domingo, 25 de septiembre de 2011
¡HARTO MOTE PARA LOS PENSIONISTAS...!
La solícita y sonriente señora sirve a la mesa, procurando complacer los gustos de sus pensionistas, los profesores que están desayunando con tamaño apetito, dicho sea de paso. Los ánimos están altos como siempre, listos para una intensa jornada.
Está segura de haber puesto seis huevos pasados en el platillo, justos para cada uno de sus comensales, que ya están pelando sus humeantes papitas. Pero, qué raro, ahora que vuelve con la alcuza de sal, ají y pimientas, hay uno menos. Por las dudas, pensando que pudo haberse equivocado, completa el faltante. Cuando vuelve con los panes nota que vuelve a faltar otro. Esta vez se hace la desentendida, pero la seria reclamación del “profe” Alma no se hace esperar:
¿Y mi parte?... El médico no me ha prohibido comerme un huevito pasado, de vez en cuando, ah?..
No quedaba más remedio. A aumentar la ración se ha dicho. El comiloncito le estaba haciendo su pedido de yapita. El “viejo” Parra, Tula y Ofelia, el “negro” Julio, el “gordo” Dino, casi no pueden contener la risa, porque conocen de memoria la maniobra. Claro, ¿quién iba a ser?... “Alma” pues, que ya se había agenciado su refrigerio para más tarde. Los otros también se inspiraban cuando apetitosos choclos frescos sancochados adornaban la mesa, con su quesito qapchi, o tamalitos y humitas recién saliditas de la olla. Ya en la calle, los insobornables testigos también sabían cobrar su parte, ¿o hablo?:
Claro, ¡qué tal raza, solito quieres engullirte todo!.
Los profesores de la Escuela Primaria habían coincidido en contratar los servicios de la señora Felícita para su alimentación. Experta cocinera, la distinguida dama se esmeraba en brindarles una atención familiar, ofreciéndoles platillos deliciosos y abundantes. Conocedora de la realidad, pues su esposo también era profesor, ofrecía facilidades en la medida de sus posibilidades. Les esperaba el pago hasta cuando llegaban los sueldos, a veces alguno se retrasaba. Una verdadera amistad había ido cultivándose, el ambiente era en verdad familiar. Habían ido llegando de a pocos al pueblo, se sinceraban en sus problemas y se ayudaban sin restricciones. Procedían de diferentes lugares, se encontraban solos, sin familia y vivían en habitaciones alquiladas en la casa de don Roberto o de doña Zoila.
Menudeaban las bromas, las tomaduras de pelo, los intercambios de informaciones o discusiones frente a la problemática diaria, cada vez que el grupo docente se congregaba en las horas de alimentación.
El “viejo” Parra, como siempre, urdiendo los grandes golpes:
Tenemos que preparar un operativo. Ya están saliendo ricos choclitos, fresquecitos.
Aquí nomás, a la entrada del pueblo, en la chacra de los Herrera ya está
bonito el maíz, - también la señora mete carbón.
“Naque”, tú mismo eres, - dice el negro Julio-, si quieres yo te acompaño.
¿Y si me chapan?... Nada, vamos todos, solo no voy.
Esos patas, casi no cuidan su chacra, no pasa nada, vayan nomás-, no falta el candelero...
La señora nos va prestar un costalito, después de la cena vamos a ver qué
pasa. En el desayuno del día siguiente faltó queso, porque como los choclos estaban tan deliciosos, todos querían más.
Y, claro, la sentencia:
Mañana viernes, nos vamos a traer más y nos hacemos humitas y tamalitos,
sí?...
Pero, ustedes tienen que ayudarme. Los hombres van a moler y la señorita me
ayudará en la preparación.
Claro, señora, no se preocupe.
Pero, prohibido que este “Naque” entre a la cocina… Con tanto probar no nos
va a dejar nada...
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La primera vez que Ofelia posó sus pies en suelo andamarquino, sintió que se iniciaba una etapa extraordinaria en su vida. Desde cuando había logrado con mucho sacrificio su Título Universitario de Licenciada en Educación con Especialidad, había venido tocando puertas con verdadera ilusión. En su Ica natal había gran congestión de personal docente, debía salir lejos, ya estaba convencida. Los acontecimientos se han precipitado, casi ni se ha dado cuenta cómo ha atravesado cordilleras y ahora está en Puquio. Se siente realmente conmovida por las inclemencias que ha debido sufrir desde su salida del entorno familiar y, por momentos, la férrea voluntad inicial como que quisiera debilitarse.
Cómo que te vas a ir a Puquio, ¿dónde te mandarán, a las punas a refundirte con las llamas?. ¿Para eso has estudiado cinco años?. Ya encontrarás algo por aquí. Además cuánto es el sueldo, como ayudante en alguna oficina o tienda, seguro que te pagan más.
Otra cosa. Hablan de que los grandes funcionarios se aprovechan de las jóvenes para darles un puesto y hasta les quitan sus sueldos.
Han abundado las reconvenciones y observaciones familiares, pero la decisión estaba tomada. En su fuero íntimo sentía voces inocentes de niños lejanos que la llamaban con ilusión.
Desde un primer momento había impuesto su clase, su porte digno y el peso de su expediente. Algunas entrevistas fueron necesarias, por supuesto, pero al fin le había sido asignada una plaza en Andamarca. Averiguó con los otros postulantes, sobre las características del pueblo y la forma de llegar. Hasta con cierta envidia le aseguraron que había logrado una excelente ubicación. Estaba cerca, existían servicios básicos, como carretera, luz eléctrica, agua potable y había comunicación por el servicio diario de buses.
Muy diferente es el asunto para aquella postulante destinada hacia un pueblecito pequeño, lejano, aislado, perdido en las punas, a donde sólo se llega a pie. Algo más que la necesidad de ganar un sueldo animan a estos jóvenes que dejan las comodidades de la ciudad para internarse en realidades tan distintas a la suya. Debe primar una razón más que especial para someterse voluntariamente a privaciones y condiciones tan duras. Una necesaria comunicación con gente sólo quechuahablante es un trámite hasta doloroso, pues desconocen el idioma de los pobladores. Lo de su diaria alimentación es otro tema urgente. Desde muy tempranito enciende el fogoncito habilitado en una esquina del salón asignado como vivienda, para idearse algún platillo de una especialidad que iría ganando en el ejercicio diario. Antes, en casa, mamá lo hacía todo. Por otro lado, debe preparar la labor del día, las clases para cada grupo de estudiantes, revisar sus cuadernitos. Como a diario la gente suele desaparecer del pequeño pueblo al irse a sus chacras, sólo convivirá con sus niños. Al llegar la noche, protegiéndose del inclemente frío, vivirá la soledad más desnuda y fiera. Se sentirá atrapada, atormentada en medio de la vacía y negra oscuridad. Si hay suerte, talvez alguna lejana emisora podrá ingresar al pequeño receptor, hablándole de realidades cada vez más distantes, pero hay que ahorrar pilas también, ¿dónde compraría las nuevas?.
Y así, día tras día, mes sobre mes. Muy de vez en cuando, la visita de algún colega o quizá un comerciante. Sólo una vez al año sabe llegar también el curita Rómulo Miranda. Nada más. Por eso, cuando estos profesores son convocados a Puquio para algún cursillo o concentración, no falta el solícito amigo que los pone en contacto con la civilización:
Este aparato es un carro, ca-rro, sirve para andar, para viajar. Este otro aparato es un teléfono, te-lé-fo-no para que pongas un telegrama a tu familia, esto es un periódico, y esta es una carretera, ca-rre-te-ra que te va a llevar a tu pueblo, si es que algún día sales de tu destierro.
El grupito de niños confiados a su responsabilidad, cada día se acostumbra más a su trato de maestra. Como es solita, para atenderlos, los ha dividido en grados de estudio. Las autoridades de la Comunidad procuran asistirla en la medida de sus posibilidades. Los días de fiesta mayor, como el Día de la Madre, la Jura de la Bandera o el 28 de Julio, organiza actuaciones en la placita central. Los alumnos recitan y entonan canciones, representando escenas diversas, en fin. La gente poco a poco irá aprendiendo también a participar.
Sólo el calor de un entusiasmo siempre juvenil, las ganas de realizarse, una gran voluntad de hacer obra trascendente son sus armas para vencer amarguras. Las fieras dentelladas de la amarga soledad y de la falta de comunicación con los suyos la atormentan con cierta frecuencia. Entonces sale al campo, aspira el perfume de las flores silvestres cuyos colores se confunden con los de juguetonas mariposillas besándolas sin descanso, el canto rumoroso del río se une a los tiernos gorjeos de mil aves y el olor de los caminos recién mojados por la amiga lluvia, como que la embriaga suavemente. Una dulce sinfonía que fortifica, rejuvenece el espíritu y que jamás olvidará. Sabe, entonces, que es muy afortunada. Solamente aquí alguien puede ser tan bellamente gratificada por la inmaculada naturaleza, tan real, tan suya. Y, ¿porqué negarlo?. Se emociona también hasta las lágrimas cuando poquito a poco, sus niños leen, escriben, van ganado experiencias y conocimientos.
En Andamarca, lo tenemos dicho, el asunto es diferente. Para empezar, sumando los tres niveles de Inicial, Primaria y Secundaria, laboran no menos de 40 profesores, venidos de Ica, Arequipa y hasta del norte del país. Había buen ambiente y la amistad se robustecía para toda la vida. Varios son los profesores que también encontraron el amor y formaron sus hogares. La vida seguía desarrollándose y todas sus urgencias habrían de ser colmadas con naturalidad.
¿Está todo listo para el ponchecito?. ¿Consiguieron el maní, la leche, las galletas?...
Felizmente, todo. Y tú, ¿ya conseguiste el arpa y la música?.
Hablé con Carlos, me ha ofrecido estar presente, ya hará grupo con el profe Tomás y todos cantaremos.Los preparativos están a la orden, se activan los mínimos detalles, todo debe salir bonito. El grupo de amigos profesores desde su salida de la escuela a las cinco de la tarde no encuentra descanso. En un ajetreado ir y venir están preparando la serenata que a las doce en punto le llevarán a Techi, la colega que mañana está de cumpleaños. En la mayoría de casos, han debido prestarse los enseres de algunas madres de familia bondadosas y colaboradoras.
