El arpa y el violín desgranan su mejor inspiración musitando arpegios de ensueño: la melodía brota en mágicos efluvios que bañan el ambiente de un raro encanto. La pálida luna detiene embelesada su paso de medianoche para deleitarse, coqueta y enternecida, con tan sentidos versos. El grupo de jóvenes, en especial y único trance, va desenvolviendo sus emociones, seguro de que la bella durmiente de turno, acoge estremecida tan escogida ofrenda. Han llegado silenciosos y, con el mayor sigilo, han situado sus instrumentos en una de las esquinas de la calle central, al pie de la ventana que, en el segundo piso, señala el dormitorio de la homenajeada. El coro, sorprende gratamente el descanso del adormilado pueblo.
- Oqeñawicha de mi vida, tierna avecilla de mis sueños, como una rosa eres hermosa, todo un tesoro de mi existencia...
Las gentes empiezan a despertar con lentitud y es imposible que no sean ganadas por tanta emoción.
De pronto, ¡zasss!, nadie sabe cómo ni de dónde, ha caído un latigazo líquido que ha bañado a los cantores, sobre todo a Gabrielito, quien empapado, olvidando el romántico y galano entorno, grita descontrolado:
- Cojo’e mierda, te voy a sacar la mierda, sal si eres hombre!!!!.
Guillermo, el compañero de aventuras, que por suerte se había situado un poquito lejos y casi ni había sido tocado por el líquido elemento, con su cuota de perversidad y sonriendo para sus adentros, le sugiere que vaya a cambiarse o secarse bien porque ha empezado a oler “de otro modo”.
- Yo he visto que el agua era medio amarillenta, - le remata multiplicando por cien mil las revoluciones de su incontenible ira.
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La madre naturaleza ha estado poseída de su mejor inspiración cuando ha dibujado paisajes de ensueño en este vallecito apacible, rodeándolo de montañas afectuosas y amigas, adornándolo con verdes quebradas, manantiales y acequias inquietas, protegidas por un cielo eternamente azul. Andamarca, sin lugar a dudas, es un pueblecito encantado que deshilacha con pasión sus vivencias desde las primerísimas horas de la madrugada. Muy tempranito, empiezan a escucharse los pasos cadenciosos de hombres y mujeres dirigiéndose a sus quehaceres, mucho antes de que el sol siquiera hubiera despertado de su profundo sueño. Enseguida, empezará la embriagante sinfonía de miles de aves cantando alabanzas al Creador por un nuevo día y una renovada esperanza. El andamarquino concentra sus labores en el campo, es permanente su contacto y amoroso enfrentamiento con la madre tierra para obtenerle frutos de vida. Durante el día, como que las rectas y empedradas callecitas van aguardando en respetuoso silencio el retorno de las gentes. Cuando el sol ya se ha despedido, hombres y mujeres, jóvenes o ancianos van confluyendo a sus casas, en busca del reparador sosiego. En poquito tiempo, todas las puertas, aún de los negocios, estarán cerradas, las luces han ido rindiéndose paulatinamente, nada turba ahora la paz de un pueblo que descansa.
Pero, este grupo de jóvenes, ha decidido romper esta aletargada rutina. En las últimas horas, se han dado a la tarea de ubicar los domicilios de las chicas que han visto derramar gracia y belleza por las calles y, naturalmente, han concertado con los maestros del arpa y el violín. ¡Esta noche estamos de farra, mi querido Saulín!. Y, ¡tiene que ser una farraza de las buenas!...
