martes, 12 de mayo de 2009

APU YAYA JESUCRISTO III

Con la emoción de saberse realizadores de una tarea histórica, ubicaron con sumo cuidado su valioso cargamento en la litera preparada y asegurada con la magistral habilidad que los distinguía y estaban listos para las más duras tareas. Habían decidido que sólo cumplirían jornadas nocturnas. Saliendo del área poblacional se enfrentarían con el inconmovible desierto. Felizmente, la luna ayudaría para distinguir el casi imaginario camino, siquiera por algunas horas. En poco tiempo, los cargadores exponían los mejor de sus conocimientos y fuerza, ya que en cada pisada se hundían hasta las rodillas y el avance en estas condiciones era muy penoso. Los más rudos recordaban cómo sus mayores les habían referido que sus antepasados recorrieron muchas veces los confines del Imperio del Sol, cargando el trono del Inca por todos los caminos imaginables, por sectores arreglados, pero también por zonas excesivamente difíciles como la que ahora estaban enfrentando. Cada cierto tiempo, hacían un alto obligado para reponer fuerzas, buscar un poco de agua y también acullicar la hoja sagrada de la coca.

Cuando vieron clarear la aurora constataron que había sido casi insignificante el trecho avanzado. Se esforzaron más, pero ya entrada la mañana, agobiados por la fuerza del insobornable calor, tuvieron que buscar una estación para protegerse hasta la tarde y reparar energías degustando, por supuesto, el mote, la charqui canca, la cancha, el puspu combinaditos con algunos sorbos de buen “secante” a base de caña.

Más o menos, a las cuatro de la tarde, aún con los rayos solares asfixiándolos, decidieron retomar el afán. Verlos en esos esfuerzos, era conmovedor. Avanzando penosamente, liberando con gran esfuerzo sus pasos de la arena, que se encaprichaba por aprisionarlos con más furia. Repitiendo una y otra vez, sin sosiego, el afán. Otra jornada, otro amanecer en el desierto. Pero esta vez, comprobaron con alegría que estaban ya saliendo de Trancas y que con un poquito más de vigor estarían pisando tierra firme. Con renovada energía recorrieron los tramos finales y le dijeron adiós, bailando, a los últimos pliegues de arena movida. Ahora descansarían sólo lo suficiente, porque podrían retomar la ruta desde el mediodía, tratando de llegar siquiera hasta las proximidades de Sancos.

Quien los viera no dejaría de condolerse por la magnitud del esfuerzo y se preguntaría por el contenido del misterioso y enorme equipaje que con tanto cuidado llevaban a cuestas. La siguiente jornada los llevó hasta las inmediaciones del Palla Palla, precisamente la estancia en la que pernoctaran la primera noche de salida. Ya estaban en su medio. Aquí conocían de memoria todos los recovecos y hasta las vizcachitas del camino parecían saludarlos. La que sabían iba a ser la última jornada la cumplieron fácilmente. Apenas vencida la medianoche iniciaron el trayecto hacia Yauriwiri, Qaqlavisca, Toryana.

Pasado el mediodía, se encontraron en Sankupata con la bulliciosa comitiva que, encabezada por el Ecónomo, había salido en su alcance. Ya no quisieron demorar más. Apenas se sirvieron algunos alimentos. Querían llegar al pueblo antes del anochecer. Los voluntarios de recambio solicitaron el privilegio del carguío y todos juntos, tomaron por Uchuy Puza, Wayrincayoq, Pururo, Milagro Qocha, Aqo y ahora, en la pampa de Totora el mismo cura párroco, estaba dándoles la agradecida bienvenida al frente de la emocionada población. Las mujeres habían preparado unas cintas rojas que circundaron los sombreros de los comisionados, recordando los distintivos especiales que en la cabeza llevaran sus mayores, para ser reconocidos como “los pies del Inca”. En adelante, lucirían tal distintivo en cada ceremonia o reunión del grupo poblacional. Desde entonces, dichos personajes fueron saludados y nombrados como “los lomas”, “lomaskuna”, con el mayor respeto. Las expresiones de gratitud de la feligresía siempre magnificaron con orgullo el coraje, el vigor, la decisión de quienes habían culminado tan especial hazaña.