A la hora convenida, convenientemente abrigados para soportar los rigores de la noche invernal, se han juntado todos. La orquesta también está lista, con el amigo Carlos y su acordeón. Se ha prestado del tío Lucho, el profesor decano, la guitarrita de palo para que toque el profe Tomás. Ahora ya con gran sigilo han llegado hasta la puerta de la habitación de la santa y han iniciado los compases de la salutación.
Conforme la señorita Techi, profesora del tercer grado “B” en la Escuela Primaria, ha ido despertando lentamente, los versos han ido haciéndose más nítidos:
“Bajo la sombra de un verde prado naciste,
dicen tus padres que allí forjaron tu cuna…
El día que tu naciste nacieron las lindas flores,
Y en la pila del bautismo cantaron los ruiseñores”…
Recordó, entonces, que en la noche mientras conciliaba el sueño, algunas lágrimas habían humedecido sus rosadas mejillas pues había pensado con ternura en sus padres, sus hermanos, sus amigos de barrio y había sentido más desnudo que nunca el abrazo de la soledad y se había preguntado porqué...
“Ya ya, pues, abre tu puerta, siquiera la ventanita”, le decía el coro de visitantes, entre cuyas voces creyó reconocer las de algunos de sus colegas.
Con su amplia y familiar sonrisa ha recibido el abrazo de sus compañeros de trabajo y ha sentido tanta gratitud, tanta luz hermosa en el corazón que le están haciendo llorar, esta vez de felicidad, de saberse sentida, talvez querida, aún en la orfandad y en el silencio de la ausencia de los suyos.
Ya instalados de alguna forma en la estrechez de la habitación, han menudeado las canciones.
Calientito nomás señorita sírvase este ponchecito de maní y ajonjolí, - la señora oferente.
Ya, ayuda a alcanzar las galletitas, pero vas a guardar tus mañas, no vas a ser “chulla wicsa”(barriga sola), contigo hablo causita, -la recomendación a media voz nomás, como para que nadie deje de enterarse del “café” que le han metido al pobre “Alma”.
Claro que los varones han llevado también sus copitas de licor especial, de manera que la alegría ha sido cabal y el tiempo ha resultado corto. Han vivido una alegría especial, un orgullo casi, al entonar con fuerza, como para que escuche con envidia todo el pueblo:
“Profesorita, profesorita qué buena plata ganas tú,
nos compraremos una casaza y un automóvil pa’ los dos”.
Para cuando el cortejo serenatero se ha retirado, ya han estado llegando los albores de la madrugada. No había problemas, hoy es sábado. Techi pensaba y pensaba en cómo haría para preparar siquiera algunos bocadillos y retribuir la generosidad de sus amigos.
La señora Feli, la de la pensión, le dice:
Sobre el almuerzo, señorita, usted no se preocupe. Yo me encargo, haré una especialidad para usted y por supuesto que debe invitar a todos sus colegas y amistades. Le acondicionaré la sala grande para que atienda a todos sus visitantes. No se preocupe de nada señorita.
Emoción, gratitud, ganas de gritar, de llenar el espacio con voces de júbilo. Todos deben saber que, a pesar de los problemas y las circunstancias adversas, siempre quedan enormes espacios para la solidaridad, para la generosidad, para el blanco sentimiento.
Y así vivía el grupo humano. Integrándose, siendo uno en los trabajos, en los esfuerzos, en las alegrías, en los dolores también y talvez más. Por ejemplo, cuando a Marcial se le murió el pequeñito que criaba con tanto afán todos estuvieron allí, acompañándolo, esforzándose por hacer menos perceptible el dolor. Y si se presentaban enfermedades o problemas de cualquier índole, estaban siempre atentos, juntos todos, compartiendo, alentándose, jalándose, sintiéndose.
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Oiga profesor, por favor, cuente bien, no vaya a haber algún problema, no se me apure, ¿cuánto ya iba?...
El escenario es la oficina del Banco de la Nación, en Cabana. Don Carlos, el único empleado, Administrador, pagador, secretario y wachimán de la oficina atiende el pago de los señores profesores. Habían llegado desde tempranito de todos los pueblos de su jurisdicción. Algunos a pie, otros a caballo, de Andamarca, saben venir en motocicleta. Esto de los pagos es todo un afán, una ceremonia y festividad. ¿Quién no se emociona siquiera por un instante al recibir su platita?...Como desde Puquio envían los documentos, los cheques y el billete, la gente está atenta y se pasan la voz. Los más jubilosos son, por supuesto, los dueños de bodegas y de pensiones. Realmente, son ellos los que cobran. En Andamarca, más de treinta profesores han entregado sus cheques debidamente firmados al profesor Carlos quien ha partido a primera hora en su motocicleta. Cumple un acuerdo, para que los demás docentes no pierdan su día de trabajo. Para esta ocasión, don Lucho, el viejo maestro con más de cuarenta años de servicios, se pone su corbata de fiesta, y se va personalmente a recabar su dinerillo en el caballo “Apache” de la familia.
Nadie oculta su desencanto porque distribuidos los billetes, no alcanzan para nada. Todos suscribían el comentario:
Cuando le presento mi cheque, el Empleado de la ventanilla del Banco me mira no sé si con burla o con cólera. Con burla porque le da risa tanta plataza y con cólera porque no puede entender cómo hay gente tan cojuda de aceptar que le paguen estito.
Aquí, están pues lo plenipotenciarios cobradores de los tremendos haberes docentes. Es el turno de Andamarca y de Chipao. Un numeroso grupo, espera ser atendido haciendo una colita ordenada en la calle, no puedo atenderlos a todos al mismo tiempo, comprendan pues, caballeros. Con atención y aprendida destreza ha contado los billetes que hacen la suma de todos los cheques presentados. Un montonal de plata, oiga... Los sueldazos de treinta maestros, imagínese usted. Ha concluído la operación primero con el delegado Aldoradín de Chipao y le ha cedido un espacio grande en la mesa central, recomendándole ser muy cuidadoso para no equivocarse en el conteo. Cuando concluye su operación con el comisionado de Andamarca, está calculando que el chipaíno debe haber avanzando bastante y azuza más su nerviosismo, con cierta picardía:
Profesor, por favor ¿está usted contando bien?. ¿Todo conforme?. Tranquilo nomás, no se me ponga nervioso.La sonrisa maliciosa y un guiño cómplice al tocayo, que ya empaqueta su cargamento antes de emprender el retorno a Andamarca.
Sí, no se preocupe, don Carlos. Todo está bien.
¿En cuánto iba?...
¿Cómo era, dónde estaba, cuánto había en este montoncito?...
¡A empezar el conteo, nuevamente, desde cero!. Así lo tenía acompañándole buen rato porque le repetía el juego varias veces. Al final, él mismo le volvía a contar los billetes, porque el sistema nervioso del chipaíno amenazaba con un colapso imprevisible.
La llegada de la moto era esperada con afán en Andamarca. Al tocar la campana de salida, Carlos era capturado por todos los poderdantes, a quienes les picaba la mano y también la sed, porque era reglamentario un vasito, aunque sea de chicha.
¿Waqay cholo rascabuche, qué cosa?. Yo soy misti decente, sajsa sikillapas (pantalón remendado), pero cervecero!.
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La fraterna solidaridad de sus relaciones se amplificaba cuando se decidían a reclamar sus derechos profesionales. El necesario Comité Distrital del SUTEP estaba allí más sólido que nunca, compañero. Tenemos que fortificar esta Huelga General. Todos los gobiernos se hacen los cojudos con nosotros. Un Presidente, muy cómodo él, conchudazo, había “justificado” la enorme desigualdad de sueldos pagados con dineros del Estado. El mismo, sus Ministros, los congresistas, los “altos” funcionarios o asesores se agarraban hartísimo plata y en dólares, “porque eran, pues, menos y les alcanzaba”. En cambio, como hay muchísimos maestros no alcanzaba la plata para aumentarles la paga, pues.
Estos y otros temas avivaban el interés en el conciliábulo que el grupo de disciplinados sutepistas sostenía en una esquina de la Plaza, aguardando el momento de iniciar su Asamblea Informativa. Las últimas noticias escuchadas en las emisoras de Lima no eran nada alentadoras. El Ministro de Educación, como siempre, ocultaba la cabeza como el “akakllo” y se negaba al diálogo. Exigía, sí, que todos los maestros volvieran a sus aulas cerradas ya hace dos meses. El consenso era general, no vamos a ceder, tendremos que radicalizar las medidas. Realizaremos más marchas de sacrificio y huelgas de hambre. En las ciudades grandes, ya están dándose estas medidas y también han sido tomados algunos locales públicos. A Dios gracias, los padres de familia y la población en general, hasta los alumnos, han salido a apoyarnos.
La reunión del día de hoy es vital. Han llegado Delegados de los pueblos vecinos porque vamos a escuchar los informes de los dirigentes de la Base provincial. No están ausentes tampoco algunos comentarios risueños, ante el interés de algunos transeúntes. De improviso una señora que no es maestra, se hace notar. Evidentemente, no es del lugar. Lleva una gruesa Biblia en la mano. Debe ser una de las predicadoras de las sectas que últimamente están arreciando sus campañas yendo casa por casa. Ha terciado en la conversación y les ha aconsejado paciencia, resignación y mucha fe. Ha repetido bastante su pedido de rezar, “porque el Señor acudirá y solucionará todos los problemas”.
Y, ¿cómo le vamos a hablar, si no vemos dónde está Dios?, - le interrumpe Matta, conocido como el “Pachu” andamarquino.
No, hijito, - contesta la buena señora. A Dios no lo vemos, pero Él está aquí, aquí mismo en medio de nosotros y está oyendo lo que hablamos y está sabiendo lo que pensamos.
¿Entoncccessshh, Diosshh esshhtá camuflado?...
