sábado, 8 de enero de 2011

BALADA DEL HOMBRE SOLO

La noticia corrió como reguero de pólvora.

Octubre de 1982. Dicen que lo han recogido de la calle. Parece que estaba muerto, dicen. ¿Quién?... ¡Ah, el pobre Buque, dicen!...
Efectivamente, Zenén Flores Caballa, “Buque” para todos, había coronado su peregrinaje con todas las de la ley: se había muerto en la calle, mirándole de frente la cara al cielo. Ese corazón robusto, machazo, había reventado. Casi noventa años de intensa y desigual batalla habían terminado por rendirlo.
El viejo Buque había llegado a su frontera final, se había terminado, pues. Solo. Heroicamente solo. Acusadoramente solo. Se había muerto de abandono en el espacio abierto, ante la avergonzada mirada del sol.
Personas que pasaban circunstancialmente, compasivas, lo recogieron, lo cargaron a su casa, y lo acomodaron en el corredorcito, pensando que podría estar durmiendo una tranca sensacional. Pero, alguien más preocupado auscultó el pulso y se asustó. Por eso llamaron al Sanitario y avisaron también a la policía.

Amortajado en raídas vestiduras, envuelto en su descolorido poncho, cargado en el esquelético catafalco de los sin nada, está avanzando, ahora, en hombros de cuatro voluntarios prebistes (1), a ver si alcanza algún sitiecito en el cementerio de Millupampa. Lo acompañan dos o tres personas y ya ni atiende a los rezos incomprensibles del cantor. Se ha disipado, tal vez, el olor de las últimas velas que almas compasivas, anoche, encendieron a su derredor, en el patio de la desvencijada vivienda.
El aire ensombrecido está vestido de negro intenso, de luto riguroso. La boca más descarnada de la triste pobreza ha sido abierta. No se escuchan los gorjeos de las aves ni el canto rumoroso del río. Tan sólo el vacío, la angustia, la nada.
Esa cansada figura del anciano mendicante, que arrastrando sus pasos, imploraba con angustia por un bocado de pan, ya no estará más. Ha viajado sin prisa, tal vez con esperanzada alegría. Lo han llamado para edificar una inmensa torre en el Qoropuna, a base de cheqos (2) que pulirá con su intacta maestría. Todavía no sabe Zenén que la torre se derrumbará por las noches. Y él estará todos los días, en primera fila, acullicando su coca y ordenando sabiamente las estructuras. Hacia allá ha partido el maestro. No volverá. Ya no.
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Un mozo joven, no mal parecido, recibe el plato de humeante lawa (3) que la amorosa esposa le ha servido en el “almozo” de la mañana, antes de enfrentarse con las tareas del día:
 Gracias, Mama Killa, mamallaya, gracias.
 (Gracias, madre Luna, madrecita, gracias).
 Mikuchaykuy taytay, mikuchaykuy. Ñoqaqa vacamanñamiki pasasaq. Docekita apakunki.
 (Coma usted, padre. Yo iré enseguida a la vaca. No olvidará usted de llevar su “doce” o almuerzo).

La amorosa esposa, se despide y ambos están, ahora, camino a sus diarios quehaceres. Y esta es la estampa de felicidad compartida que los esposos don Zenén Flores Caballa y doña María Quillas protagonizan a diario en su cálida vivienda.
La caminata hasta el lugar del trabajo, es buen pretexto para recordar...
Don Casimiro Flores “Buque”, su padre, lo había ido formando emprendedor, laborioso, y muy hábil en el manejo de la piedra, cuyos secretos se encargó de transmitirle en durísimas jornadas. Llegado el tiempo, convencido que la vida debería abrir sus caminos, propició el casamiento del primogénito, con todas las de la ley: “chawachamanta”. Fue un tremendo afán...
La noche anterior, después que el pongo o maestro, seleccionara tres candidatas para su esposa, leyendo en la biblia de las hojas de la coca, acudieron en busca de la compañera escogida. No ha habido fortuna en casa de la primera novia propuesta. Han debido actuar con sagacidad e insistencia con la segunda. Los argumentos han sido convincentes. Con lágrimas en los ojos, los padres han entregado a su hija, la pareja escogida para Zenén...
Éste, ya al amanecer, se ha visto en la mesa de honor, en compañía de la flamante compañera de su vida. ¡Claro que los festejos fueron completos, a todo dar!. Luego que la futura consorte llegara a la casa, las nacanas (4) entraron a las ollas, la chicha de jora circuló a raudales, el arpa no dejó de cantar con el arte insuperable de Pablo “Azucar” Flores su tío, y los “perdonanakuy” y “reqsenakuy” se sucedieron desde que el Alcalde asentó la respectiva Partida de Matrimonio, declarándolos oficialmente marido y mujer. Como buenos padres, Casimiro y su esposa entregaron un terrenito, en calidad de dote, para la futura casa. De parte de los familiares de la novia también hubo dote, de manera que ahora poseían, además, una vaca y una chacra.

