, calidad de vida o desarrollo… La finalidad de la Consulta es alcanzar un acuerdo o consentimiento entre el Estado y los pueblos indígenas originarios respecto a las medidas legislativas o administrativas que les afecten directamente…”

Y a todo esto ¿cómo vamos por casa?.. ¿Qué dicen, qué hacen nuestros dirigentes comunales, nuestros representantes o nuestro pomposamente llamado “gobierno local”?... Por desgracia, parece que ni se dan por enterados. Están en otra nota, como quien oye llover. Desconozco que hubieran tratado el problema siquiera en alguna reunión informal. Parece que se han creído la monserga de que el asunto no nos concierne, que sólo es un tema de las comunidades de chunchitos o nativos de la selva. Hay que recordar que éstos sí se están batiendo heroicamente, con todos los medios a su alcance.
No se ve algún movimiento en nuestra zona. Peor aún, alientan abiertamente la minería. ¿Habrán terminado de gastar, mis paisanos andamarquinos, las treinta Luquitas que una minera les pagó para ingresar a Quilcata y horadarla a su gusto?... Si, como se sabe, algunos de ellos andan buscando mineras, ¿qué pito les interesará la Ley de Consulta Previa?...

Pero, no divaguemos. Al tema, como dicen los sabihondos de mi tierra: ¿Cómo es?... ¿Somos indígenas o no?... Por lo pronto, nuestro simpático Alcides Canales se declaraba a voz en cuello como “el último misti de Andamarca”.
Lo que es yo, cuando me obligan a asistir a esas reuniones de encopetados paisanos, con harta corbata y rubias cabelleras pintadas, me cobijo en algún rinconcito y, si encuentro a alguien que piensa como yo, le invito: “Qamuy, yau Belacha, cay cuchuchallapi natural pura parlacusun”….

Cuestioncita previa

Desde los artículos iniciales, he procurado no tocar temas de coyuntura política en estas páginas. Pero, vivimos tiempos que exigen rápidos y claros pronunciamientos de nuestra parte. Espero aportar un granito de arena siquiera, con la esperanza de que reaccionemos y tomemos actitudes coherentes con nuestra historia y el futuro que buscamos forjar en nuestros pueblos.

Indígena: Originario del país de que se trata.
Indio: Natural de la India. Se dice del indígena de América o sea de las Indias Occidentales, al que hoy se considera como descendiente de aquel, sin mezcla de otra raza. (Diccionario de la Real Academia Española).


martes, 5 de marzo de 2013

MAQTA MAQTA PALABRACUQ

- Yamqam nihuaq yau Luisan yau, concejumantam qamuchcani, cunancamam chaypi caycunicu, yau. Ñoqam asuan palabraycuniqa, manam creewaqchu, maqtachatam palabraycuni. (No digas, Luisa, estoy viniendo del Concejo, allí hemos estado hasta ahorita. Tal vez no lo creas, pero yo soy el que más ha hablado y discutido).

Luisa, la esposa que casi no había podido dormir preocupada porque tayta Cefi no volvió en toda la noche, soñolienta como estaba, no hizo mayor aspaviento y empezó a levantarse para acometer las tareas del día. No recordaba haber escuchado anteriormente, alguna intervención de su esposo ni en los cabildos, ni en las reuniones del Barrio, mucho menos haberlo visto discutir por tantas horas. El caso es que “el don” había salido a las ocho de la noche a la reunión que con insistencia convocaban desde el Concejo, para tratar temas de interés general, según repetían por los parlantes. Luisa, la diligente esposa de don Ceferino Huamaní, comunero andamarquino, estuvo tentada a acompañarlo cuando, como nunca, éste calzó el poncho nochero y le avisó que se iba al Concejo. Desistió de su propósito al recordar que debía terminar de escarmenar la lana para el poncho que pensaba mandar tejer para su compañero.

Ceferino era conocido por su carácter parsimonioso, bonachón, fácil para hacer amigos. Ingenioso, solía matizar su charla con salidas jocosas, que repetían acontecimientos de la rutina pueblerina. Luisa Astovilca, su esposa, después de servir el diario desayuno a sus tres hijos para que se vayan a la Escuela, se dirigía a Puquioqta o Yarpu, para ordeñar las vaquitas y hacer el queso que esperaban los compradores recolectores. Cuando retornaba a partir de las cuatro de la tarde, ya los chicos que descansaron de la Escuela, se habían servido el mote y la lawita del almuerzo. Ceferino, en cambio, quedaba en casa a cumplir su chamba de zapatero y carpintero. Para ello, había armado un pequeño taller en el corredor y parte del patio de su casa. Hasta allí llegaban los clientes y, felizmente, no faltaban las solicitudes de manera que siempre tenía trabajo pendiente. Naturalmente que si había urgencias, acompañaba a la mujer a la chacra, a renovar los cercos y andenes. En las épocas de sembrar el maicito, las habitas o la papita, o de almearlas y finalmente cosecharlas, prácticamente, clausuraba el taller, porque se dedicaba de lleno a las labores del campo.