Ha estallado la risa general coronando la inteligente pregunta de “Pachuco”, el más caracterizado “profe” de Aucará, por su inconfundible parsimonia y especial tonalidad y pronunciación y “lo pendenciero” de sus ocurrencias. La señora ha insistido en su misión salvífica, pero acaban de avisar que ya se inicia la reunión sindical.
Lo dicho. Los informes coinciden, la solución está cada día más lejana por eso sólo nos queda activar medidas de lucha más radicales, aún a nivel de las bases distritales. Manos a la obra, mañana nos concentraremos masivamente en Cabana, sede del NEC. La cosa se ha puesto color de hormiga, abundan las amenazas de despidos y castigos, pero no vamos a desgranarnos ahora, nos solidificaremos más.
Cabana está conmovida con la presencia de sutepistas venidos de todos los sectores. Nunca se había visto a tantos profesores juntos, jóvenes en su mayoría, algunas damas con sus huahuitas, ayudando a preparar la olla común. Culminando la reunión sindical, más de doscientos profesores han formado dos columnas en la calle y han empezado una marcha pacífica de motivación ciudadana: Pásame la S, la ese, pásame la U, la uuu, etc... Qué dice: SUTEP, agítenlo compañeros ¡SUTEP SUTEP SUTEP!. Crecía el entusiasmo, pero también las miradas preocupadas de las señoras, sobre todo.
Desde el inicio de la lucha magisterial, algunos policías se habían tomado el pleito como propio y, aún perteneciendo a la misma clase popular golpeada y empobrecida, como que se esmeraban en propinar tremendas palizas a los pobres profesores, en sus movilizaciones. A propósito, en esta reunión, un profesor ha mostrado una revista de circulación nacional con la foto de un novato teniente de la Policía, que se jactaba de ser “cazador de sutepistas, decidido a demostrar quién manda aquí”. Dicho guardia, por desgracia, era hijo de uno de los profesores mayores y de más caracterizada presencia, que se encuentra aquí con nosotros, participando con gran entusiasmo desde el primer día, alentándonos cuando queremos desanimarnos. Por respeto a sus canas y por no ofenderlo se ha decidido ocultarle la publicación.
La bulliciosa y ordenada caravana se aproxima a la Plaza de Armas. Todo el contingente policial está cuadrado en la esquina, armado hasta los dientes, con bombas lacrimógenas en las manos, escudos, en fin. Casi todos son amigos. Algunos profesores, inclusive, saben “timbear” con ellos por las tardes, o jugar fulbito lo sábados. El grupo que encabeza la marcha, portando el pabellón nacional y la banderola sindical, ha procurado alcanzar al alférez que comanda el operativo represivo, el permiso otorgado por la Subprefectura de Puquio para la marcha. El oficialillo ni siquiera se ha dignado mirar el documento. Ha gritado sus órdenes, como si estuviera en alguna escaramuza militar y ha lanzado casi en los rostros de las maestras su primera bomba lacrimógena. Las voces de ¡tranquilidad compañeros, no se asusten compañeros, humedezcan sus pañuelos compañeros!, no tuvieron tiempo de ser aplicadas, pues la represión apresaba a todos los que estaban a su alcance y se los llevaban al local policial. Sonaban los disparos, uno que otro exaltado llamó a coger piedras y a repeler el ataque. ¡Tranquilos compañeros, no corran, nosotros somos más, ellos son pocos, podemos dominarlos, no se dejen agarrar, defiéndanse!, los gritos de uno y otro lado. Hasta que arreciaron los balazos, la cosa no se calmó. La población está tremendamente conmovida. Jamás se había vivido situación igual. Con el temor de que alguien hubiera caído, el grueso empezó a retroceder protegiéndose y escaló rápidamente el cerrito contiguo, donde se parapetó detrás de un enorme muro de piedras, decidido a enfrentarse con todo.
Oye, maricón, escúchame. Tú, alferecillo cobarde, a tí te llamo. Tú solo conmigo. Deja tu arma. Si eres hombre, aquí en la pampa, te voy a enseñar a golpear mujeres, te crees muy hombre porque tienes armas y no estás ni para un sopapo. Que nadie se meta, yo contigo mariconazo, solos, a ver ¿dónde está tu macheza, demuestra pues?...
Si le tienes miedo a él, conmigo, soy chiquito y flaquito, ven, mariconazo, a puño limpio, nada de armas.
Las pifias y gritos de los gratuitamente atacados maestros, claramente escuchados en toda el área, apabullaron al valiente jefe de la Comisaría, que sólo atinó a protegerse en su despacho, debidamente escoltado por supuesto. Los represores ya no se atrevieron a más y se dedicaron a recorrer las calles disparando como locos, buscando profesores. La orden era que revisaran a todos los transeúntes y si era maestro, derechito a cana. Total: 18 manifestantes presos, ocho han sido maestras madres de familia y sus bebés están llorando desesperadamente.
Hay que actuar rápido. Las tareas son urgentes. Los profesores del lugar deberán camuflarse y buscar contacto con las autoridades locales: el Alcalde, el Gobernador, el Juez y algunos vecinos notables, ni abogados hay aquí. Entre éstos, como siempre, hubo quienes se negaron, pero no faltaron los amigos, los paisanos que trataron de ayudar. Pidieron entrevistas con el alferecillo que se había proclamado todo un Emperador. Embozado en su uniforme comando, no atendía razones. Se le planteó el canje de las damas con varones. Nada. Las horas han ido avanzando y la noche ha caído pesadamente. Mañana, a primera hora se van los presos a Seguridad del Estado en Lima, yo mismo los entregaré, fue su inflexible decisión, sólo así podremos barrer con tanto revoltoso que atenta contra el supremo gobierno. Se tuvo que coordinar acciones urgentes de apoyo, juntar míseras bolsas para alcanzarles a los presos y encargar a los familiares la atención de las criaturas. Un grupo de enrabiados profesores trataba de convencer a los demás para ejecutar acciones concretas como bloquear la carretera y liberar a los detenidos. Pero, esto podría ocasionar hasta muertes, pasar a la clandestinidad, en fin. No estamos para eso.
Con el paso de los días, han arreciado las noticias desoladoras. La policía maneja una lista de dirigentes para capturarlos y las Resoluciones de despidos y traslados disciplinarios están saliendo como volantes. Responderemos con una gran marcha de sacrificio de todos los distritos hacia Puquio, para tomar la Dirección Zonal. Cinco días después, a las ocho de la noche el grupo de dirigentes venidos desde las bases interiores, se sirve una frugal lawita en Andamarca, ocultándose de la repre, por supuesto. En una hora más, veinte maestros de esta base nos uniremos y caminaremos toda la noche. Al día siguiente la noticia había fortificado las esperanzas de miles y miles de angustiados profesores comprometidos en una desigual lucha que ya cumplía tres meses: ¡Quinientos maestros tomaron la sede zonal de Educación de Puquio!.
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Qué tal, señoritas, ¿a dónde creen que se van, quién les ha dado permiso?.
Hola, coleguitas. El amigo Rodolfo nos ha invitado a conocer Chipao, dice que hay buenos baños termales en Mayobamba. Volveremos hasta la tarde, nomás.
Son Dino y Julio, los profesores que con los aparejos necesarios en la mano están bajando al río en plan de pesca, nos toca “cebichear” hoy. Claro que los caballos están debidamente ensillados y moviéndose nerviosamente en la puerta de la casa, listos a iniciar el viaje hacia Chipao. Las dos jóvenes profesoras, de pantalones y casacas, con coquetos sombreros y lentes ahumados, atienden a las indicaciones de su guía para montar correctamente a los zainos y manejar las riendas.
Ese amiguito no ha hablado con nosotros, debe solicitar permiso, nos están
o obligando a tomar medidas urgentes.
Y, ¡cuidadito con tardarse!.
domingo, 27 de marzo de 2011
DE CANDIDATOS, CANDIDECES Y CANDIDAZOS
PRIMER ACTO
- ¡Tierra, trágame…!.
Las diez de la mañana, debo irme al paradero y tomar mi bus de retorno. Hoy día lunes ya está perdido, mañana no puedo faltar de ninguna manera… Resulta que recién estoy recuperando el conocimiento. Anoche fue la gran concentración artística y yo, como siempre, vine expresamente hasta Lima: mi grupo musical no podía faltar, como no lo había hecho durante tantos años. Esta vez, mis amigos los organizadores, nos iban a dar un sencillo, que me serviría siquiera para mi pasaje de retorno.
Pero, malhaya mi suerte, el enorme público, el reencuentro con tantos amigos…, ¡y tenía que sucederme a mí: se me presenta un paisano entrañable, que vive allá en el pueblo, me dice que está de paso con su camión, y que se ha quedado para verme!. Motivo para el agasajo y chelas van, chelas vienen. A pesar de mi normal situación recontraaguja, tuve que ponerme siquiera un parcito ante tan noble gesto…
En medio de la negruzca bruma de mi recuerdo, poco a poco veo a mi hermano requintándome y restregándome en la cara el billete que me habían pagado por la actuación. Revisé entre mis bolsillos y efectivamente, allí estaba el dichoso billetito. Era uno de cien soles, y parecía sacarme la lengua, porque era un vulgar recorte de periódico. Resulta que después de la larguísima actuación, como siempre muy aplaudida y aclamada, el vocalista había reclamado el pago a la señora empresaria. La dueña del evento, le alcanzó los billetes. Rapidito, buscó a mi hermano y le entregó el que me correspondía. Claro que éste se dio cuenta al toque de la broma y le devolvió el papel. Por supuesto que ya no le quiso recibir, aduciendo que ése era el billete entregado por la señora y que en todo caso fuera a reclamarle a ella. Algo que mi hermano hizo inmediatamente para recibir sólo una contundente negativa de su parte. Le dijo que ella ya había cerrado esa cuenta, que había entregado los billetes correctos, que cómo se atrevía a pensar mal de ella y que no podía reconocer nada. Mi hermano insistió, y ante la negativa fue a buscarme. Algunos amigos se ganaron el pase, pero no nos quedó más camino que retirarnos.
