viernes, 4 de enero de 2013

NAVIDAD ES LA FIESTA DEL NIÑO VICTOR

Un buen grupo de familias procedentes de San Juan de Lucanas logró asentarse en Andamarca durante los primeros años del siglo pasado. Sabido es que la comunidad andamarquina desde sus orígenes se mantuvo tan hermética y afincada en sus raíces que los españoles casi ni ingresaron por aquí.

La Reducción de pueblos indígenas fue un proceso administrativo ordenado por el Virrey Toledo, y consistió en la concentración de las poblaciones nativas en centros que se refundaban con estructura hispana, utilizando los esquemas ajedrezados para sus calles, a fin de permitirles un mejor sistema de control. Los pueblos vecinos sometidos a este proceso, conservan los nombres y los santos bajo cuya advocación fue cumplida esta transformación. Andamarca, no obstante haber sido el centro administrativo de toda la nación Rukana, parece ser que no vivió esta refundación española. No resulta necesaria mayor fundamentación a este aserto. La inconmensurable construcción de andenerías vigentes hasta nuestros días habla de miles y miles de trabajadores guiados por técnicos de altísimo nivel, bajo una estructura jerárquica de la máxima importancia.

En estas condiciones, a los migrantes de San Juan, no les resultó fácil la tarea de ser aceptados en Andamarca. Es obvio que llegaron con sus creencias, sus costumbres, sus expectativas y su diferente manera de ver el mundo. La agricultura era su actividad principal. También se dedicaban al comercio, llegando -con estos afanes- a diversas poblaciones vecinas. Dos de sus iniciativas fueron aceptadas rápidamente por los nativos: la implantación de un sistema escolar básico y la construcción de una capilla para atender sus necesidades de fe. Téngase en cuenta que los evangelizadores destacados por los encomenderos habían hecho muy poco debido a esa férrea resistencia a los invasores. Los nuevos moradores trajeron, por ejemplo, muy pronunciada la devoción al Niño Jesús de Praga.

La familia Canales, una de las que procedía de San Juan, se dedicaba a actividades comerciales, y viajaba a distintos pueblos en ese afán. En estos trajines, don Braulio Canales llegó a frecuentar a una familia de Chiara, Apurímac, que conservaba y rendía culto a la imagen de un Niñito de características muy particulares. Apelando a los vínculos de gran amistad establecidos, don Braulio les pidió permiso para traer al Niño a Andamarca, donde inmediatamente se ganó un lugar muy especial en el corazón de sus gentes. No tuvo que pasar mucho tiempo para que los devotos se organizaran, de modo tal que el Niño pasó a ser reconocido como Patrimonio del pueblo. Lógicamente, hubo necesidad de enviar comisiones especiales que obtuvieron la aquiescencia de la original familia apurimeña. Refieren los devotos que el mismo Niño se presentó en sueños para decir que su nombre era Víctor y que deseaba quedarse en el pueblo. Desde entonces, el cariño y la devoción hacia El se extendieron de manera absolutamente general.

Los devotos andamarquinos buscaron la forma de brindarle el mejor homenaje. En primer lugar, escogieron las fiestas de Navidad como la fecha más apropiada. Para bailar y entonar los villancicos nativos, las damas y sus hijas se vistieron de waylías y los caballeros fueron los machoq o pastores, en vista de que todavía no se contaba con cuadrillas que practicaran este baile de saludo al Niño recién nacido. Además, con la intención de magnificar la Fiesta, se decidió realizar la entrada del chamizo precedida por caballería de paso lujosamente enjaezada a la usanza de las grandes capitales. Desde entonces, acostumbramos juntar la mayor cantidad de animales de carga: burros, caballos, mulos, llamas, etc., que cargan la retama desde los bajíos de Poqa. En los primeros años, todos los fieles participaban procurando que las acciones programadas fueran cumplidas con el mayor brillo.

Posteriormente, debido al indetenible crecimiento del afecto popular, se decidió encargar las responsabilidades a los señores Cargontes. Desde entonces, la Fiesta del Niño Víctor, de ribetes magnificentes, corre bajo la responsabilidad de un Mayordomo, un Adornantes, dos chamiceros y dos pastores.
Como quiera que la Iglesia se abría pocas veces al año por la falta de un sacerdote que brindara servicios permanentes a la creciente feligresía, dejar la nueva imagen en alguno de los retablos del altar no era lo más conveniente. Recuérdese, además, que el Niño no había venido de una Iglesia sino de una vivienda particular. Decidieron, en consecuencia que, por el período de un año, un devoto designado como el Mayordomo se encargaría de brindarle los mejores cuidados en su casa. Este devoto, pues, tiene el privilegio de contar con tan distinguido huésped y para facilitar las visitas de sus devotos, habilita un ambiente especial de su vivienda. La visita al Niño es una costumbre que practican los fieles, llevando unas velitas o cualquier otra especie de significación infantil, como juguetes, ropitas, etc. Antes de realizar un viaje o cuando lo hemos culminado, cuando se va a asumir compromisos de vida o se va a tomar decisiones trascendentes, cuando se necesita de su auxilio, es oportuno realizar esta visita. El Adornante es el cargonte responsable de preparar con la mayor vistosidad las andas, para la Solemne Misa y las procesiones de la Fiesta central.

Los dos chamiceros deberán acarrear la mayor cantidad de chamizo, cuyas llamaradas se elevarán al espacio azul en la Nochebuena, inundando el ambiente con el perfume de la retama. La llegada de las dos caravanas que traen el chamizo es realmente espectacular e inolvidable, a las tres de la tarde en el barrio de Antara. El Mayordomo lleva en brazos al Niño y el jolgorio y la alegría singular del pueblo no conoce límites. Allí están las Bandas de música, los atajos de Machoq y waylías derrochando emoción en sus danzas cadenciosas y sus villancicos que llegan hasta el cielo, y los cohetes hienden el espacio. Por eso, los fieles andamarquinos llegan a esta celebración desde todos los rincones del país y del mundo. Con los años, la devoción al Niño ha dejado de ser privativa de los andamarquinos y ha crecido de manera sorprendente. Ahora, el Niño tiene devotos en casi todos los pueblos del Perú y también es conocido y venerado en el extranjero.

El andamarquino también ha aprendido a emigrar, en el afán de buscar y realizar mejores horizontes. Este alejamiento del lar nativo no significa rompimiento ni olvido. Por eso, en todas las ciudades, los andamarquinos han buscado juntarse, organizándose en Asociaciones representativas. Como no podía ser de otra manera, han procurado mantener sus costumbres, sus tradiciones, materializando sus inquietudes con acciones de apoyo al pueblo natal. Y, lógicamente, la devoción al Niño necesita expresarse. Con esta finalidad, han sido constituídas Hermandades del Niño Víctor Poderoso, las mismas que se encargan de organizar y canalizar el cariño de todos los fieles al querido Niño, Patrono de Andamarca.


No hemos podido estar en Andamarca este año. Un abrazo muy cordial, afectuoso, a todos nuestros compoblanos. Nuestros mejores deseos y fervientes oraciones al Niño, para que 2013 nos traiga salud, unión y sea el espacio que nos permita la realización de nuestros más fervientes anhelos. Minchacama.