Don Cefi, como lo conocían en el pueblo, practicaba la filosofía de la paz absoluta, no meterse en nada con nadie, para no cargar responsabilidades. Era absolutamente reacio a asistir a los cabildos o reuniones públicas. Algunos amigos solían visitarlo en su taller de cuando en vez, para gozar de su conversación. Jugaba con el doble sentido de las palabras o trataba de disfrazar las noticias con sus chispazos de humor e ingenio. Quienes iban a encargar o recoger sus trabajos, a veces, solían llevar traguito. Entonces, la conversación se prolongaba y el trabajo se retrasaba. Claro que en esos días, doña Luisa se pegaba unos colerones de marca mayor, porque lo encontraba ya en otros mundos o simplemente se había ido a la tienda a seguir sus fraternas sesiones espirituosas. En líneas generales, sin embargo, podía decirse que estas francachelas no eran frecuentes. Por el contrario, era más conocido como un personaje de su casa, muy obediente a su mujer, por lo que era conocido como uno de los “pisados o sacolargos” del pueblo.

Pero, algo raro está pasando en estos días. Tayta Cefi quiere estar más en la calle y está quemando cerebro en una febril búsqueda de pretextos para ello: voy a ir a pedir agua al Alcalde para la chacrita, o voy a clavar la puerta o la ventana en la casa de la señora Rufina. La desazón que lo tenía acogotado, porque tales razones eran muy limitadas y no requerían de mayor tiempo, ha sido vencida de pronto con esta inusual ráfaga de contagiante entusiasmo. Hoy está feliz y sonriente. La ocasión, se le ha presentado formidable, pintadita, a su medida. Están citando a la población a reuniones de trabajo con los técnicos del Ministerio de Agricultura que ya están en el pueblo. Han dicho que la asistencia es obligatoria y que van a ser muy estrictos con el control durante los cinco días que debe durar la capacitación para un programa de riego tecnificado que han venido a implementar.

Don Cefi, pues, se ha forrado bien, - ya lo dijimos -, y a las 7.30 en punto ha registrado su asistencia en el Auditorio del Concejo. Cuando a las diez y treinta de la noche levantaron la sesión agradeciendo a los concurrentes, don Cefi se escabulló rápidamente. Algún compañero de barrio que estaba pensando tenerlo de acompañante en el trayecto de retorno, no lo pudo encontrar, simplemente se había hecho humo.
El caso es, pues, que tayta Cefi ha entrado a su casa a las cinco de la mañana y apenas ha podido ganarse alguna cabeceadita sobre la cama, mientras la esposa ya prendía el fogón.

Todo va de maravillas, hasta que aparece el diablillo que está ocioso, mirando y buscando la mejor ocasión para joder la vida del triste mortal. Doña Luisa, regresaba de ordeñar la vaca, jalando su baldecito con suero y los dos moldecitos de queso recién amarrados y venía conversando con mama Cerila. Entre tantas cosas que se referían mutuamente, Luisa comentó que su esposo estaba de mala noche porque el pobre había amanecido en el Concejo, en la extensísima reunión que había tenido que soportar con esos señores recién llegados.

- Achikiaqtañam wasiman ustuycamun. (Ha entrado a la casa ya al amanecer).

Casi con orgullo le dice que su esposo es quien había llevado la voz cantante, el que había reclamado más, defendiendo al pueblo.

- Ñoqapaqa mam achikiamunchu. Paimiki conceju llaveta qapin, lliu llavispañam qamun. Quk tutacunaqa mastam cancu. Chisiqa manaraq chaupi tutallapipas qamurun. (El mío no se ha amanecido. El guarda las llaves del Concejo, viene después de cerrar todas las puertas. Otras veces demora más. Anoche vino a la casa antes de la medianoche).

Doña Luisa no encuentra cómo resolver este misterioso jeroglífico... ¿Cómo era que este señor había cerrado las puertas del Concejo antes de la medianoche y cómo era que su Cefi se había amanecido discutiendo en esa misma sesión?... ¿Es que su marido no era el invencible discutidor, el que hacía los discursos que duraban hasta el amanecer?...

- Maqtasutam palabaraycuni, mana pisipayta. He discurseado formidablemente, sin cansarme, le había dicho… ¿No sería que habrían continuado la reunión en otro sitio?... Pero, si ni siquiera había venido borracho, sanito había llegado.

El ciclo de juntas habrá de continuar sin cambios el día de hoy, como está programado. Tayta Cefi, por supuesto, con el aura de tremendo polemista, asistirá en primera fila. Igual que ayer ya está enfundado en su poncho y hasta ha tenido la precaución de cambiarse de ropa.

- A veryá cunampas imatachiki ninqacu. Capaschiqui demorachiwasun chisi qina, ñoqaqa pasacamusaqmi. Manam malanochenaypaqchu cachcani, samacunaymi. (A ver, pues, qué dirán hoy día. Tal vez quieran demorarnos como anoche, yo me voy a venir, no estoy para malas noches, tengo que descansar).

Con la emoción reventándole en las venas, tayta Cefi, ha dado los toquecitos cómplices en la puerta ajena y con el corazón latiendo a mil se apresta a ingresar. Arrobado como estaba, casi ni sintió el violento manotazo y el empujón de su mujer.

- Caymiki casqa maqta palabraykiqa, au?... Ñoqa ampiñataq, chainachiki, palabraycuchcanchiki, qosayqa maqta maqta palabrayuqchiki nisqani, au, yau cuchi?...(Con que ésta había sido tu tremenda palabra, no?. Yo, tontonaza, será así, pues, mi esposo estará asombrando con tremendos discursos, será un incansable discurseador, diciendo te estaba creyendo, ¿no, oye, puerco?....