Y éste es mi drama: ¡si no viajo inmediatamente voy a perder otro día de trabajo, me van a botar!. ¿A quién recurro, de dónde saco el pasaje?... Ya ni quise tomar el desayuno que mi afectuosa madre me alcanzaba con tanto empeño y salí como loco. Estuve dando vueltas, renegando de mi maldita suerte y de mi tonta actitud de estar arriesgando mi trabajo, quedando mal con la familia para nada, ¡como si fuera la primera vez…! La única solución, pensé, es enfrentar el asunto personalmente y me puse en camino a buscar a mi amigo, casi hermano, el organizador del evento. El no conoce el problema, me consolaba, las cosas están ya más calmadas y tendrá que entenderme… Ahora, otro gran problema ¿dónde vive este pata?... Alguna vez me invitó a visitarlo en su nueva casa y recordaba algo de las indicaciones que me hizo de cómo llegar.
No sé cuánto caminé, no sé cuántas vueltas dí, sólo cuando me dijeron que esta era la casa del señor que necesitaba encontrar, me volvió el alma al cuerpo.
La muchachita que abrió la puerta demoró un montón para hacer las consultas y dejarme pasar. Es que los señores todavía están descansando, explicó.
Por fin, en bata y visiblemente incomodado salió el amigo y me pidió ir pronto al grano. Después de saludarlo y felicitarlo por el acostumbrado éxito de su fiesta, le expliqué muy compungidamente que yo debía viajar, que no tenía un centavo en el bolsillo, echándome la culpa de todo y disculpándome por tener que molestarlo, le entregué el billete y le supliqué me lo cambiara. Creo que le repetí también que había viajado exclusivamente por cumplir con él, que yo nunca le había fallado y que por única vez me hiciera este favor, que este billetito no iba a afectar en nada a su economía, para la enorme ganancia que había alcanzado en la noche. Me respondió que no podía atenderme en este asunto, que todavía no habían hecho sus balances y tenía muchos pagos que afrontar y que toda la economía la manejaba su esposa y que volviera en otra oportunidad para conversar con ella.
- ¡Tierra trágame…!
No sé de dónde saqué fuerzas para humillarme tanto, le dije que en todo caso, me hiciera un préstamo que yo le devolvería en pocos días. Tanto le supliqué y, por fin, buscó a la señora. Salió enojadísima a decirme que mi hermano era un malcriado, que la había calumniado, acusándola de darle un billete falso, que ella había entregado todo conforme, que no iba a estar reconociendo todo lo que le reclamaran y, que en todo caso, arreglara con el vocalista. Estaba yo clavado en el piso, no atinaba a nada… Mareado, totalmente atontado empecé a retirarme. Ya en la puerta me alcanzó el amigo, me dijo que con mucho esfuerzo había logrado prestarse de la señora este billete que era un préstamo personal, y que no olvidara de devolvérselo esta misma semana.
SEGUNDO ACTO
- Buenos días, señor, hace varios días que he tratado de comunicarme con usted, soy el director del grupo que le alquilamos su local para la fiesta que organizamos la semana pasada, justamente quería saber para visitarlo a recoger la garantía de diez mil soles que le dejé y devolverle su recibo.
- Ah, mire señor, sobre eso, ustedes ya no tienen ningún derecho a reclamar nada, porque primero, se han pasado de la hora, el contrato era hasta las tres de la mañana y ustedes han estado hasta las cinco, y después han dejado tirado el árbol que han puesto para la yunza, de modo que yo no tengo nada pendiente con ustedes.
- Pero, perdone señor, ¿cómo que no tenemos derecho, si usted a las tres de la mañana ha cortado la luz, ha cerrado sus puertas, ha cortado totalmente la música y no se ha vendido una botella más de nada? …. Si nos hemos quedado un poco más, ha sido porque estábamos recogiendo nuestras cosas, pero eso no ha demorado ni una hora, cómo va a decir eso, además del árbol, ya no está y el mismo guardián nos ha dicho que usted ya lo ha vendido ....
El caso concreto, es que el dichoso personaje se quedó con la plata, así a lo macho.
Resulta que a alguien del grupo musical se le había metido en la cabeza que debiéramos organizar nuestra fiesta de carnavales, siguiendo la moda, que si éramos capaces de llenar locales para otros, también tendríamos una buena concurrencia. Yo era muy poco afecto a estas cosas, pero en fin, entré en la jarana. Y, es un latín de la patada. Que el local, los artistas, las licencias, la cerveza, la propaganda, el personal, etc. Y todos jalan plata. Como éramos tres, teóricamente nos repartimos las responsabilidades y los costos. Teóricamente, porque siendo ciertos, por ejemplo, esas diez lucas de la garantía las tuve que poner yo.
Bueno, algo íbamos haciendo, cuando faltando una semana nos avisaron que el Concejo distrital había clausurado el local de la fiesta. Movilización general: buscar amigos, relaciones, alguien que convenciera al malvado alcalde de que no nos hiciera tanto daño. Inclusive a la política recurrimos, porque era época electoral. El malvado que en los infiernos debe estar, no aceptó nada. El local está clausurado y punto. Yo propuse suspender todo, que ya veríamos la forma de salir. Pero los otros socios: siquiera para recuperar los gastos, que ya no falta nada, que había un local, bastante menor pero que podría servir en la emergencia. Buscar al dueño, hacer los contratos aceptando, sobre todo, sus leoninas condiciones, porque como estaba enterado del problema… Todos los pagos por adelantado, y además la dichosa garantía. Diez mil solcitos nada más. Si no, pues no hay local, así de sencillo….
Como era previsible, la fiesta resultó siendo una reunión de familia, porque quienes iban al primer local se encontraban con la puerta cerrada a machote. Un hermano mío trató de ayudar de alguna manera, puso su microbús en servicio gratuito entre los dos locales, creo que hasta hizo dos viajes… Total, el daño estaba hecho, el malvado alcalde estaba plenamente satisfecho, y una vez más el letrerazo: artísticamente un éxito, económicamente un fracaso…
Y, ahora, ¿cómo hago para devolver los diez mil soles que me presté para lo de la garantía que ahora se enterraba en las fauces de este otro malvado….
Algún tiempo después, le comenté del asunto a mi amigo Larry, quien incrédulo exclamó: ¡Si ése es un asaltante conocido, todos saben de sus artes, cómo no me consultaste!…
TERCER ACTO
No sé por qué, pero no le tenía mucho entusiasmo a este contrato artístico… Uno de esos amigos de oídas me estuvo llamando por teléfono repetidas veces al pueblo. Me pedía aceptar una propuesta para presentar mi conjunto en una fiesta de carnavales. Me hablaba maravillas, que cobrara nomás, que el contratante era uno de esos empresariazos de éxito, que seguramente nos iba a poner a disposición una de sus camionetas 4 x 4 del año, etc. A tanta insistencia, autoricé a mi “representante” en Lima a firmar el dichoso compromiso, recomendándole dejar bien claro que la movilidad corre por cuenta del contratante. El amigo de las llamadas, me informó que el lugar del evento era un pueblecito muy cercano, a media hora de Chincha o San Clemente.
Un día antes del evento, ya en Lima, me comuniqué con los contratantes. La secretaria me informó que el señor empresariazo estaba en el lugar del evento, preparando todo, y que nosotros debíamos estar a las cinco de la mañana en Chincha para tomar los carros que iban por esa ruta y que nos dejarían muy cerca, que era muy fácil llegar. Le manifesté que yo no conocía el lugar, que ni tenía idea de los costos y que de ninguna manera iba a subirme a un camión mixto sobre el ganado. Que en todo caso, les devolvería el miserable adelanto que le habían dado a mi "representante" y que ahí terminaba todo.
Después de repetidas llamadas tratando de convencerme, la secre me informó que el señor empresariazo había contratado un auto expreso y que nosotros solamente deberíamos estar en Chincha a la hora convenida.
Llegamos, por fin, al lugar del evento casi a las 7 de la noche, después de cuatro horas de viaje. No había casas allí, sólo un espacio iluminado, adornos de fiesta y sonaba un equipo; las personas con talco y serpentina estaban ya en pleno juego de carnavales.
- Señor, buenas noches, somos del conjunto musical, acabamos de llegar. Usted nos avisa para iniciar nuestra actuación.
- Ah, ya, bien. ¿Ya comieron?.... Oye, Gumercindo, llévalos a la casa para que coman…
Las tripas ya estaban enviando clarinadas de alerta y no veíamos una tienda, siquiera para engañarnos con una gaseosa. Con nuestro atento guía al frente iniciamos un penoso descenso, los instrumentos al hombro por supuesto, ¿a quién podíamos encargarlos?. Se trataba de unas escalinatas sin fin, porque al fondo de la quebrada se advertía un caserón de la patada y se veían no menos de 8 carrazos esos de 4 x 4. Casa moderna, grande, bien presentada. Desde nuestra ubicación en una sala amplia advertíamos el movimiento de personas que entraban y salían, supongo que serían cocineras, mozos, etc., preocupados en sus afanes. Un largo rato y apareció un caballero mayor con su poncho y sombrero, quien se presentó como el padre de nuestro contratante y el verdadero dueño de todo este caserón y presumiblemente también de toda la empresa. Estuvo contándonos de sus avatares laborales, sus inicios empresariales,hasta en quechua hablamos.
Nuestro amiguito Gumercindo se apareció con una botella de trago sacarronchas que ninguno de nosotros iba a aceptar. Pasaba el tiempo. De alguna manera tratamos de recordarle a Gumercindo que habíamos bajado por algo, volvió a salir y al rato llegó un comisionado a comunicarnos que ya debíamos iniciar nuestra actuación. La fatigante cuesta ahora, con las chivas al hombro y… ¡a chambear!... ¿Y el richi?... No se oye padre, Gumercindo desaparecido.
Apenas bajamos del escenario, el chofer me dijo que debíamos partir, porque ya le habían cancelado. El señor empresariazo, alegrón por los brindis y medio asado, porque estaba entretenido en sus juegos y bailes, me peloteó a la secretaria cuando le recordé que debía pagarme. A propósito, qué característica manera de jugar carnavales en Huancavelica, frotándose con la ortiga entre hombres y mujeres. Es como mis paisanos de Ishua o Huaycahuacho que juegan también frotándose con la tuna. ¡Claro, sobre todo por esas zonas…! No me fue fácil ubicar a dicha señora para continuar con el limosneo. Sacó del bolsillo algunos billetes y me los entregó también con incomodidad, porque le estaba interrumpiendo su fiesta.
