Sudorosos, fatigados, bajamos del escenario mientras iba apagándose lentamente el bullicio de las graderías, colmadas de asistentes. No entendíamos mucho lo que nos acababa de suceder. Nadie atinaba a decir una palabra mientras caminábamos agachados hacia el galpón de camarines donde guardaríamos los instrumentos en sus estuches para retirarnos a nuestras casas.
- Pacaycasa, carajo, nos sacó la quinta alto intichallapi … Chaicha qariqaaaa!.
Fue el “gordo” Adón Heredia, el vocalista, el primero en romper el hielo que se había pircado entre las tres “estrellas de la canción ayacuchana” que acabábamos de recibir nuestro bautizo de sangre, en el histórico Coliseo Nacional de Lima.
Bueno, pues. El tiempo había corrido. Calculo que estaríamos ya en el año siguiente de agosto del 69, fecha de nuestra histórica primera grabación. Porque el disco se ha demorado un par de meses como mínimo para salir al mercado y ha requerido otro mes siquiera para ganarse un sitiecito en el consenso público.
Cuando Adón Heredia se presentó por primera vez en la empresa IEMPSA, utilizó su mejor palabreo para solicitarles una oportunidad, a efecto de que su nuevecito grupo musical realizara una grabación comercial. En la estructura funcional de la empresa, el Director Artístico se responsabilizaba de conocer las propuestas nuevas, de sugerir las correcciones en los ensayos y, recién entonces, de autorizar la grabación. Tenía una vastísima experiencia y conocía la producción musical de costa, sierra y selva y de norte, centro y sur. Un proyecto musical nuevo, inexperto, realmente debía ofrecer facetas, por lo menos interesantes, para convencerlo.
Cuatro eran las principales empresas que se distribuían el mercado nacional del disco: IEMPSA, SONO RADIO, VIRREY y FTA. Lógicamente, existía una fuerte competencia entre ellas. Buscaban que todos sus artistas y conjuntos gozaran de masiva aceptación, lo que les garantizaría altísimas cifras de ventas, con el consiguiente beneficio. Un equipo de vendedores ofrecía su producto, el disco, viajando a nivel nacional, encargándose además de difundir las novedades a través de los programas especializados de las emisoras.
Cada disquera tenía su staff. Recuerdo que cuando ingresamos a este mundo, bajo las banderas de IEMPSA se contaban artistas de la talla de Jilguero del Huascarán, Pastorita Huaracina, Lira Paucina, Los Errantes, Florencio Coronado, Trío Ayacucho, Los Heraldos, entre otros. Estos dos últimos eran nuevecitos, y se disputaban el mercado disco a disco. En EL VIRREY, estaban, creo, Los Campesinos, Flor Pucarina, Picaflor de los Andes, y así. Los artistas estaban ligados a las empresas mediante un Contrato de exclusividad por un determinado plazo. La disquera, por su parte, ofrecía un número mínimo de oportunidades de grabaciones y las retribuía económicamente. Además, se establecía un régimen de regalías: la disquera debía pagar un porcentaje por la venta de cada disco. Claro que los montos los negociaba cada artista según su cotización.
Don Gilberto Cueva era el poderoso Gerente de Ventas en IEMPSA. Un personaje muy especial. Habíamos tenido ya la oportunidad de conocerlo y compartir su don de gentes, su enorme capacidad de hacer amistad y su permanente buen humor. Habrá necesidad de escribir un libro con las experiencias vividas con él. Cuando nada lo hacía presagiar, fue llamado a ese mundo de eternidad y sólo nos queda recordarlo con enorme simpatía. Estaba inmerso también en el mundillo artístico porque era Director de Los Errantes de Chuquibamba. De modo que un día que habíamos ido a su oficina, nos sugirió hacer una presentación en alguno de los coliseos. Tomó su teléfono y se comunicó inmediatamente con don César Gallegos, el dueño del Coliseo Nacional.
- Oye, César, -le dijo-, te estoy encargando a un número nuevo que es nuestro, Los Puquiales. Prográmalos para esta semana…, y págales bien, ah!.