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Hace días que la población está convulsionada. Han llegado numerosos compoblanos, residentes ahora en ciudades de la costa. Son días de Fiestas Patrias y se aprovecha el receso para hacer una visita a la santa tierra. Antes, como que hasta los colores de la calle nos eran conocidos. Mas, cuando empiezan a llegar hombres y mujeres de la costa, las cosas cambian totalmente: grupos coloridos inundan de vivacidad y alegría todos los espacios. Las chicas, graciosas y coquetas, están empeñadas en romper nuestros límites, luciendo sus mejores argumentos. Por supuesto que está en pleno desarrollo el Campeonato Interclubes de Fútbol, singular torneo, único en el mundo. Son ocho o diez días de futbol ininterrumpido, desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde. Todo el pueblo, también los ancianitos, está ahora volcado en Millupampa, el centenario estadio de futbol andamarquino. Son más de veinte las instituciones que disputan con gallardía el título. Claro que las instituciones de residentes andamarquinos en ciudades de la costa, también están participando. El día 28, se realizará la tradicional Corrida de toros en la plaza de armas. Días de parafernalia, de alborozo y de reafirmación andamaquina.
En estas circunstancias, es imposible sustraerse al encanto de ofrecer una serenata a la chica que roba nuestros sueños. La enamorada canción es poema y es voz del alma cuando se dice en el silencio de una noche iluminada por los farolitos titilantes de millones de estrellas enternecidas. Después de este primer tanteo, mañana o pasado, la invitaremos a dar un paseo por Pusa Wayqo o Parqacha, - cuanto más lejos mejor-, para contarle nuestras ilusiones y convencerla de acompañarnos a ese mundo de ensueño que construiremos para nosotros. El rumoroso canto del río, el suavísimo abrazo del viento, el sonriente guiño del sol amigo, estarán acompañándonos, temblando de emoción ellos también, cuando tomaditos de la mano empecemos a caminar
hacia el horizonte azul.
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Pero, ¡malhaya la suerte, carajo!.¡Este Caprilín ya jodió todo, tenía que ponerse a gritar de esa manera, y todavía en la esquina que me tocaba a mí …!. Los maestros han empezado a correr tratando de poner a buen recaudo sus instrumentos y apenas hemos atinado a tomar diferentes direcciones buscando protegernos, porque las luces han empezado a encenderse en las casas vecinas y tranquilamente aquí nos pueden hacer chapchu para seguirnos bañando a su regalado gusto!!!!...
jueves, 25 de octubre de 2012
lunes, 1 de octubre de 2012
EL PRIMER CONTRATAZO
Sudorosos, fatigados, bajamos del escenario mientras iba apagándose lentamente el bullicio de las graderías, colmadas de asistentes. No entendíamos mucho lo que nos acababa de suceder. Nadie atinaba a decir una palabra mientras caminábamos agachados hacia el galpón de camarines donde guardaríamos los instrumentos en sus estuches para retirarnos a nuestras casas.
- Pacaycasa, carajo, nos sacó la quinta alto intichallapi … Chaicha qariqaaaa!.
Fue el “gordo” Adón Heredia, el vocalista, el primero en romper el hielo que se había pircado entre las tres “estrellas de la canción ayacuchana” que acabábamos de recibir nuestro bautizo de sangre, en el histórico Coliseo Nacional de Lima.
Bueno, pues. El tiempo había corrido. Calculo que estaríamos ya en el año siguiente de agosto del 69, fecha de nuestra histórica primera grabación. Porque el disco se ha demorado un par de meses como mínimo para salir al mercado y ha requerido otro mes siquiera para ganarse un sitiecito en el consenso público.
Cuando Adón Heredia se presentó por primera vez en la empresa IEMPSA, utilizó su mejor palabreo para solicitarles una oportunidad, a efecto de que su nuevecito grupo musical realizara una grabación comercial. En la estructura funcional de la empresa, el Director Artístico se responsabilizaba de conocer las propuestas nuevas, de sugerir las correcciones en los ensayos y, recién entonces, de autorizar la grabación. Tenía una vastísima experiencia y conocía la producción musical de costa, sierra y selva y de norte, centro y sur. Un proyecto musical nuevo, inexperto, realmente debía ofrecer facetas, por lo menos interesantes, para convencerlo.