- Oiga, señorita, le dije, aquí falta.
- Ah, no sé señor, eso es lo que me ha indicado mi jefe, de dónde cree que puedo sacar plata, ya he pagado también al chofer que les ha traído, es todo lo que tengo.
Y se fue campante, feliz. ¿Quién me iba a hacer caso ahora si ya habíamos cumplido con el trabajo?... Para remate, el responsable, el empresariazo ya estaba borracho, ¡ni para pegarle!.
Por ahí divisé al “amigo” que tanto me estuvo llamando antes del contrato.
- No te preocupes, hermano, tu estás viendo la casaza, los carrazos, él tiene plata, no se va a ensuciar con centavos, el lunes búscalo en su oficina, explícale y vas a ver que todo se va a arreglar, ahora es por gusto, no vas a sacar nada.
Y claro que no iba a lograr nada, yo lo sabía, pero a veces como que nos entra un deseo (supongo que malsano) de conocer los extremos más descarnados de la miseria humana. Fui dos o tres veces a la fábrica, sólo por castigarme. El señor nunca estaba, o había viajado a Buenos Aires o estaba en reuniones con los ministros del Gobierno, parece que todos iban a consultarle o a pedirle permiso. La secre ya no sabía qué hacer, hasta nos ofreció los saldos de mercadería fallada, pero ni eso, porque al señor nunca le dio la gana de pagar. Mi abuelita solía repetir: de los paisanos con plata, sobre todo de esos chuscos, líbranos Señor!...
ACTO FINAL
Tres escenas vividas en diferentes escenarios, un denominador común y la misma víctima. Ya me había olvidado de estas desagradables experiencias, pero acabo de ver en la televisión a uno de estos caballeritos, besuqueando a un cacarrito de nuestras serranías, diciendo que quiere ser parlamentario “para luchar por estos niños y por los pueblos olvidados …” Cómo se dan las coincidencias: estos tres personajes andan también en avatares poíticos, uno de ellos me parece que ya pisó el parlamento. Hace algunos años, el que se adueñó de mi “garantía” candidateaba para alcalde. Me preguntaba entonces si podría recuperar mi platita ofreciendo el recibo que firmó y nunca rescató, a uno de sus contrincantes… Si vemos cada cosa en esta viña del señor…! Pero el empresariazo fue el más pendeivis: no solamente se queda con nuestra plata, sino que nos cochinea ordenando que nos sirvan comida, ¡sabiendo que no nos van a dar nada…!
La vida tiene caminos y vericuetos tan incomprensibles que es posible que alcancen esos puestos. Y como soy tan afortunado, me los voy a encontrar por ahí, y me los van a presentar: el señor parlamentario, o el señor Alcalde, o el señor Ministro. Recordaré entonces la sabia frase de mi hermano Rafael León: “Esos tremendos pendejos son miserables sí ¡PERO LA HACEN, NO SÉ CÓMO, PERO LOGRAN LO QUE SE PROPONEN!”….
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domingo, 20 de marzo de 2011
VISITA MINISTERIAL
J
Desde cuando inicié este diálogo con mis amables lectores, me prometí no abordar temas de la actual vida de mi pueblo, porque ingresar a este campo implica discusión y polémica. En tal caso, debería asumir y defender posiciones políticas y esas cosas para mí, no revisten el menor interés. Mantengo mi modesta idea primera: en este rinconcito familiar conversamos de nuestras costumbres, de nuestras experiencias y presentamos escarceos literarios o artísticos, referidos, por supuesto, a nuestra tierra.
Pero, después de un largo espacio, me ha tocado estar en Andamarca y he participado directamente de agitaciones populares vividas en poco tiempo. Creo necesario solicitarles la venia necesaria y contarles un breve resumen de ellas.
Resulta que, como corresponde y en su debida oportunidad, hicimos una visita de saludo y congratulación a nuestro buen amigo el Dr. Juan Ossio, por su asunción al cargo de Ministro de Cultura. El rango de amistad forjada durante sus años de estadía y vivencia en Andamarca siempre ha sido mantenida en estos años, a través de nuestras visitas de consulta y de saludo, ya en su domicilio ya en su centro de labores, la Universidad Católica. Con la afabilidad que siempre le ha caracterizado, el flamante Ministro nos aceptó de buen grado la invitación, pues él mismo tenía decidido visitar Andamarca, antes del cambio de Gobierno. Con el actual Alcalde, le tomamos la palabra y coordinamos la fecha en que tal decisión debiera cumplirse.
El 6 de marzo fue el día escogido y por feliz coincidencia, José Carlos Vilcapoma, Viceministro de Interculturalidad, nos visitaría unos días antes, de paso a Aucará, con motivo de la Declaratoria de su Templo, como Patrimonio Cultural de la Nación. Efectivamente, el día 23 de febrero, Andamarca le brindó un caluroso recibimiento, al señor viceministro. Luego de dos horas de grata estancia, la caravana siguió viaje hacia su destino, guiada por nuestro distinguido coterráneo el Dr. Abel Mejía, Rector de la Universidad Agraria y el señor Barrientos, Alcalde aucarino.
Recordaré que en la década del setenta, se presentó en Andamarca un joven bonachón, que pronto hizo amistad con su gente sencilla y acogedora. Su figura se hizo familiar, se le veía caminando por las chacras y todos nos esforzábamos para procurarle una grata estancia; queríamos colaborar con él, había una intención compartida de ofrecerle todas las facilidades. El día que fuimos a Qellqata, por ejemplo, a la yerra de alpacas, en el fragor de la lluvia, fue algo inolvidable. Después de cabalgar varias horas, claro que su humanidad - un personaje alto y robusto - sentía los estragos, pero él estaba feliz y ni sintió las estrecheces de una estancia de puna, durmiendo sobre las leñas y sobre las caronas. Con todo, la pasamos bien.
En el pueblo, las mujeres que ordeñaban sus vacas, le regalaban “poqoso” calientito que el “docto” acogía con gratitud. Con su libretita en mano y su cámara fotográfica nunca faltaba en los acontecimientos familiares o populares. Estaba en las techas de casa, en los matrimonios “chawachamanta”, en los sembríos del maíz, saboreando chicha con pito, aunque después acusaba algunos malestares estomacales por la falta de costumbre. Pero después, se familiarizó bastante bien con todo el producto nativo. Se dejó sentir su ausencia cuando reasumió sus actividades capitalinas. Claro que en su vivencia andamarquina, le tocó vivir experiencias y anécdotas que compartimos en el recuerdo, cuando sus múltiples ocupaciones le regalan algún espacio.
Entre tantos recuerdos, conoció los documentos personales que don Teófanes Gallegos guardaba de José María Arguedas, su amigo y hermano. Por esas coincidencias de la vida, ahora le toca encabezar el reconocimiento a tan ilustre personaje en el centenario de su nacimiento. El año 75, don Teófanes fue cargonte dansaq mayor de Negromayo en la Fiesta del Agua de agosto. Claro que el Dr. Ossio, como su gran amigo, no podía faltar en el grupo de los cuyaq o amigos visitantes. Durante los días de la fiesta ritual, pudo conocer el desenvolvimiento de la danza de las tijeras en toda su expresión. El posee un testimonio directo de la “Agonía” estación final de esta danza, inclusive debe conservar la versión más pura de su melodía, pues esta demostración le fue ofrecida como una deferencia especial tanto a él como a don Teófanes por el maestro dansaq Albicha. Los que algo sabemos de danza de tijeras, conocemos que los dansaq no acostumbran bailar esta estación, por la connotación radical que tiene. En Andamarca, también pudo recoger la versión del Mito de Inkarrí en el testimonio de Zenén Flores Caballa, nuestro recordado “Buque”, como fruto de numerosas y largas conversaciones. Poco a poco se vencieron sus naturales reticencias y, en este menester, fue asistido por mi hermano Jorge. Yo tuve el honor de ayudarlo en la transcripción y traducción de muchas de sus recopilaciones, labor que cumplimos en su casa de Lima.
Como fruto de sus estudios e investigaciones, publicó varias obras en las que Andamarca figura como centro de sus inquietudes intelectuales y sus sólidas investigaciones. Lógicamente, su nombramiento como Ministro obedeció a la intensa actividad intelectual que venía desplegando, pues, además de sus responsabilidades docentes en la Universidad Católica, los altos niveles de los gobiernos le fueron encargando sucesivas tareas que él cumplió con brillo.
Conocida la buena nueva de su visita a Andamarca, naturalmente que el pueblo ingresó a una enfebrecida gama de actividades preparatorias, en el propósito de brindar una inolvidable bienvenida al Dr. Juan Ossio. Muchos de los personajes que formaron el grupo de amigos en Andamarca, ya no están, pero queda en su memoria espacio para el agradecido recuerdo, como lo hizo notar en el discurso que pronunció a su llegada. En el pueblo, pues, la consigna de volver a vivir esos tiempos fue muy bien entendida por los jóvenes que, si bien no tuvieron la oportunidad de conocer estas vivencias, quisieron no estar ausentes en circunstancias tan especiales e irrepetibles. Son los jóvenes quienes están en la responsabilidad de la conducción del pueblo, ya sea como autoridades o como dirigentes de sus organizaciones. Fue aleccionador ver cómo la población se movilizó en su integridad.
Llegado el día central, el nerviosismo alcanzaba su grado mayor. A las diez de la mañana sólo mirábamos el espacio y aguzábamos el oído tratando de adivinar el lado por el que aparecería el helicóptero. La ciudad estaba vestida de colores, se notaba otra expresión en los rostros, y aumentaba también la cantidad de nuestros visitantes. Los distritos vecinos, con sus autoridades al frente y sus comparsas artísticas también estaban presentes y compartían nuestro nerviosismo. La espera se iba haciendo más larga pues parece que el doctor estuvo también atendiendo funciones propias de su cargo en otros pueblos.