El sacerdote, ya en el Templo, ofició una Misa de Agradecimiento al Padre Dios por este don y los andamarquinos sintieron emociones tan especiales y tan diferentes... Las lágrimas bañaban los rostros cuando, hombres y mujeres, niños y ancianos, con más fervor que nunca, entonaron el “Apu Yaya Jesucristo” acompañadas sus voces, por ese sonido tan dulce, tan cálido del flamante melodio. Parecía que las más tiernas avecillas de todas las quebradas se hubieran juntado aquí y expresaban eso que rebalsaba de todos los agradecidos corazones.


Han pasado los años.
El escenario es, otra vez, la Iglesia del pueblo. Mons. Otoniel Alcedo oficia una Misa como acto central de su Visita Pastoral. El ha venido desde Huamanga para asistir religiosamente a los fieles andamarquinos. Conoce muy bien los problemas nacidos en la carencia de Párroco. Los cánticos, como desde hace cincuenta años, son guiados por el viejo Nicanor Inca.

La oportunidad trae al recuerdo las estampas vividas desde cuando “los Lomas” pusieron el melodio en Andamarca. El padre Valenzuela, entonces, invitó a quienes desearan capacitarse en el aprendizaje del instrumento, en Cabana, precisamente con el maestro que lo había estrenado. Nicanor, por supuesto, cumplió entusiasmado estos ciclos y, desde entonces, nadie le ha disputado el puesto de Cantor en el templo de Andamarca. El, a su vez, ha ido enseñando a otros jóvenes. Hasta don Julito de la Torre estuvo practicando un tiempo.

Mañana, el “Santo Obispo”, - como lo acostumbra nombrar la feligresía-, habrá de continuar su peregrinaje. Ha llegado hace dos días y ha cumplido jornadas agotadoras, en las que ha bautizado, ha administrado la confirmación, ha celebrado matrimonios, actividades que fueron acumulándose en espera de un Ministro. El adiós a tan alto dignatario será muy afectivo. Las hermanas “beatas” encabezarán la comitiva que lo acompañará hasta Palta Rumi en Anyanayso, entonando tristes harawis de despedida, que emocionarán hasta las lágrimas. Entregarán también caywis o presentes trenzados con productos de la región como los mejores quesos y frutas y, sobre todo, mucha carga de enternecido cariño filial.
Con tristeza, el viejo cantor, reconoce cómo el paso de los años ha venido ocasionando insalvables deterioros en el melodio.

Cada vez que otras manos pulsan las teclas desvencijadas del melodio, cada vez que los pedales cansados y enmohecidos parecen reclamar a gritos por la crueldad del tiempo, en las paredes del Templo, en los caminos polvorientos, en el cielo siempre azul y, sobre todo, en la conciencia andamarquina brillarán relucientes y diáfanos: la generosidad, el gesto heroico, la acción imperecedera de los “lomascuna”.
Cada vez que, en las ceremonias religiosas, las flautas ya desafinadas del melodio ensayan una plegaria, todos estamos viendo en la penumbra a aquel grupo de hombres, peleando solos, mordiendo con su sangre el cansancio para vencer un desafío imposible, movidos sólo por esa enorme voluntad y esa gran Fe que asumieron con verdad.

miércoles, 6 de mayo de 2009

APU YAYA JESUCRISTO - II

Desde los españoles, las cosas han cambiado notablemente en Andamarca. Mucha gente nueva ha aprendido a venir por aquí y no con las mejores intenciones. Mientras los curas se esforzaban en su loable intención de bautizar a los naturales, al mismo tiempo, aparecían las obligaciones: los tributos y los trabajos gratuitos en lugares tan lejanos y desconocidos que muchos no volvieron jamás. Por eso, el pueblo procuraba mantenerse casi aislado.
No obstante ello, los andamarquinos tenían comunicación frecuente con el exterior. Desde tiempos inmemoriales sabían bajar hasta Chala. Algunos crianderos de llamas, por ejemplo, prestaban servicio de carguío de minerales hasta Lomas, el puerto costeño, ubicado entre Ica y Arequipa, que se mira en linea recta con Sancos y Chaviña. Allí acoderaban los barcos procedentes de Lima. La ruta de los andamarquinos atravesaba la cordillera. Salía por Sankopata, Qaqlavisca, Yauriwiri, Palla Palla, Sarasara, Sancos, descendía a Las Trancas, al desierto de Bella Unión y Acarí, y llegaba al puerto. Era un camino sumamente difícil y extenuante...