Cuatro eran las principales empresas que se distribuían el mercado nacional del disco: IEMPSA, SONO RADIO, VIRREY y FTA. Lógicamente, existía una fuerte competencia entre ellas. Buscaban que todos sus artistas y conjuntos gozaran de masiva aceptación, lo que les garantizaría altísimas cifras de ventas, con el consiguiente beneficio. Un equipo de vendedores ofrecía su producto, el disco, viajando a nivel nacional, encargándose además de difundir las novedades a través de los programas especializados de las emisoras.
Cada disquera tenía su staff. Recuerdo que cuando ingresamos a este mundo, bajo las banderas de IEMPSA se contaban artistas de la talla de Jilguero del Huascarán, Pastorita Huaracina, Lira Paucina, Los Errantes, Florencio Coronado, Trío Ayacucho, Los Heraldos, entre otros. Estos dos últimos eran nuevecitos, y se disputaban el mercado disco a disco. En EL VIRREY, estaban, creo, Los Campesinos, Flor Pucarina, Picaflor de los Andes, y así. Los artistas estaban ligados a las empresas mediante un Contrato de exclusividad por un determinado plazo. La disquera, por su parte, ofrecía un número mínimo de oportunidades de grabaciones y las retribuía económicamente. Además, se establecía un régimen de regalías: la disquera debía pagar un porcentaje por la venta de cada disco. Claro que los montos los negociaba cada artista según su cotización.
Don Gilberto Cueva era el poderoso Gerente de Ventas en IEMPSA. Un personaje muy especial. Habíamos tenido ya la oportunidad de conocerlo y compartir su don de gentes, su enorme capacidad de hacer amistad y su permanente buen humor. Habrá necesidad de escribir un libro con las experiencias vividas con él. Cuando nada lo hacía presagiar, fue llamado a ese mundo de eternidad y sólo nos queda recordarlo con enorme simpatía. Estaba inmerso también en el mundillo artístico porque era Director de Los Errantes de Chuquibamba. De modo que un día que habíamos ido a su oficina, nos sugirió hacer una presentación en alguno de los coliseos. Tomó su teléfono y se comunicó inmediatamente con don César Gallegos, el dueño del Coliseo Nacional.
- Oye, César, -le dijo-, te estoy encargando a un número nuevo que es nuestro, Los Puquiales. Prográmalos para esta semana…, y págales bien, ah!.
Nos fijaron una cita y allí estuvimos, puntualitos. Nos sorprendimos con una enorme cola de gente que esperaba se abriera la enorme puerta de fierro, de malla metálica. Al rato apareció un joven que nos condujo a la oficinita del “patrón”, como empezó a nombrarlo Adón, con su característica chispa. Era un caballerito de pequeña estatura, ya entrado en años y de gran cordialidad, también. Al presentarnos, le referimos nuestro lugar de origen y las generalidades que en estos casos suelen preguntarse. Nos refirió que había llegado de su natal Cusco hacía ya una buena ruma de años al frente de su conjunto, en el que ejecutaba la flauta. Que había trabajado superando penalidades durante tantos años y que, por ello, había construido este centro en el que todos los domingos presentaba espectáculos desde las doce del día hasta las 12 de la noche. El enorme galpón ubicado en la cuadra 9 de la avenida Bolívar comprendía casi toda la manzana, porque aparte de la inmensa carpa con sus graderías de madera, se había habilitado baños en una de las franjas laterales y hacia atrás quedaban los camarines de los artistas, unos cuartitos improvisados con esteritas en el techo. Allí debíamos esperar nuestro turno, repasando el libreto y las damas se ponían los vestuarios y los infaltables coloretes.
Iba muy amena la charla con don César, pero debíamos discutir ya las condiciones de nuestro primer contratazo.
- ¿Cuántos son ustedes y cuánto creen que debo pagarles?...
- Bueno, pues, patroncito, considerando que venimos gastando pasajes desde Puquio, danos pues siquiera unos cien solcitos.