Ver el descenso de la nave en Antara fue para el pueblo una merecida satisfacción. La recepción se fue desenvolviendo conforme había sido programada, pero los eventos deberían acelerarse al máximo porque había cortedad de tiempo, pues los señores pilotos marcaron un espacio muy reducido. Las inauguraciones programadas se cumplieron con agitación, la de la Casa de la Cultura, la Casa del Danzante y la de la infraestructura que el Municipio entrega para la Oficina de coordinación o de la Unidad Ejecutora del Ministerio de Cultura. Los demás actos programados hubieron de suspenderse ipso facto, porque el cielo encapotado y los anuncios de las primeras gotas de lluvia pusieron más nerviosos a los pilotos quienes decidieron la partida. No había forma ya de cumplir pautas protocolares en orden, también los representantes de los pueblos vecinos trataban de hacerse oir y entregar sus escritos y obsequios al señor Ministro, al Presidente del Gobierno Regional y al Director de Agrorural, comisionado especial del señor Ministro de Agricultura, integrantes de la Comitiva ministerial.
Una fortísima lluvia se desencadenó entonces y cuando vimos perderse el helicóptero arreciaba más la fuerza del temporal vestido hasta de granizo. En fin. El pueblo siguió bailando. Las numerosas estampas artísticas costumbristas que habían dado la bienvenida, continuaron su despliegue regalando música, color y alegría a toda la población. Y como habíamos ingresado a carnavales, pues nos trasladamos al Complejo Huáscar donde se cumplía el Concurso de Bailes y Motivos de Carnaval, organizado por la Municipalidad.
Casi borrado por el tiempo conservo en mi memoria el recuerdo de una movilización artística andamarquina así de espectacular: el día en que se inauguró la carretera a Puquio. Todo el pueblo bailó sin descanso en la plaza de armas, salieron todas las “invenciones” que se viven durante el año. Han pasado los años, los protagonistas son otros, pero el espíritu andamarquino prevalece, mantiene su vigencia, pese a la modernidad, el INTERNET y los celulares.
El Carnaval es una fiesta que mezcla los ritmos y juegos del pukllay ancestral con las ideas traídas por los conquistadores y asume diversas variedades locales. Así, pues, bailamos los paseos costumbristas nativos, las wifalas mestizas, el baile de “los vasallos” a cargo de los prebistes dedicados a atender el culto católico acompañando al Mayordomo de un Santo, con sus flautas y tinyas y el cortejo de sus muñidoras. Se baila también el pumpin, heredado de los tiempos prehispánicos, en que los dominios Rukanas Antamarkas abarcaban hasta las actuales provincias de Fajardo y Huancasancos. Y finalmente, el motivo Chimaycha que entró con fuerza desde el norte: de Amayqa, Pampamarca, Chacralla y cautivó sobre todo a los sectores jóvenes. En Andamarca, se baila los tres días con las diferentes estampas costumbristas. Acostumbra llegar mucha juventud desde Lima, Ica o Cañete. Claro que esta alegría y los ritmos de las arpas, violines, tintyas y flautas encontraron descanso sólo el miércoles de ceniza. Pero, eso es papa de otro costal y ya hablaremos de ello.
Desde cuando inicié este diálogo con mis amables lectores, me prometí no abordar temas de la actual vida de mi pueblo, porque ingresar a este campo implica discusión y polémica. En tal caso, debería asumir y defender posiciones políticas y esas cosas para mí, no revisten el menor interés. Mantengo mi modesta idea primera: en este rinconcito familiar conversamos de nuestras costumbres, de nuestras experiencias y presentamos escarceos literarios o artísticos, referidos, por supuesto, a nuestra tierra.
Pero, después de un largo espacio, me ha tocado estar en Andamarca y he participado directamente de agitaciones populares vividas en poco tiempo. Creo necesario solicitarles la venia necesaria y contarles un breve resumen de ellas.
Resulta que, como corresponde y en su debida oportunidad, hicimos una visita de saludo y congratulación a nuestro buen amigo el Dr. Juan Ossio, por su asunción al cargo de Ministro de Cultura. El rango de amistad forjada durante sus años de estadía y vivencia en Andamarca siempre ha sido mantenida en estos años, a través de nuestras visitas de consulta y de saludo, ya en su domicilio ya en su centro de labores, la Universidad Católica. Con la afabilidad que siempre le ha caracterizado, el flamante Ministro nos aceptó de buen grado la invitación, pues él mismo tenía decidido visitar Andamarca, antes del cambio de Gobierno. Con el actual Alcalde, le tomamos la palabra y coordinamos la fecha en que tal decisión debiera cumplirse.
El 6 de marzo fue el día escogido y por feliz coincidencia, José Carlos Vilcapoma, Viceministro de Interculturalidad, nos visitaría unos días antes, de paso a Aucará, con motivo de la Declaratoria de su Templo, como Patrimonio Cultural de la Nación. Efectivamente, el día 23 de febrero, Andamarca le brindó un caluroso recibimiento, al señor viceministro. Luego de dos horas de grata estancia, la caravana siguió viaje hacia su destino, guiada por nuestro distinguido coterráneo el Dr. Abel Mejía, Rector de la Universidad Agraria y el señor Barrientos, Alcalde aucarino.
Recordaré que en la década del setenta, se presentó en Andamarca un joven bonachón, que pronto hizo amistad con su gente sencilla y acogedora. Su figura se hizo familiar, se le veía caminando por las chacras y todos nos esforzábamos para procurarle una grata estancia; queríamos colaborar con él, había una intención compartida de ofrecerle todas las facilidades. El día que fuimos a Qellqata, por ejemplo, a la yerra de alpacas, en el fragor de la lluvia, fue algo inolvidable. Después de cabalgar varias horas, claro que su humanidad - un personaje alto y robusto - sentía los estragos, pero él estaba feliz y ni sintió las estrecheces de una estancia de puna, durmiendo sobre las leñas y sobre las caronas. Con todo, la pasamos bien.
En el pueblo, las mujeres que ordeñaban sus vacas, le regalaban “poqoso” calientito que el “docto” acogía con gratitud. Con su libretita en mano y su cámara fotográfica nunca faltaba en los acontecimientos familiares o populares. Estaba en las techas de casa, en los matrimonios “chawachamanta”, en los sembríos del maíz, saboreando chicha con pito, aunque después acusaba algunos malestares estomacales por la falta de costumbre. Pero después, se familiarizó bastante bien con todo el producto nativo. Se dejó sentir su ausencia cuando reasumió sus actividades capitalinas. Claro que en su vivencia andamarquina, le tocó vivir experiencias y anécdotas que compartimos en el recuerdo, cuando sus múltiples ocupaciones le regalan algún espacio.
Entre tantos recuerdos, conoció los documentos personales que don Teófanes Gallegos guardaba de José María Arguedas, su amigo y hermano. Por esas coincidencias de la vida, ahora le toca encabezar el reconocimiento a tan ilustre personaje en el centenario de su nacimiento. El año 75, don Teófanes fue cargonte dansaq mayor de Negromayo en la Fiesta del Agua de agosto. Claro que el Dr. Ossio, como su gran amigo, no podía faltar en el grupo de los cuyaq o amigos visitantes. Durante los días de la fiesta ritual, pudo conocer el desenvolvimiento de la danza de las tijeras en toda su expresión. El posee un testimonio directo de la “Agonía” estación final de esta danza, inclusive debe conservar la versión más pura de su melodía, pues esta demostración le fue ofrecida como una deferencia especial tanto a él como a don Teófanes por el maestro dansaq Albicha. Los que algo sabemos de danza de tijeras, conocemos que los dansaq no acostumbran bailar esta estación, por la connotación radical que tiene. En Andamarca, también pudo recoger la versión del Mito de Inkarrí en el testimonio de Zenén Flores Caballa, nuestro recordado “Buque”, como fruto de numerosas y largas conversaciones. Poco a poco se vencieron sus naturales reticencias y, en este menester, fue asistido por mi hermano Jorge. Yo tuve el honor de ayudarlo en la transcripción y traducción de muchas de sus recopilaciones, labor que cumplimos en su casa de Lima.
Como fruto de sus estudios e investigaciones, publicó varias obras en las que Andamarca figura como centro de sus inquietudes intelectuales y sus sólidas investigaciones. Lógicamente, su nombramiento como Ministro obedeció a la intensa actividad intelectual que venía desplegando, pues, además de sus responsabilidades docentes en la Universidad Católica, los altos niveles de los gobiernos le fueron encargando sucesivas tareas que él cumplió con brillo.
Conocida la buena nueva de su visita a Andamarca, naturalmente que el pueblo ingresó a una enfebrecida gama de actividades preparatorias, en el propósito de brindar una inolvidable bienvenida al Dr. Juan Ossio. Muchos de los personajes que formaron el grupo de amigos en Andamarca, ya no están, pero queda en su memoria espacio para el agradecido recuerdo, como lo hizo notar en el discurso que pronunció a su llegada. En el pueblo, pues, la consigna de volver a vivir esos tiempos fue muy bien entendida por los jóvenes que, si bien no tuvieron la oportunidad de conocer estas vivencias, quisieron no estar ausentes en circunstancias tan especiales e irrepetibles. Son los jóvenes quienes están en la responsabilidad de la conducción del pueblo, ya sea como autoridades o como dirigentes de sus organizaciones. Fue aleccionador ver cómo la población se movilizó en su integridad.
Llegado el día central, el nerviosismo alcanzaba su grado mayor. A las diez de la mañana sólo mirábamos el espacio y aguzábamos el oído tratando de adivinar el lado por el que aparecería el helicóptero. La ciudad estaba vestida de colores, se notaba otra expresión en los rostros, y aumentaba también la cantidad de nuestros visitantes. Los distritos vecinos, con sus autoridades al frente y sus comparsas artísticas también estaban presentes y compartían nuestro nerviosismo. La espera se iba haciendo más larga pues parece que el doctor estuvo también atendiendo funciones propias de su cargo en otros pueblos.