Es hora de la acción.
El Ecónomo ha venido barajando nombres para seleccionar un buen equipo de cargadores. La tarea es, en extremo difícil: por ello, hay que escoger a los mejores. Deberán armar una litera con maderos y sogas. Cómo calcular el peso del melodio...No será mayor al de los descomunales bultos que tuvieron que traer desde Killimsa, la vez que cargaron un camión al pueblo.

Esta noche, acompañado de algunos “prebistes”, armado de la reglamentaria copita de licor,-embajador de grandes realizaciones-, ha llegado hasta el domicilio de Francisco Tito. Extraordinario conocedor de la ruta, ha hecho los cálculos y ha sugerido algunos otros nombres. Luego de peregrinar casi hasta el amanecer, ha logrado conformar el intrépido batallón que se alista a partir: el ya mencionado Tito, Nazario Huamaní, José Capcha Mayor, Miguel Flores, Baltazar Paucar, Saturno “sacca” Ramos, Bino o Benigno Flores, y Aniceto Herrera, joven encargado de la “huastapa” (provisiones) que se llevaría en un burrito. Algunos, ya eran veteranos en estas lides, porque desde el mismo puerto, habían cargado las dos campanas que con brillo singular convocan al pueblo en las celebraciones religiosas. De esto, han pasado ya buenos años.
Las esposas han preparado el fiambre de manera apresurada porque mañana, a la medianoche partirá la comitiva casi en secreto, para que no se enteren los pueblos vecinos. La idea que bullía en el sentimiento era una sola: jamás nadie había ganado a los comuneros en sus decisiones. A cualquier precio, el desconocido melodio estaría en Andamarca, en algunos días. No olvidaron llevar con gran cuidado el documento extendido por el Padre Miguel.

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- Imanaruymanraq kay rupayta. Akakachallawya, yakullapas kanchu.
(¡Qué podría hacerle a este calor. Qué tal manera de quemar, ni agua hay!)
La expresión es de sumo cansancio y el sudor perla los rostros cetrinos de estos bravos caminantes, casi extenuados, pero felices porque ya están mirando el movimiento de Acarí, cerquita a Lomas, su meta.
- ¿Imaypim cachcanchik? Sabauñachús.
(¿Qué día es hoy, creo que es sábado?.
- Au, tay, sabauñamiqui.
(Sí, señor, ya es pues sábado.)
Convencidos de que no encontrarían un alojamiento voluntario para ellos, decidieron organizarse allí, a un costado del camino, un poco lejos de la entrada al pueblo, para hacer las gestiones respectivas. Ahora descansarían bien, mañana domingo muy temprano armarían la litera y el lunes se presentarían ante el “taytacha” Denegri, el único Agente de Aduanas que mencionaba el Poder conferido por el Yaya.
De verdad, se requería estar muy especialmente dotado para este trayecto.

Calurosamente despedida, desde Sankupata, la comitiva, detrás de su burrito huastapero, había cumplido el trayecto hasta Palla Palla, con relativa facilidad. Precisamente, en este sector hicieron la primera estación de dormida. Era trámite normal que pasado el medio día hubieran descansado en Toryana para dar cuenta del “qoqau” y el animal comiera algo de pasto. Luego habían redoblado el paso y casi sobre la medianoche, alcanzaron el reparador sueño. Muy de madrugada del siguiente día habían hecho hervir su lawita de maíz con charqui que, acompañado del infaltable matecito de viscataya, los había sostenido hasta la entrada de Paraysancos. En la necesidad de avanzar, siguieron esforzándose y habían tenido que dormir esperando la claridad de la madrugada para cruzar el río. Luego, al tocar ya la zona desértica el asunto se complicó de verdad. El burrito no avanzaba pues se hundía en la arena. Igual sucedía con ellos, y el agobiante calor complicaba más las cosas.
De todas formas, ya estaban aquí. Empezaron, por sí acaso, a racionar la comida, porque con estos problemas, es casi seguro que se requerirán más días que los presupuestados.