Zenén, nunca dejaría de recordar los temores y pulcritudes de la novia en la primera noche de amor. Pero todo fue cumplido conforme aconsejaron los padrinos, yachaqkuna, (5) y ahora compartían una vida plena de emociones, de alegría y de felicidad. Ganado por la extraordinaria afabilidad de su “tuya”, su compañera y esposa, el joven consorte aprendió a nombrarla como “mama Killa”, “Madre Luna”.
Como es normal, recién casados, tuvieron que pasar el cargo de Ñawin en la Fiesta de la Yarqa, en agosto. Y vaya que lo hicieron con todas las de la ley. Atendieron la visita de muchos cuyaq o amigos, de la mejor manera. A este efecto, hubieron de comprar nacanas y trago y se preparó buena chicha de jora.

Pero, qué será...
Algo raro y pesado hay en el ambiente y la gente está hablando. Cinco años de esta unión, de matrimonio y, todavía nada. No ha llegado la “wawa” (6), a completar la felicidad. De verdad que también Zenén se está preocupando hace ya buenos meses. Se consuela convenciéndose que poco a poco, las cosas se arreglarán y que no tardará en llegar harta prole. Qarichapas, warmichapas (7), una docena, por lo menos, para cumplir “las doce estaciones”.

Actualmente, está ayudando a su padre en los trabajos del puente de Negro Mayo, como antes lo hiciera en el puente de Markanta. Desde muy pequeño conoce el mundo mágico e insondable de la piedra. Ha aprendido a amalgamarlas en los eternos andenes, luego de una cuidadosa selección. A su padre, la Comunidad le había asignado el apelativo de “Buque”, precisamente por esa insuperable ingeniería en la piedra.
Para el actual trabajo, es fundamental la unión y fortaleza de la comunidad. En Huaqesa, han sido talladas las piedras de cheqo, para después ser trasladadas en hombros, por la orilla del río. Para este puente de Negromayo, la cosa ha resultado más brava por la distancia. Ha debido vencerse la difícil cuesta por Wayrincayoj y Pusa. Ya con los materiales acarreados, se ha preparado suficiente argamasa con izcu, cal y huevos de perdiz o yutu. En un par de meses más, podremos estar transitando por el puente que nos va a comunicar con Qellqata, beneficiando a los comuneros, especialmente a los crianderos del sector.

Por otro lado, no faltan quehaceres en el pueblo, tampoco. Cuando nos libremos de esta obra, vamos a trabajar en las chacritas. Hay que cumplir muchos aynis (8). Dijeron de parte de los suegros, que se les ha derrumbado waqas (9) y wapanas (10) en sus chacritas de Chulluca y Chiricriqata. Será necesario darse un tiempecito, porque pronto va a llegar la época del sembrío.
Por su parte, como todos los días, Mama Killa ordeñará la vaquita, hará el quesito, traerá a los animales a tomar agua en Puquioqta, luego separará el becerro para que la vaca guarde leche para mañana.
Cuando retorne en la noche, ya estará esperándome con la lawa de chochoqa y el aguita de salvia o achicoria. A ver si a fin de mes, nos damos un tiempecito para que, siguiendo los consejos de algunos parientes, mama Natalia, la curandera y matrona del pueblo, la examine nuevamente. Qué estará pasando, porqué las wawas no están llegando.
Bueno, a trabajar, ya llegamos a la obra.