Ver el descenso de la nave en Antara fue para el pueblo una merecida satisfacción. La recepción se fue desenvolviendo conforme había sido programada, pero los eventos deberían acelerarse al máximo porque había cortedad de tiempo, pues los señores pilotos marcaron un espacio muy reducido. Las inauguraciones programadas se cumplieron con agitación, la de la Casa de la Cultura, la Casa del Danzante y la de la infraestructura que el Municipio entrega para la Oficina de coordinación o de la Unidad Ejecutora del Ministerio de Cultura. Los demás actos programados hubieron de suspenderse ipso facto, porque el cielo encapotado y los anuncios de las primeras gotas de lluvia pusieron más nerviosos a los pilotos quienes decidieron la partida. No había forma ya de cumplir pautas protocolares en orden, también los representantes de los pueblos vecinos trataban de hacerse oir y entregar sus escritos y obsequios al señor Ministro, al Presidente del Gobierno Regional y al Director de Agrorural, comisionado especial del señor Ministro de Agricultura, integrantes de la Comitiva ministerial.
Una fortísima lluvia se desencadenó entonces y cuando vimos perderse el helicóptero arreciaba más la fuerza del temporal vestido hasta de granizo. En fin. El pueblo siguió bailando. Las numerosas estampas artísticas costumbristas que habían dado la bienvenida, continuaron su despliegue regalando música, color y alegría a toda la población. Y como habíamos ingresado a carnavales, pues nos trasladamos al Complejo Huáscar donde se cumplía el Concurso de Bailes y Motivos de Carnaval, organizado por la Municipalidad.
Casi borrado por el tiempo conservo en mi memoria el recuerdo de una movilización artística andamarquina así de espectacular: el día en que se inauguró la carretera a Puquio. Todo el pueblo bailó sin descanso en la plaza de armas, salieron todas las “invenciones” que se viven durante el año. Han pasado los años, los protagonistas son otros, pero el espíritu andamarquino prevalece, mantiene su vigencia, pese a la modernidad, el INTERNET y los celulares.
El Carnaval es una fiesta que mezcla los ritmos y juegos del pukllay ancestral con las ideas traídas por los conquistadores y asume diversas variedades locales. Así, pues, bailamos los paseos costumbristas nativos, las wifalas mestizas, el baile de “los vasallos” a cargo de los prebistes dedicados a atender el culto católico acompañando al Mayordomo de un Santo, con sus flautas y tinyas y el cortejo de sus muñidoras. Se baila también el pumpin, heredado de los tiempos prehispánicos, en que los dominios Rukanas Antamarkas abarcaban hasta las actuales provincias de Fajardo y Huancasancos. Y finalmente, el motivo Chimaycha que entró con fuerza desde el norte: de Amayqa, Pampamarca, Chacralla y cautivó sobre todo a los sectores jóvenes. En Andamarca, se baila los tres días con las diferentes estampas costumbristas. Acostumbra llegar mucha juventud desde Lima, Ica o Cañete. Claro que esta alegría y los ritmos de las arpas, violines, tintyas y flautas encontraron descanso sólo el miércoles de ceniza. Pero, eso es papa de otro costal y ya hablaremos de ello.
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miércoles, 2 de febrero de 2011
SOBRE HOMENAJES Y HOMENAJES
Son incontables e inolvidables las experiencias vividas en mi prolongadísima “vida artística”. Habrá tiempo para irlas recordando con los buenos amigos que me dispensan el favor de su lectoría.
En aquellos tiempos, un animador o maestro de ceremonias era el encargado de presentar al artista ante el público. Hacía una elocuente referencia a sus cualidades, trayectoria y concluía con engolada voz: “Señoras y señores, después de tan larga espera, aquí está el gran Uchucha de las Quebradas”!!!!. En este menester han dictado cátedra maestros de la talla de “mi suegro” el Pollo Wilfredo Díaz o mi tocayo y colega (por la superpoderosa visión) Carlos Guillén Oporto y otros, de grata recordación. Y, claro, los aplausos estallaban mientras el artista salía al escenario, exagerando sus ensayados gestos de saludo.
El artista quedaba dueño del escenario y presentaba su show, en una variopinta escala. Estaba el sobrio, que apenas alcanzaba a anunciar el título de sus canciones y estaba el que consumía su tiempo hablando hasta por los codos. El grupo musical de acompañamiento ocupaba su espacio, al fondo. El anunciador intervenía muy poco, porque entre otras razones, él y quienes esperábamos turno en los camarines, estábamos metidos con los cinco sentidos en sensacionales encuentros de timba, en los que nos jugábamos el menú del día siguiente, por lo menos.
En la actualidad este tema ha sufrido enormes variaciones: casi no existe artista o grupo musical que se desenvuelva solo en el escenario. Anuncian un artista y salen cuatro o cinco personajes más que interactúan: todos gesticulan y bailan repitiendo movimientos ensayados. Gozan de mucha fama las agrupaciones de damas con apelativos de “bellas” (¡y claro que lo son!). Sólo una de ellas canta, las demás hacen derroche de sus apetecibles atributos. Claro que es un regalo para la vista, pues las voluptuosas carnes se lucen en pocas ropas, sin mezquindad. Los artistas varones se hacen acompañar – como mínimo - por dos muy graciosas damas que se esmeran en tentar al público con sus acompasados y atrevidos movimientos. En estas condiciones, ya nadie pierde tiempo en apreciar si el “divo” canta bien o “tiene sus bemoles”. Gozan de fama también los elencos integrados exclusivamente por varones que colman el escenario y no dejan de moverse un instante.
Pero, además, la modernidad ha impuesto un elemento infaltable en la presentación de los artistas: el animador o “gritón”, como les suelen nombrar. Aprovecha cualquier espacio y lanza frases que “animan” al público. A cinco cuadras del evento, se escuchan sus gritos: “saltando”, “saltando”, “las manos arriba”, “el que no salta es un….”, etc. Lógicamente, se le acaba el repertorio y entonces recurre hasta al fútbol: “arriba alianza”, “vamos boys”, etc. No puede callarse. Su obligación es gritar y gritar para que no decaiga el “entusiasmo” del público. El mejor animador es el que más grita y si se entusiasma tanto que ya ni deja escuchar al cantante, mucho mejor. Cada grupo o “banda” debe contar con su propio elenco de “gritones”. También cuenta con un “sonidero” exclusivo, que se encarga de aumentar hasta el infinito los volúmenes en los equipos de sonido. Esta es otra zarabandaza que otro día les contaré.
Como quiera que este año, la fecha del aniversario de la fundación de Lima ha coincidido con los cien años del nacimiento de don José María Arguedas, han abundado los homenajes, los conversatorios y todo cuanto se estila en estas ocasiones. La tradicional verbena serenata a Lima se ha cumplido, por supuesto, con todo brillo y ha sido transmitida por el Canal de Estado. Como yo acostumbro caminar buscando paliar mis ochenta mil necesidades, me queda poco espacio para ver televisión, pero esa noche alcancé algunas escenas de dicho acto y fui tan afortunado que choqué precisamente con la presentación de un grupo de rock peruano con sus instrumentos de última generación, sus parafernalias adecuadas y el creciente entusiasmo del público, apostado en la plaza de armas.
Como cualquier grupo que se respete, también estaban acompañados por sus bailarines. Pero, tuve que pegarme dos lapos en las mejillas para constatar que no estaba sonambuleando. Efectivamente, lo que se veía en el escenario, era algo insólito, espectacular, increíble, de otro mundo, por decir lo menos. ¡Se habían llevado como sus bailarines a dos Danzantes de tijeras, elegantemente ataviados!. Estos procuraban adecuar sus movimientos a las melodías que se desprendían de las voces, guitarras eléctricas, los sintetizadores y demás instrumentos del grupo de marras. (Lógico: no creo que sus bailarines o bailarinas vayan a ejecutar “perreo” si la solista del norte chico está cantando su huayno con arpa). Agucé mejor el oído y comprobé que la melodía que presentaban, era parecida a alguna típica de las estaciones del dansaq, pero con sus propios arreglos, compás y cadencia. Aplausos de la concurrencia, por supuesto, felicitaciones por doquier y un triunfo más, atronador, indiscutible, del grupo de rock.
Me quedé pensando: no hace ni un mes, creo, en Andamarca hemos vivido semejante algarabía porque el mundo ha honrado a la danza de las tijeras, reconociéndola como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Y ahora estamos viendo al dansaq, epígono de un arte ancestral tan distinguido, convertido en saltarín a control remoto, en comparsa de un grupo de rock. ¿Para esto han declarado Patrimonio inmaterial de la Humanidad a nuestra danza de las tijeras?... Y los “animadores” repetían hasta el cansancio que esto se hacía como homenaje a José María Arguedas, pues él había imaginado el nombre de “Danza de las tijeras” para identificar a este arte inmortal.
No me llego a explicar por qué estos buenos amigos rockeros escogieron a los dansaq... ¿Por qué no se hicieron acompañar por dos huacones, por ejemplo?... Confieso que hasta acaricié esta malvada idea: el huacón es el acompañante ideal, porque podía propinarles semejante “fuetazo”, por el enorme atrevimiento!.
El arte es, fundamentalmente, libertad. Jamás pretendería poner cortapisas ni imponer dogmas en el sentimiento y creación artística de las personas. El arte del pueblo tiene legítimo derecho a desbordarse con imaginación y creatividad. Pero, ¿qué necesidad tienen de recurrir al dansaq y convertirlo en un pobre muñequito a cuerda que tiene que moverse ante el público en formas y moldes que no le son propios?... Y no quiero hablar de que el dansaq es un ser privilegiado, escogido, que cumple un ministerio sagrado dentro del grupo humano. Me corro el riesgo de que me callen como a mi distinguido amigo el actual Ministro de Cultura, cuando hace buenos años ya, le dijeron en Andamarca: “Ya está grandecito usted doctor, para estar creyendo en esas cojudeces…”
“… resulta peligrosísimo, un verdadero atentado contra el patrimonio de nuestro pueblo y de nuestro país, alterar esos cuentos con la pretensión de “mejorarlos” o “adornarlos”… Quien introduce detalles de su invención en el material puro de una obra popular comete un pecado muy grande contra el propio pueblo al cual, frecuentemente, estos adulteradores proclaman “amar”… En cambio los que adulteran la música, los cuentos, las danzas folklóricas, para “dignificarlos” como tantas veces he escuchado afirmar a algunos irresponsables; éstos no tienen perdón de Dios… Su fatuidad debiera ser sancionada mediante….. la denuncia del delito… Castigarlos como se hace con los que delinquen…..”