- ¿Quéeeee, cien has dicho?.... Esos amigos que están en la puerta haciendo su cola son artistas y están esperando que los llame. Con esa cantidad yo puedo contratar siquiera a cinco de ellos, y ya son conocidos, a ustedes nadie los conoce…
Razones van, razones, vienen, una broma por aquí, alguna chanza por allá. El caso es que, me parecer recordar que aceptó darnos la mitad y, como lo que realmente nos interesaba era actuar, pues, a ensayar se ha dicho para nuestro fabuloso debut.
Los miércoles hacían las contrataciones y elaboraban su programa. El jueves ya estaba el enorme cartelón en la puerta con los nombres de los artistas programados para el domingo. Este día, además, salía la referida programación en toda la página central del diario La Crónica. Desde el mediodía estaba el público ingresando al Coliseo y el movimiento no cesaba hasta la medianoche. Los maestros de ceremonias, que recién conocíamos, anunciaban al número de turno después de florearlos de lo mejor. Nerviosazos hasta nomás, estábamos los tres futuros “estrellas de la canción ayacuchana”, tragándonos unos sorbos de ron para templar los nervios y ensayando sin descanso hasta que apareció el jovencito que hacía de coordinador:
- Los Puquiales, al escenario….
"Patadita” era la chapa del animador que nos puso en los cielos al presentarnos. Nos sorprendió que llamara inmediatamente a otro conjunto. Mucho recuerdo su nombre: Los Hijos de Pacaycasa. Eran tres sus integrantes, dos con guitarras y uno con mandolina. El presentador ahora está explicando al público que sostendremos un enfrentamiento en el escenario, un “mano a mano” sensacional. El público será el único e insobornable juez y escogerá, con sus aplausos, al mejor. Esto no estaba en el libreto, pensé yo, pero confiaba en que saldríamos bien librados del trance. Tres canciones cada uno, sorteo democrático para ver quién empieza. Arrancamos nosotros. Cantamos un tema. Al toque la canción de Pacaycasa. Ahora, los aplausos para los Puquiales, juaaaaaaaaj, plap, plap, plap… Los aplausos para Los Hijos de Pacaycasa…. Hasta con gritos y silbidos llegó la respuesta… ¿Qué….? Esto no está pintando bien. El segundo tema. Igual. Aunque creo que reaccionamos alguito, parece que ahora no nos han ganado en aplausos… ¡La última canción!... Tratamos de pulirnos mejor pero, evidentemente, ya el miedo nos está ganando la partida. Los pendejuelos de Pacayucasa se mandaron con un carnavalito huamanguino y ¡chayllapaq!… Creo que “Patadita” todavía estaba alzando las manos de los Pacaycasa mientras nosotros desaparecimos lo más rápidamente que pudimos.
Desde entonces, ¿cuántas veces habremos subido a un escenario?... Pero, cada vez que lo hacíamos, durante los diez años que caminamos con el “gordo” Heredia y Los Puquiales, recordábamos a nuestros buenos amiguitos huamanguinos, con quienes –después- forjamos una muy buena amistad, por cierto.
- Muy atentos, ah, cuidadito que Pacaycasa nos despierte otra vez…!
- Pacaycasa, carajo, nos sacó la quinta alto intichallapi … Chaicha qariqaaaa!.
Fue el “gordo” Adón Heredia, el vocalista, el primero en romper el hielo que se había pircado entre las tres “estrellas de la canción ayacuchana” que acabábamos de recibir nuestro bautizo de sangre, en el histórico Coliseo Nacional de Lima.
Bueno, pues. El tiempo había corrido. Calculo que estaríamos ya en el año siguiente de agosto del 69, fecha de nuestra histórica primera grabación. Porque el disco se ha demorado un par de meses como mínimo para salir al mercado y ha requerido otro mes siquiera para ganarse un sitiecito en el consenso público.