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El maestro “Buque”, había nacido para la piedra. En poco tiempo alcanzó la perfección de su arte con ella. Casi sin darse cuenta, la Comunidad empezó a nombrarlo también “Buque”, como al padre. Se erigió como el arquitecto más solicitado para construcciones. Con su progenitor y otros maestros, había culminado la gigante torre de la Iglesia, bajo la guía de don Calixto Quispe. Este sí que fue un trabajazo, mamallay mama. Cómo luchó la gente. Uru qinallaña,(11) traían el cheqo labrado desde las canteras de Huaqesa en Aqaimarca. Ya en la plaza, le daban la perfección final, la esculpida exacta antes de colocarlos en el sitio preciso. Así fue armándose la colosal estructura, con sus bóvedas secundarias, la escalerilla de acceso y la cúpula principal. Cuando la Cruz fue entronizada en su capitel, mirar abajo, a la calle, hacía dar vueltas a la cabeza. Era como sentirse un poco en el cielo. Cada que avanzaba más el trabajo, las cosas se complicaban por la responsabilidad. Cuántas noches, “Buque” despertaba sudando copiosamente, pidiendo auxilio. ¡La inmensa construcción se les venía encima y aplastaba a todos!. Mama Killa lo calmaba, entonces, y le preparaba manzanilla o valeriana. Esta angustia, lo atenazaba sin calma y, bien de madrugada, corría donde Calixto o donde “Sánchez Cerro” el otro arquitecto, a pedirles nuevos cálculos, que revisaran las trenzadas de las piedras, los cimientos, la calidad de las argamasas. Y así lo cumplían. Terminaban convenciéndose que todos morirían de viejos y que la torre andamarquina resistiría incólume el paso de los siglos. Alguien, pensando en las generaciones venideras, grabó en la dura piedra: “193l. Calixto Quispe, Maestro. Zenén Flores. Francisco Tito, Agente Municipal. Andrés Ramos, Teniente”.

Con enorme prestigio como honrado trabajador y comunero ejemplar, sin embargo, nunca había logrado sortear el gran reto de su vida. Habían ido pasando los años, los trabajos iban en aumento, había progreso. Construyó su propia casa, cómoda, con su patio, su corredor y espacios para “las chitas” y la leña. Las vaquitas también habían aumentado y se contaban algunas chacras más. Pero, la soñada y reclamada wawita, sigue demorando para nuestra desesperación, se niega a llegar.
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Mañana de intenso azul en Andamarca. El frío ha mordido con cólera esta vez. Las aguas se han congelado en todas las acequias y parecen rocas fuertes que resisten nuestras pisadas. Felizmente el solcito ya está auxiliando a los mortales. Seguro que cazorlita, el “cruzao” y otros punsas (12) van a sacar los bloques de hielo para comérselos con deleite.

Una apresurada pareja cruza la calles, ya ni atiende a quienes les pasan la voz. Es que tienen verdadera desesperación por llegar al Barrio de Qarmenqa. De purita casualidad, mama Quilla ha escuchado comentar a unos vecinos sobre un curandero que, dicen, ha llegado recién y tiene grandes aciertos. Hablan que muchos lo están visitando, sobre todo las mujeres, en procura de un alivio para sus males. Después de muchas dudas, Killa se había animado a consultar a tayta Zenen, con cierta vergüenza, si valdría la pena intentarlo una vez más. El renacer de un pequeñito resquicio para la esperanza no los ha dejado dormir. Por eso ahora, no caminan: vuelan en busca del arcano, implorando con desesperación que el destino les conceda siquiera un hijito, no importa, hukchallatapas (13).
Para qué nos ha servido haber progresado si las esperadas wawas no llegaron nunca. Recurrimos a todos los yachaq (14) pero ninguno nos pudo señalar la causa del castigo. Todo, aparentemente, en los cuerpos funcionaba bien. Las relaciones de marido y mujer nunca tuvieron problemas, pues jamás ninguno esquivó sus obligaciones. Pero...