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- A ver, ¿qué tenemos por aquí?.
Entre asombrado y medio abusón, “Taytacha” Denegri trataba con la comisión de andamarquinos, presentes ahora en su oficina. Sabía quechua, pero para darse aires de extranjero, se hacía ayudar con uno de sus asistentes “en la traducción”. Enterado del asunto, ahora se tomaba la barbilla, le daba vueltas al documento y dizque procuraba encontrar una rápida solución al problema, en una estudiada representación que sólo tenía como objetivo obtener algo de los comisionados. Bien que los conocía desde los tiempos en que bajaban minerales para sus antecesores.
Resumiendo su posición, les dijo que el costo de la operación era fuerte y que no se iba a perjudicar entregándoles la herramienta así nomás, que tendrían que asumir los pagos ya que habían viajado con ese único objetivo. Francisco le explicaba que ellos solamente habían traído su fiambre y algunos maderos y sogas para el traslado y que el Padre Valenzuela les informó que todo estaba saldado, sin nada pendiente.
El Agente de Aduanas sabía que, efectivamente, las cosas estaban arregladas, pero no iba a perder su oportunidad. Por eso, les recordó que ellos eran buenos también para los minerales y que les aceptaría, si le traían siquiera unos cuantos bloquecitos...

Han salido desolados de la oficina y ahora están sentados frente al barandal, mirando las operaciones de los estibadores.
- Imaynamá chay tayta Pascual cayman despacharamuwanchik mana allinta yachaspa. ¿Qinallachu kutisun?. ¿Pitaq kaypi yanapayllapas yanapawasun?
- (¿Cómo ese tayta Pascual nos ha despachado hasta aquí sin averiguar bien?. ¿Tendremos que regresar sin nada? ¿Quién podría auxiliarnos aquí?).

El desaliento pintaba sus rostros mientras el ir y venir de los operarios agitaba más el ambiente. Alguien sugería que intentaran filtrarse para sacar el aparato a escondidas... Por supuesto que todos rechazaron la impracticable idea: ni siquiera conocían la máquina. Los curiosos que los veían tan tristes y cabizbajos, se condolían también. Alguien les aconsejó que volvieran a su pueblo y que trajeran al cura o, en todo caso, a algún representante con más capacidad de respuesta. Ellos respondían exhibiendo el documento respectivo. Denegri, por supuesto, se frotaba las manos, muy seguro que no tardarían en aparecer siquiera algunas barras de mineral.

Los peregrinos han retornado al improvisado campamento, bajo el cuidado de Aniceto. Precisamente, éste recordó haber escuchado el llamado de la campana. Significaba que había un Yaya en el pueblo, entonces. Con grandes esperanzas, retornaron inmediatamente al poblado y ubicaron fácilmente la Iglesia por su campanario. A Dios gracias, el Yaya era un gringo muy amable, grandazo, alemán. Integraban su feligresía muchísimos inmigrantes de la región de Sancos y Parinacochas, de modo que les entendió perfectamente bien.
Leyó el papel y les aseguró, que las cosas se arreglarían inmediatamente. Les invitó a subir a su vieja camioneta y fue con ellos al encuentro del aduanero. Cuando éste los reconoció con semejante abogado comprendió que la comedia había llegado a su final. Muy ladino, apenas saludó al sacerdote a quien conocía bastante bien, les dijo que se disculpaba, que había recibido instrucciones, y que los había estado buscando para entregarles el melodio, sin demoras Uniendo la palabra a la acción, dio órdenes a su personal para atender bien a los “amigos andamarquinos”, como zalameramente empezó a nombrarlos. El sacerdote bien que conocía de sus artes y, medio en broma, medio en serio, le dio una buena reprimenda.
Después, examinó el aparato, verificó sus características, exigió todos los documentos necesarios y felices todos, retornaron a Acarí. En la casa parroquial, les invitó algunos alimentos, les preguntó por las características de su pueblo, por sus costumbres, por el trabajo eclesial y les invitó a quedarse a dormir para iniciar el retorno ya al día siguiente. En frases entrecortadas, los comisionados exteriorizaron su gratitud, pero dijeron que era urgente caminar, porque durante el día el calor dificultaría más el avance.