Desde los españoles, las cosas han cambiado notablemente en Andamarca. Mucha gente nueva ha aprendido a venir por aquí y no con las mejores intenciones. Mientras los curas se esforzaban en su loable intención de bautizar a los naturales, al mismo tiempo, aparecían las obligaciones: los tributos y los trabajos gratuitos en lugares tan lejanos y desconocidos que muchos no volvieron jamás. Por eso, el pueblo procuraba mantenerse casi aislado.
No obstante ello, los andamarquinos tenían comunicación frecuente con el exterior. Desde tiempos inmemoriales sabían bajar hasta Chala. Algunos crianderos de llamas, por ejemplo, prestaban servicio de carguío de minerales hasta Lomas, el puerto costeño, ubicado entre Ica y Arequipa, que se mira en linea recta con Sancos y Chaviña. Allí acoderaban los barcos procedentes de Lima. La ruta de los andamarquinos atravesaba la cordillera. Salía por Sankopata, Qaqlavisca, Yauriwiri, Palla Palla, Sarasara, Sancos, descendía a Las Trancas, al desierto de Bella Unión y Acarí, y llegaba al puerto. Era un camino sumamente difícil y extenuante...
Es hora de la acción.
El Ecónomo ha venido barajando nombres para seleccionar un buen equipo de cargadores. La tarea es, en extremo difícil: por ello, hay que escoger a los mejores. Deberán armar una litera con maderos y sogas. Cómo calcular el peso del melodio...No será mayor al de los descomunales bultos que tuvieron que traer desde Killimsa, la vez que cargaron un camión al pueblo.
Esta noche, acompañado de algunos “prebistes”, armado de la reglamentaria copita de licor,-embajador de grandes realizaciones-, ha llegado hasta el domicilio de Francisco Tito. Extraordinario conocedor de la ruta, ha hecho los cálculos y ha sugerido algunos otros nombres. Luego de peregrinar casi hasta el amanecer, ha logrado conformar el intrépido batallón que se alista a partir: el ya mencionado Tito, Nazario Huamaní, José Capcha Mayor, Miguel Flores, Baltazar Paucar, Saturno “sacca” Ramos, Bino o Benigno Flores, y Aniceto Herrera, joven encargado de la “huastapa” (provisiones) que se llevaría en un burrito. Algunos, ya eran veteranos en estas lides, porque desde el mismo puerto, habían cargado las dos campanas que con brillo singular convocan al pueblo en las celebraciones religiosas. De esto, han pasado ya buenos años.
Las esposas han preparado el fiambre de manera apresurada porque mañana, a la medianoche partirá la comitiva casi en secreto, para que no se enteren los pueblos vecinos. La idea que bullía en el sentimiento era una sola: jamás nadie había ganado a los comuneros en sus decisiones. A cualquier precio, el desconocido melodio estaría en Andamarca, en algunos días. No olvidaron llevar con gran cuidado el documento extendido por el Padre Miguel.
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- Imanaruymanraq kay rupayta. Akakachallawya, yakullapas kanchu.
(¡Qué podría hacerle a este calor. Qué tal manera de quemar, ni agua hay!)
La expresión es de sumo cansancio y el sudor perla los rostros cetrinos de estos bravos caminantes, casi extenuados, pero felices porque ya están mirando el movimiento de Acarí, cerquita a Lomas, su meta.
- ¿Imaypim cachcanchik? Sabauñachús.
(¿Qué día es hoy, creo que es sábado?.
- Au, tay, sabauñamiqui.
(Sí, señor, ya es pues sábado.)
Convencidos de que no encontrarían un alojamiento voluntario para ellos, decidieron organizarse allí, a un costado del camino, un poco lejos de la entrada al pueblo, para hacer las gestiones respectivas. Ahora descansarían bien, mañana domingo muy temprano armarían la litera y el lunes se presentarían ante el “taytacha” Denegri, el único Agente de Aduanas que mencionaba el Poder conferido por el Yaya.
De verdad, se requería estar muy especialmente dotado para este trayecto.
Calurosamente despedida, desde Sankupata, la comitiva, detrás de su burrito huastapero, había cumplido el trayecto hasta Palla Palla, con relativa facilidad. Precisamente, en este sector hicieron la primera estación de dormida. Era trámite normal que pasado el medio día hubieran descansado en Toryana para dar cuenta del “qoqau” y el animal comiera algo de pasto. Luego habían redoblado el paso y casi sobre la medianoche, alcanzaron el reparador sueño. Muy de madrugada del siguiente día habían hecho hervir su lawita de maíz con charqui que, acompañado del infaltable matecito de viscataya, los había sostenido hasta la entrada de Paraysancos. En la necesidad de avanzar, siguieron esforzándose y habían tenido que dormir esperando la claridad de la madrugada para cruzar el río. Luego, al tocar ya la zona desértica el asunto se complicó de verdad. El burrito no avanzaba pues se hundía en la arena. Igual sucedía con ellos, y el agobiante calor complicaba más las cosas.