Mama Killa se había acostumbrado a cargar su pena con resignación y dignidad. La gente tampoco se acordaba ya de su desgracia. A cuántos pueblos habían llegado, en busca del remedio para la infertilidad, pero nada. A pesar de todo, siempre ocultaban alguna secreta esperanza en algún rinconcito de su ilusión. La mujer, a escondidas, preparaba ropitas, practicaba tejer rústicas mediecitas, hasta que sentía las violentas sacudidas de la cruel realidad. Entonces deshacía todo y lo arrojaba con cólera al río.
Para colmar su desdicha, esta última posibilidad se ha esfumado, igualito que todas. El maestro ha calculado el pulso de la mujer, ha tocado repetidas veces el cuerpo con diferentes objetos: conchas marinas, piedrecillas raras; le ha hecho tomar infusiones con trago y, después de haber preguntado a la sabia coca, ha movido angustiado la cabeza. Les ha dicho que tal vez, quizá, pero que no garantizaba nada.

Como queriendo compensarse ante el pueblo por este baldón, “Buque” asumió con rabia todos los cargos: fue Alcalde tomero, estanque o punta, varias veces; también en Chimpa, aunque no le correspondía. Desempeñó todas las obligaciones comunales con verdadero ahínco, y cumplió con estricto rigor todos los cargos religiosos. De manera que llegó a ser un comunero consumado, a carta cabal. Todos en el pueblo así lo reconocían. Cuando se iniciaron los afanes para construir la carretera por iniciativa de los mistis, estuvo en primera fila, guiando con su conocimiento a los trabajadores de la comba. Allí donde había necesidad de crear badenes, construír relejes o encauzar riachuelos debía estar “Buque”. Él y “Sánchez Cerro” Quillas comandaron el batallón de ingenieros en la construcción del puente en Tinkúwa.

A pesar de todo, la soñada wawa, no llegó jamás. Y la soledad, la falta de calor familiar iba royendo sus almas, fabricándoles sentimientos de resentida resignación y, últimamente, hasta de indiferencia y hastío. Conocedores de su tragedia, sin embargo, ambos procuraron no abandonarse, no hundirse en la negra cueva de la desesperanza. En silencio, firmaron el pacto de fundirse en una sola alma, defenderse con una sola envoltura de dignidad y coraje, tejida con cariño y mutua compasión. El pueblo se había acostumbrado a aceptarlos en las fiestas, en los trabajos, en las “lotrinas” (15), siempre juntos, pero qué solos también. Ya no recordaban los problemas que su falta de descendencia podría traer a la comunidad.

Qolloqkuna, qamkunapa kausapim qasapas”, “estériles, secos, por culpa de ustedes nos vienen las heladas”-, solían decirle los más rabiosos, cuando se peleaban por el agua o porque alguno de sus animalitos hizo “daño” en maizales ajenos.
Esa maldita palabra “qolloq” le aceleraba el pulso, le amargaba el alma, le inflaba las venas de la cabeza y de las sienes hasta hacérselas reventar. Entonces, casi como un ampi (16), “Buque”, tomaba el camino de las punas más lejanas, Wanakupampa, Oslo o Larigoto, y le gritaba a Yanaqocha, o Lliulliusa su desgracia. A los tres o cuatro días, se aparecía en casa, con algo de carne o frutos.

La rutina, el hastío cumplieron su innoble tarea.
Con cuánto amoroso afán las avecitas depositan huevecillos en sus nidos, cómo los cuidan. Mientras la hembra va formando a sus vástagos, el macho procura incansablemente la comida que deposita en su boca. Los seres más pequeñitos, los más insignificantes tienen una familia, una vida que es sangre de su sangre, cuerpo de su cuerpo, alma de su alma... Pero, para los “Buque”, sólo la sombra, la oscuridad, la negación, la indignidad. El castigo mayor y absoluto... En este fuerte y vigoroso corazón se ha asentado para siempre una semilla maldita, un dolor siempre vivo y la necesidad de no recordar, de atontarse, aunque sea con el trago.

Un buen tiempo, recibió la visita de un personaje limeño, muy curioso y buena gente. Venía a escuchar lo que podía recordar de la vida en el pueblo, de sus trabajos, de sus creencias, en fin. Días y días, venía con pancito, con traguito y con unas máquinas, radio dicen. Yo procuré complacerlo y cuando la memoria me fallaba, mama Killa me lo hacía recordar. No he olvidado al gringo, muy caballero para qué, y solían traerlo buenos amigos míos, como los hermanos Herrera. Ya estaba olvidando tantas cosas, hemos conversado bastante y, bueno pues, ahora ya nada de eso existe.