Cuando Adón Heredia se presentó por primera vez en la empresa IEMPSA, utilizó su mejor palabreo para solicitarles una oportunidad, a efecto de que su nuevecito grupo musical realizara una grabación comercial. En la estructura funcional de la empresa, el Director Artístico se responsabilizaba de conocer las propuestas nuevas, de sugerir las correcciones en los ensayos y, recién entonces, de autorizar la grabación. Tenía una vastísima experiencia y conocía la producción musical de costa, sierra y selva y de norte, centro y sur. Un proyecto musical nuevo, inexperto, realmente debía ofrecer facetas, por lo menos interesantes, para convencerlo.
Cuatro eran las principales empresas que se distribuían el mercado nacional del disco: IEMPSA, SONO RADIO, VIRREY y FTA. Lógicamente, existía una fuerte competencia entre ellas. Buscaban que todos sus artistas y conjuntos gozaran de masiva aceptación, lo que les garantizaría altísimas cifras de ventas, con el consiguiente beneficio. Un equipo de vendedores ofrecía su producto, el disco, viajando a nivel nacional, encargándose además de difundir las novedades a través de los programas especializados de las emisoras.
Cada disquera tenía su staff. Recuerdo que cuando ingresamos a este mundo, bajo las banderas de IEMPSA se contaban artistas de la talla de Jilguero del Huascarán, Pastorita Huaracina, Lira Paucina, Los Errantes, Florencio Coronado, Trío Ayacucho, Los Heraldos, entre otros. Estos dos últimos eran nuevecitos, y se disputaban el mercado disco a disco. En EL VIRREY, estaban, creo, Los Campesinos, Flor Pucarina, Picaflor de los Andes, y así. Los artistas estaban ligados a las empresas mediante un Contrato de exclusividad por un determinado plazo. La disquera, por su parte, ofrecía un número mínimo de oportunidades de grabaciones y las retribuía económicamente. Además, se establecía un régimen de regalías: la disquera debía pagar un porcentaje por la venta de cada disco. Claro que los montos los negociaba cada artista según su cotización.
Don Gilberto Cueva era el poderoso Gerente de Ventas en IEMPSA. Un personaje muy especial. Habíamos tenido ya la oportunidad de conocerlo y compartir su don de gentes, su enorme capacidad de hacer amistad y su permanente buen humor. Habrá necesidad de escribir un libro con las experiencias vividas con él. Cuando nada lo hacía presagiar, fue llamado a ese mundo de eternidad y sólo nos queda recordarlo con enorme simpatía. Estaba inmerso también en el mundillo artístico porque era Director de Los Errantes de Chuquibamba. De modo que un día que habíamos ido a su oficina, nos sugirió hacer una presentación en alguno de los coliseos. Tomó su teléfono y se comunicó inmediatamente con don César Gallegos, el dueño del Coliseo Nacional.
- Oye, César, -le dijo-, te estoy encargando a un número nuevo que es nuestro, Los Puquiales. Prográmalos para esta semana…, y págales bien, ah!.
Nos fijaron una cita y allí estuvimos, puntualitos. Nos sorprendimos con una enorme cola de gente que esperaba se abriera la enorme puerta de fierro, de malla metálica. Al rato apareció un joven que nos condujo a la oficinita del “patrón”, como empezó a nombrarlo Adón, con su característica chispa. Era un caballerito de pequeña estatura, ya entrado en años y de gran cordialidad, también. Al presentarnos, le referimos nuestro lugar de origen y las generalidades que en estos casos suelen preguntarse. Nos refirió que había llegado de su natal Cusco hacía ya una buena ruma de años al frente de su conjunto, en el que ejecutaba la flauta. Que había trabajado superando penalidades durante tantos años y que, por ello, había construido este centro en el que todos los domingos presentaba espectáculos desde las doce del día hasta las 12 de la noche. El enorme galpón ubicado en la cuadra 9 de la avenida Bolívar comprendía casi toda la manzana, porque aparte de la inmensa carpa con sus graderías de madera, se había habilitado baños en una de las franjas laterales y hacia atrás quedaban los camarines de los artistas, unos cuartitos improvisados con esteritas en el techo. Allí debíamos esperar nuestro turno, repasando el libreto y las damas se ponían los vestuarios y los infaltables coloretes.