Nos fijaron una cita y allí estuvimos, puntualitos. Nos sorprendimos con una enorme cola de gente que esperaba se abriera la enorme puerta de fierro, de malla metálica. Al rato apareció un joven que nos condujo a la oficinita del “patrón”, como empezó a nombrarlo Adón, con su característica chispa. Era un caballerito de pequeña estatura, ya entrado en años y de gran cordialidad, también. Al presentarnos, le referimos nuestro lugar de origen y las generalidades que en estos casos suelen preguntarse. Nos refirió que había llegado de su natal Cusco hacía ya una buena ruma de años al frente de su conjunto, en el que ejecutaba la flauta. Que había trabajado superando penalidades durante tantos años y que, por ello, había construido este centro en el que todos los domingos presentaba espectáculos desde las doce del día hasta las 12 de la noche. El enorme galpón ubicado en la cuadra 9 de la avenida Bolívar comprendía casi toda la manzana, porque aparte de la inmensa carpa con sus graderías de madera, se había habilitado baños en una de las franjas laterales y hacia atrás quedaban los camarines de los artistas, unos cuartitos improvisados con esteritas en el techo. Allí debíamos esperar nuestro turno, repasando el libreto y las damas se ponían los vestuarios y los infaltables coloretes.
Iba muy amena la charla con don César, pero debíamos discutir ya las condiciones de nuestro primer contratazo.
- ¿Cuántos son ustedes y cuánto creen que debo pagarles?...
- Bueno, pues, patroncito, considerando que venimos gastando pasajes desde Puquio, danos pues siquiera unos cien solcitos.
- ¿Quéeeee, cien has dicho?.... Esos amigos que están en la puerta haciendo su cola son artistas y están esperando que los llame. Con esa cantidad yo puedo contratar siquiera a cinco de ellos, y ya son conocidos, a ustedes nadie los conoce…
Razones van, razones, vienen, una broma por aquí, alguna chanza por allá. El caso es que, me parecer recordar que aceptó darnos la mitad y, como lo que realmente nos interesaba era actuar, pues, a ensayar se ha dicho para nuestro fabuloso debut.
Los miércoles hacían las contrataciones y elaboraban su programa. El jueves ya estaba el enorme cartelón en la puerta con los nombres de los artistas programados para el domingo. Este día, además, salía la referida programación en toda la página central del diario La Crónica. Desde el mediodía estaba el público ingresando al Coliseo y el movimiento no cesaba hasta la medianoche. Los maestros de ceremonias, que recién conocíamos, anunciaban al número de turno después de florearlos de lo mejor. Nerviosazos hasta nomás, estábamos los tres futuros “estrellas de la canción ayacuchana”, tragándonos unos sorbos de ron para templar los nervios y ensayando sin descanso hasta que apareció el jovencito que hacía de coordinador:
- Los Puquiales, al escenario….
"Patadita” era la chapa del animador que nos puso en los cielos al presentarnos. Nos sorprendió que llamara inmediatamente a otro conjunto. Mucho recuerdo su nombre: Los Hijos de Pacaycasa. Eran tres sus integrantes, dos con guitarras y uno con mandolina. El presentador ahora está explicando al público que sostendremos un enfrentamiento en el escenario, un “mano a mano” sensacional. El público será el único e insobornable juez y escogerá, con sus aplausos, al mejor. Esto no estaba en el libreto, pensé yo, pero confiaba en que saldríamos bien librados del trance. Tres canciones cada uno, sorteo democrático para ver quién empieza. Arrancamos nosotros. Cantamos un tema. Al toque la canción de Pacaycasa. Ahora, los aplausos para los Puquiales, juaaaaaaaaj, plap, plap, plap… Los aplausos para Los Hijos de Pacaycasa…. Hasta con gritos y silbidos llegó la respuesta… ¿Qué….? Esto no está pintando bien. El segundo tema. Igual. Aunque creo que reaccionamos alguito, parece que ahora no nos han ganado en aplausos… ¡La última canción!... Tratamos de pulirnos mejor pero, evidentemente, ya el miedo nos está ganando la partida. Los pendejuelos de Pacayucasa se mandaron con un carnavalito huamanguino y ¡chayllapaq!… Creo que “Patadita” todavía estaba alzando las manos de los Pacaycasa mientras nosotros desaparecimos lo más rápidamente que pudimos.
Desde entonces, ¿cuántas veces habremos subido a un escenario?... Pero, cada vez que lo hacíamos, durante los diez años que caminamos con el “gordo” Heredia y Los Puquiales, recordábamos a nuestros buenos amiguitos huamanguinos, con quienes –después- forjamos una muy buena amistad, por cierto.
- Muy atentos, ah, cuidadito que Pacaycasa nos despierte otra vez…!
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