Tantas cosas lindas que da la vida, cómo florece el campo, cómo grita la madre naturaleza. ¿Para qué diablos sirven la soledad y el silencio?... No tener quien te converse, quién te acompañe a gritar de alegría o de rabia, aunque sea. En cambio, nosotros dos solitos, gastándonos la vida sin interés. Creo que ni la ropa ya nos cambiamos.
Como compadeciéndose de nuestra soledad, mil estrellas brillan en el firmamento, y la esplendorosa luna cumple su camino de ignota inmensidad.

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 ¡Gracias, mamallaya, santa warmi, madre mía, mamacita!....
El encorvado anciano come con desesperación, con la mano. De cuclillas o de pie, en un rinconcito del zaguán. La compasiva señora le ha servido un plato de tallarines, medio fríos, que han quedado del almuerzo. Ha llegado este Zenén, con enorme angustia en el rostro, pidiendo por caridad algo de comida. La dama lo ha despedido diciéndole que ya no hay más, que deje de estar buscando trago, que vaya a su casa y que se cocine.

Alguien dijo que la vida no dura ni lo que dura el brillo de un relámpago, o algo así. Tan chiquito el espacio, tan raudo el paso del tiempo, el camino del río que nunca se detiene y jamás regresa. La vida, ese cúmulo de angustias, de penas, de esfuerzos, de alegrías, de trabajos sin fin. Ese imperativo desgastarse, consumirse, terminarse. La vida: ese montoncito de amaneceres, de anocheceres y otra vez de amaneceres y anocheceres. Cada día, sin embargo, va fijando surcos en el rostro, languideces en la mirada, enmoheciendo los movimientos. ¡Cómo carajo!... Antes, en un solo día, me iba hasta Qellqata a ver la uywa (17) y todavía me sobraba tiempo para ir por sunchu (18) para los quwis (19). Ahora, ¡pucha caraya!, hasta Chiricre me parece lejos. ¿Imá? (20)...

Y, ¡cómo ha caminado esta vida!. ¡Cómo nos ha vencido el tiempo, Zenenllay!.
De aquel insuperable ingeniero hidráulico, maestro de la piedra, sólo queda este anciano, pequeñito, encorvado, de ojillos moribundos, que con paso macilento recorre las calles, implora en las puertas, esquiva a los perros, procurándose algo de comida o una copa de trago. Cuando está atontado con el alcohol, de alguna manera logra llegar al corredor de su humilde casa y se queda dormido, sobre el único y muy gastado cuero de llama que le queda. A la hora que el frío lo atenaza, busca los restos de una envejecida frazada de oveja. Al sentir sobre su frente los primeros signos de la madrugada, Zenén se sentará, buscará alguna sobrita “qotqo” de coca desmenuzada de tantos años, con la vana ilusión de engañar la desesperada y crónica dentellada del hambre.
Y, claro que sus facultades están intactitas. ¿Acaso no ha construido solito el par de pucullus (21) en Kaniche hace algunos años?... ¡Igualito a cómo lo hicieron los antiguos abuelincos, los gentiles hace mil años ya…!
Hasta los años pasados, lograba atenderse de alguna manera. Por lo menos encendía la tullpa o fogón, y tomaba, por lo menos, su agüita de salvia o de huamanripa. Los del pueblo, le encomendaban algún trabajito como colocar piedras en los andenes y ¡claro que cumplía!, porque nadie le había ganado todavía el arte. Pero, conforme han avanzado los años, ha tenido que padecer temporadas completas de males y, ahora, todo está abandonado.
Ya ni ollas quedan, ni un platito. Total, ¿para qué, si no tengo qué comer?. Además, quién se habrá llevado, pues, los que había…, ni recuerdo.
¿Quién me va cuidar las cositas, si no tengo a nadie?.