De todas formas, ya estaban aquí. Empezaron, por sí acaso, a racionar la comida, porque con estos problemas, es casi seguro que se requerirán más días que los presupuestados.
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- A ver, ¿qué tenemos por aquí?.
Entre asombrado y medio abusón, “Taytacha” Denegri trataba con la comisión de andamarquinos, presentes ahora en su oficina. Sabía quechua, pero para darse aires de extranjero, se hacía ayudar con uno de sus asistentes “en la traducción”. Enterado del asunto, ahora se tomaba la barbilla, le daba vueltas al documento y dizque procuraba encontrar una rápida solución al problema, en una estudiada representación que sólo tenía como objetivo obtener algo de los comisionados. Bien que los conocía desde los tiempos en que bajaban minerales para sus antecesores.
Resumiendo su posición, les dijo que el costo de la operación era fuerte y que no se iba a perjudicar entregándoles la herramienta así nomás, que tendrían que asumir los pagos ya que habían viajado con ese único objetivo. Francisco le explicaba que ellos solamente habían traído su fiambre y algunos maderos y sogas para el traslado y que el Padre Valenzuela les informó que todo estaba saldado, sin nada pendiente.
El Agente de Aduanas sabía que, efectivamente, las cosas estaban arregladas, pero no iba a perder su oportunidad. Por eso, les recordó que ellos eran buenos también para los minerales y que les aceptaría, si le traían siquiera unos cuantos bloquecitos...
Han salido desolados de la oficina y ahora están sentados frente al barandal, mirando las operaciones de los estibadores.
- Imaynamá chay tayta Pascual cayman despacharamuwanchik mana allinta yachaspa. ¿Qinallachu kutisun?. ¿Pitaq kaypi yanapayllapas yanapawasun?
- (¿Cómo ese tayta Pascual nos ha despachado hasta aquí sin averiguar bien?. ¿Tendremos que regresar sin nada? ¿Quién podría auxiliarnos aquí?).
El desaliento pintaba sus rostros mientras el ir y venir de los operarios agitaba más el ambiente. Alguien sugería que intentaran filtrarse para sacar el aparato a escondidas... Por supuesto que todos rechazaron la impracticable idea: ni siquiera conocían la máquina. Los curiosos que los veían tan tristes y cabizbajos, se condolían también. Alguien les aconsejó que volvieran a su pueblo y que trajeran al cura o, en todo caso, a algún representante con más capacidad de respuesta. Ellos respondían exhibiendo el documento respectivo. Denegri, por supuesto, se frotaba las manos, muy seguro que no tardarían en aparecer siquiera algunas barras de mineral.
Los peregrinos han retornado al improvisado campamento, bajo el cuidado de Aniceto. Precisamente, éste recordó haber escuchado el llamado de la campana. Significaba que había un Yaya en el pueblo, entonces. Con grandes esperanzas, retornaron inmediatamente al poblado y ubicaron fácilmente la Iglesia por su campanario. A Dios gracias, el Yaya era un gringo muy amable, grandazo, alemán. Integraban su feligresía muchísimos inmigrantes de la región de Sancos y Parinacochas, de modo que les entendió perfectamente bien.
Leyó el papel y les aseguró, que las cosas se arreglarían inmediatamente. Les invitó a subir a su vieja camioneta y fue con ellos al encuentro del aduanero. Cuando éste los reconoció con semejante abogado comprendió que la comedia había llegado a su final. Muy ladino, apenas saludó al sacerdote a quien conocía bastante bien, les dijo que se disculpaba, que había recibido instrucciones, y que los había estado buscando para entregarles el melodio, sin demoras Uniendo la palabra a la acción, dio órdenes a su personal para atender bien a los “amigos andamarquinos”, como zalameramente empezó a nombrarlos. El sacerdote bien que conocía de sus artes y, medio en broma, medio en serio, le dio una buena reprimenda.
Después, examinó el aparato, verificó sus características, exigió todos los documentos necesarios y felices todos, retornaron a Acarí. En la casa parroquial, les invitó algunos alimentos, les preguntó por las características de su pueblo, por sus costumbres, por el trabajo eclesial y les invitó a quedarse a dormir para iniciar el retorno ya al día siguiente. En frases entrecortadas, los comisionados exteriorizaron su gratitud, pero dijeron que era urgente caminar, porque durante el día el calor dificultaría más el avance.
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