Iba muy amena la charla con don César, pero debíamos discutir ya las condiciones de nuestro primer contratazo.
- ¿Cuántos son ustedes y cuánto creen que debo pagarles?...
- Bueno, pues, patroncito, considerando que venimos gastando pasajes desde Puquio, danos pues siquiera unos cien solcitos.
- ¿Quéeeee, cien has dicho?.... Esos amigos que están en la puerta haciendo su cola son artistas y están esperando que los llame. Con esa cantidad yo puedo contratar siquiera a cinco de ellos, y ya son conocidos, a ustedes nadie los conoce…
Razones van, razones, vienen, una broma por aquí, alguna chanza por allá. El caso es que, me parecer recordar que aceptó darnos la mitad y, como lo que realmente nos interesaba era actuar, pues, a ensayar se ha dicho para nuestro fabuloso debut.
Los miércoles hacían las contrataciones y elaboraban su programa. El jueves ya estaba el enorme cartelón en la puerta con los nombres de los artistas programados para el domingo. Este día, además, salía la referida programación en toda la página central del diario La Crónica. Desde el mediodía estaba el público ingresando al Coliseo y el movimiento no cesaba hasta la medianoche. Los maestros de ceremonias, que recién conocíamos, anunciaban al número de turno después de florearlos de lo mejor. Nerviosazos hasta nomás, estábamos los tres futuros “estrellas de la canción ayacuchana”, tragándonos unos sorbos de ron para templar los nervios y ensayando sin descanso hasta que apareció el jovencito que hacía de coordinador:
- Los Puquiales, al escenario….
"Patadita” era la chapa del animador que nos puso en los cielos al presentarnos. Nos sorprendió que llamara inmediatamente a otro conjunto. Mucho recuerdo su nombre: Los Hijos de Pacaycasa. Eran tres sus integrantes, dos con guitarras y uno con mandolina. El presentador ahora está explicando al público que sostendremos un enfrentamiento en el escenario, un “mano a mano” sensacional. El público será el único e insobornable juez y escogerá, con sus aplausos, al mejor. Esto no estaba en el libreto, pensé yo, pero confiaba en que saldríamos bien librados del trance. Tres canciones cada uno, sorteo democrático para ver quién empieza. Arrancamos nosotros. Cantamos un tema. Al toque la canción de Pacaycasa. Ahora, los aplausos para los Puquiales, juaaaaaaaaj, plap, plap, plap… Los aplausos para Los Hijos de Pacaycasa…. Hasta con gritos y silbidos llegó la respuesta… ¿Qué….? Esto no está pintando bien. El segundo tema. Igual. Aunque creo que reaccionamos alguito, parece que ahora no nos han ganado en aplausos… ¡La última canción!... Tratamos de pulirnos mejor pero, evidentemente, ya el miedo nos está ganando la partida. Los pendejuelos de Pacayucasa se mandaron con un carnavalito huamanguino y ¡chayllapaq!… Creo que “Patadita” todavía estaba alzando las manos de los Pacaycasa mientras nosotros desaparecimos lo más rápidamente que pudimos.
Desde entonces, ¿cuántas veces habremos subido a un escenario?... Pero, cada vez que lo hacíamos, durante los diez años que caminamos con el “gordo” Heredia y Los Puquiales, recordábamos a nuestros buenos amiguitos huamanguinos, con quienes –después- forjamos una muy buena amistad, por cierto.
- Muy atentos, ah, cuidadito que Pacaycasa nos despierte otra vez…!
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