La pena tuvo que cumplir su estrago maldito. Y claro, empezó con la más débil. Y mama Killa un día me dejó. Se fue... No duró mucho tiempo su enfermedad. Empezaron unos ligeros cólicos. Después de tantos matecitos de paico, siguiendo consejos de algunas vecinas, había ido a la Posta Sanitaria y le habían dado unas pastillitas. Pero, el asunto se agravó muy rápido. Un día cualquiera, mama Killa amaneció quietecita, no se movió más.
“Buque” sabía que sólo le quedaba organizar el funeral. Contrató al Cantor, se tuvo que fiar algún alcohol a cuenta de trabajo, atendió a los parientes y amigos que lo acompañaron en el velorio. Al día siguiente, en el desvencijado catafalco del Cementerio, cargaron a su adorada mama Killa hasta la última morada, envuelto el cuerpo en mantas y frazadas de llama. Después que se hubo separado de la única persona que tenía en la vida, retornó a casa, seguramente borracho. La pichqa (22) se cumplió después. Lavó y quemó las ropas en Mayupata. Todavía le acompañaron algunos lejanos parientes.
Cuando al cuarto o quinto día, se apagaron los rumores de los últimos visitantes, recién se vio solo. Lo atenazó, entonces, la dimensión de su tragedia y lloró como nunca lo había hecho. De esos ojillos que ya acusaban fatigas, brotaron lágrimas de hombre. De sangre. De verdad.

Y, desde entonces, la soledad. El abandono. Meses. Años. Cada día más lacerante, más cruel. Ni siquiera un perrito chaqacha que me acompañe. A ver, ¿dónde está Mama Killa, la única verdad de mi vida? Un día cualquiera, sin anticipármelo, se hundió en el reino de los misterios. Quizá, desde el rubor de alguna nube lejana, podrá estarme mirando. ¡Malhaya suerte, carajo!... Unos cuantos chiwacos se posan en los derrumbados cercos del antiguo corral de ovejas. Después, el silencio de la mudez, la mudez del silencio.
Pero el imperativo de la vida nos obliga a salir. Suplicamos comida, coca, trago, lo que sea. Ayer, nadie nos dio nada. Llegué hasta la casa de la señora que nunca me niega, siquiera pancito seco me da. Pero, su puerta estaba con candado. He regresado temblando de debilidad y he amanecido sudando, decidiendo que, mejor, ya no saldré. Despacio o apurado, iré entrando a un sueño tan profundo, tan inmenso, que no despertaré jamás. Pero, la desgracia es que amanezco todavía, y puedo andar y llegar hasta la capillita de Antara. Desde allí, reclamo en alta voz, suplico a gritos:

 ¡Mama Killa, qaukachiki ripuranki, ¿au?!. ¿Ñoqaqá?, ¿manachu pusawanki?
 ¡Mama Quillaaaaaaaaa...!
 (Mama Quilla, te fuiste tan tranquila, ¿verdad?. ¿Y yo?. ¿Es que no me vas a llevar también?)

Horas más, horas menos, según los días. El eco de tanto dolor estremece y conmueve en extremo a la gente que pasa por ahí.

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Desde que Mama Killa, la amorosa esposa de Zenén Flores Caballa, “Buque” para todos, marchó a la desconocida región de los caminos eternos, han pasado buenos años. La vida del hombre solo, el único ingeniero que se hace obedecer por las piedras enormes o pequeñitas, como si fueran wawas, transcurre monótona, terminándose por gotitas en el hambre, en el traguito que a veces logra alcanzar en alguna fortuita circunstancia.
Muy pocos son los momentos de calma. Ese don Carlos, con el ánimo de animarlo, le gasta bromas:

 Zenen, torre qepachapi, ¿au?.
 (Zenén, con que ¿detrás de la torre, no?).

Comparten alguna secreta aventura, porque el anciano sonríe casi con malicia, como un niño pescado en su primera travesura y responde:

 Ya no hay, papá. Señores, ni espanaypaqpas tariniñachu.
 (Ya no existe, papá. No lo encuentro ni para orinar).
O como cuando el otro amigo, don Jorge, desde lejos le grita:
 Zenén, cunanmi risun, allin pasñaman pusawanki, ah!.
 Zenén, hoy día iremos, me llevarás donde una de tus buenas jóvenes, ah!.
Y la ágil y sonriente respuesta:
 Yo no poide señores, imapaq papay, ¡ya no hay persona!.
 (¿Para qué, papá, señores, ¡ ya no hay persona!).

La enigmática respuesta del caballero de la soledad y la sonrisa triste. Después la reglamentaria copita de trago y la onza de coca que se ganó en buena ley.
Años y años, llevando estoicamente, hombremente, el martirio del abandono y del hambre. Algunas gentes lo veían como un estorbo cuando su figura aparecía caminando dificultosamente. Había quienes lo evitaban, y algunos hasta lo avergonzaban, lo maltrataban. Ni siquiera se detenían un poco a preguntar qué fue de sus animales y chacritas. Dicen que algunos allegados, que ni familiares eran, se los fueron apropiando, hasta dejarlo sin nada.

Han pasado muchos años ya. Tal vez quince, quizás veinte. El pueblo sigue viviendo el vértigo de sus realidades. Días, semanas enteras se enfrasca en sus fiestas, pero sobre todo se mete con sangre y vida a sus trabajos, labrando los surcos en los que deposita las semillas de un mañana sonriente para todos.

 No sé si se ha dado cuenta, usted don Carlitos. Algunas noches, allá lejos, como viniendo de Kontaya o Saqrawa, no sé, se escucha como una música que flota, como un canto, bien triste, despacito nomás. Muchos no escuchan creo, yo sí lo siento, ¿qué será?...

 Ah, sí. Es real. Es la melodía que los cielos dicen mientras van guiando al viejo Buque en su camino a la eternidad. En esos momentos, hay que guardar silencio. Hay que escuchar el canto de mil estrellas reverberantes, que van abriendo nuevas sendas para el hombre que murió de soledad.

NOTAS

(1) Prebiste: Varones encargados de atender a los santos y atienden los sepelios.
(2) Cheqos: piedra sillar blanca.
(3) Lawa: sopita de maíz.
(4) Nacana: aquello que se degüella, carne de oveja, llama o alpaca.
(5) Yachaqcuna: Aquellos que conocen, que saben. Maestros.
(6) Wawa: criatura, bebe.
(7) Qarichapas warmichapas: hombrecito o mujercita.
(8) Ayni: milenario hábito de cooperación voluntaria entre personas.
(9) Waqa: muro en el que se asienta el andén de las chacras.
(10) Wapana: pared doble de piedras, rellenada con tierra y piedras.
(11) Uru qinallaña: como gusanos, de muy intensa actividad.
(12) Punsa: muchachito travieso.
(13) Huqchallatapas: Si quiera unito.
(14) Yachaq: El que conoce la ciencia tradicional, el maestro.
(15) Lotrina: Reunión de fieles en el templo, en horas de la madrugada.
(16) Ampi: Zonzo.
(17) Uywa: Rebaño.
(18) Sunchu: Hierba silvestre de flores amarillas, alimento para los animales.
(19) Quwis: cuyes.
(20) Imá: ¿Qué?.
(21) Pucullus: viviendas preincas de piedra.

2 comentarios:

Don Walber dijo...

NUestro querido BUque!, .. hombre que sabia las historias de la comuna, entonces por la decada del 70 en la tienda de mis padres me supo contar que la torre de la Iglesia del pueblo lo hizo el pueblo y que dentro de las costumbres esa Obra tiene su pago, entonces desde ahi supe que habria 02 yana carneros en Pago!
para que la obra see firme y duradera, pues me acuerdo mucho esta narrativa de parte de nuestro amigo Buque que en Paz descance, El siempre visitaba la tienda, por su coquita, querosene, harina y su tragito, en aquella fecha que era un atardecer Buque cuenta con lijo de detalle, claro desde luego previo Animo (copitas de trago)y el hombre al final se dio un gran susto ya que de tanta emocion habia olvidado su botella de kerosene y Nosotros ya haviamos cerrado la puerta de la tienda ya que era hora de la cena, y de pronto se Oye la tocadita de la puerta auxiliar con un gran grito "neñooooooo, . , . botellayta......neño kirzoniyta!!, y Don Julian no sabia lo que Buque nos havia contado y nos reiamos con susto y apuro de Tayta Buque. Es todo lo que debo expresar en honor a la verdad y recuerdo del amigo Buque!

PacoPerú dijo...

Nostalgica historia. nunca mejor contada con tal peculiar genialidad que nos emvuelve y nos hace transportarnos al pasado mil gracias x tan noble regalo atravez de tus Blogs .
tio Carlitos saludos...