Clarito, sin lugar a duda alguna. Escrito por el maestro José María, nuestro hermano mayor … Si tenemos la laudable intención de rendirle homenaje no debiéramos olvidar sus conceptos; debiéramos recordar, por ejemplo, su radical condena al proyecto que entonces desarrollaban en Estados Unidos Ima Sumac y Moisés Vivanco. Si Arguedas hubiera vivido estos actuales “homenajes”, estoy seguro que no hubiera necesitado la pistola….
UNA YAPITA: (Como acostumbra decir el buen Adón Heredia).
Creo que fue al día siguiente.
Igualmente en el Canal del Estado, dentro del ciclo de homenajes a José María, en el programa que presentan mi distinguida amiga Victoria de Ayacucho Saywa y su guapachosa hija, participaron dos dansaq, con el arpa del buen Duco y el violín de mi paisano “Chimango” Lares. Casi abruptamente, terminó el son del dansaq y empezó una desafiante Ayla puquiana. Estoy seguro que en su casa, el buen Mario Benjamín Prada ha saltado inmediatamente al ruedo, como en Pirucha Pampa, por supuesto. Pero, fue un segmento bastante reducido. Luego de “los comerciales” persistió el ayla, pero esta vez los dansaq improvisaron movimientos exactamente iguales a los que acostumbran ahora los jóvenes en los campos deportivos, cuando los animadores gritan “¡Saltando, saltando!...”
Pensé: es probable que el Director del programa, constatando que la melodía llamaba compulsivamente al baile, haya ordenado a los dansaq a cubrir el espacio. Pero, allí estaban Chimango y Duco para haberle explicado que el Dansaq no baila ni ayla ni huayno. Cuando en la Fiesta del Agua, ha descendido de la torre, coronando sus contrapuntos de varios días, con satisfacción le dice a su Maiso: “Deber cumplido, papay” y se ubica como un músico más, y acompaña las melodías del arpa y el violín, con el rítmico son de sus tijeras. Estalla un espectacular desborde de ayla en las cuatro esquinas de la plaza. Es el pueblo bailando sin descanso. Y, cuando los maisos y cargontes, deciden retirarse a sus domicilios, el grupo humano forma interminables cadenas de hombres y mujeres y el dansaq, enlazado a sus maisos, va encabezando la Caramusa. El eco de sus tijeras queda por muchos días más en las calles. En las esquinas, el ayla se maximiza y también hay espacio para tan sentidas canciones que arrancan hasta lágrimas. El dansaq, repito, está integrado al grupo, cumpliendo su función de músico percusionista. En el programa que comento, los movimientos de los dansaq estuvieron fuera de lugar, ellos lo sabían y por eso se les notaba avergonzados. Las hermosas e inolvidables melodías del ayla exigen de modo irrefrenable el zapateo inconfundible del maqta tusuy. Dos parejitas en el escenario hubieran sido la cereza sobre el pastel.
OTRA YAPITA MAS:
Hace poquito tiempo, se fue a la eternidad mi buen amigo, don Gilberto Cueva, el “inventor”, fundador, “dueño” y Director de Los Eternos Errantes de Chuquibamba, demostrándonos que apenas somos la humilde vela encendida que, en cualquier momento, viene el viento y la apaga. ¿Cuántos volúmenes serían necesarios para hablar de Gilberto?. Personaje tan especial, de una inteligencia superior, de una caballerosidad sin límites y también de un humor sensacional. Acabo de llegar de Andamarca y he visto enormes paneles publicitarios de una renombradísima artista, que ha gozado de las excelencias personales y cualidades de Gilberto. ¡Y en esos paneles anuncian la presentación de los “nuevos Errantes de Chuquibamba”!... Me angustio pensando: si Gilberto ni siquiera ha terminado de cruzar la frontera final, ¿cómo es que se abrevian plazos, se aprovechan de su silencio, y osan reemplazos tan sacrílegos?...
Recuerdo clarísimamente la escena vivida hace un montón de años. Era una acostumbrada reunión de amigos, un día cualquiera. Compartíamos con Antonio, Plinio y Gilberto, los Errantes: el “colorao” Luis Berardo Delgado, Pepe Melgar, Manuel Silva Pichincucha, Víctor Angulo, y algunos más. Cantábamos nuestras canciones en uno de los salones del Club Arequipa del Paseo Colón. Mientras nosotros éramos sólo entusiasmo, los Errantes imponían señorío, categoría, prestancia. No cabía duda: ellos habían nacido para cantar. Por eso, el Colorao Delgado resumió nuestra unánime convicción: ¡Los Errantes son los Errantes!...
La vida ha ido cobrando sus tributos. El primero en marchar a la eternidad, fue don Antonio. Posteriormente, hubo necesidad de reemplazar la extraordinaria voz de Plinio, debido a serios resquebrajamientos de su salud. Gilberto tuvo el acierto de convocar a músicos de la talla de Jaimito Silva y los Errantes continuaron llenando escenarios, acudiendo a los constantes llamados de los pueblos del Perú. Como Gilberto, con su reconocida generosidad, había incluído mi acordeón en varias de sus grabaciones, también solía convocarme a algunas actuaciones. Precisamente, estábamos a pocos días de juntarnos en la Fiesta de la Virgen del Rosario, en Chiringay de Chuquibamba, y le llegó el llamado, la cita impostergable …
Y ahora… ¡los nuevos Errantes…! ¡No lo comprendo, no lo concibo…! Yo lo he vivido y sé cómo Gilberto quería y respetaba a su grupo musical … Los Errantes han tejido una estela imborrable en el corazón del pueblo peruano y así deben ser recordados, con Antonio, con Plinio, con Jaime, con Leonidas, pero sobre todo, con Gilberto Cueva Fernández, el muy extrañado y querido “viejito de mi acordeón”…
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sábado, 8 de enero de 2011
BALADA DEL HOMBRE SOLO
La noticia corrió como reguero de pólvora.
Octubre de 1982. Dicen que lo han recogido de la calle. Parece que estaba muerto, dicen. ¿Quién?... ¡Ah, el pobre Buque, dicen!...
Efectivamente, Zenén Flores Caballa, “Buque” para todos, había coronado su peregrinaje con todas las de la ley: se había muerto en la calle, mirándole de frente la cara al cielo. Ese corazón robusto, machazo, había reventado. Casi noventa años de intensa y desigual batalla habían terminado por rendirlo.
El viejo Buque había llegado a su frontera final, se había terminado, pues. Solo. Heroicamente solo. Acusadoramente solo. Se había muerto de abandono en el espacio abierto, ante la avergonzada mirada del sol.
Personas que pasaban circunstancialmente, compasivas, lo recogieron, lo cargaron a su casa, y lo acomodaron en el corredorcito, pensando que podría estar durmiendo una tranca sensacional. Pero, alguien más preocupado auscultó el pulso y se asustó. Por eso llamaron al Sanitario y avisaron también a la policía.
Amortajado en raídas vestiduras, envuelto en su descolorido poncho, cargado en el esquelético catafalco de los sin nada, está avanzando, ahora, en hombros de cuatro voluntarios prebistes (1), a ver si alcanza algún sitiecito en el cementerio de Millupampa. Lo acompañan dos o tres personas y ya ni atiende a los rezos incomprensibles del cantor. Se ha disipado, tal vez, el olor de las últimas velas que almas compasivas, anoche, encendieron a su derredor, en el patio de la desvencijada vivienda.
El aire ensombrecido está vestido de negro intenso, de luto riguroso. La boca más descarnada de la triste pobreza ha sido abierta. No se escuchan los gorjeos de las aves ni el canto rumoroso del río. Tan sólo el vacío, la angustia, la nada.
Esa cansada figura del anciano mendicante, que arrastrando sus pasos, imploraba con angustia por un bocado de pan, ya no estará más. Ha viajado sin prisa, tal vez con esperanzada alegría. Lo han llamado para edificar una inmensa torre en el Qoropuna, a base de cheqos (2) que pulirá con su intacta maestría. Todavía no sabe Zenén que la torre se derrumbará por las noches. Y él estará todos los días, en primera fila, acullicando su coca y ordenando sabiamente las estructuras. Hacia allá ha partido el maestro. No volverá. Ya no.
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Un mozo joven, no mal parecido, recibe el plato de humeante lawa (3) que la amorosa esposa le ha servido en el “almozo” de la mañana, antes de enfrentarse con las tareas del día:
Gracias, Mama Killa, mamallaya, gracias.
(Gracias, madre Luna, madrecita, gracias).
Mikuchaykuy taytay, mikuchaykuy. Ñoqaqa vacamanñamiki pasasaq. Docekita apakunki.
(Coma usted, padre. Yo iré enseguida a la vaca. No olvidará usted de llevar su “doce” o almuerzo).
La amorosa esposa, se despide y ambos están, ahora, camino a sus diarios quehaceres. Y esta es la estampa de felicidad compartida que los esposos don Zenén Flores Caballa y doña María Quillas protagonizan a diario en su cálida vivienda.
La caminata hasta el lugar del trabajo, es buen pretexto para recordar...
Don Casimiro Flores “Buque”, su padre, lo había ido formando emprendedor, laborioso, y muy hábil en el manejo de la piedra, cuyos secretos se encargó de transmitirle en durísimas jornadas. Llegado el tiempo, convencido que la vida debería abrir sus caminos, propició el casamiento del primogénito, con todas las de la ley: “chawachamanta”. Fue un tremendo afán...
La noche anterior, después que el pongo o maestro, seleccionara tres candidatas para su esposa, leyendo en la biblia de las hojas de la coca, acudieron en busca de la compañera escogida. No ha habido fortuna en casa de la primera novia propuesta. Han debido actuar con sagacidad e insistencia con la segunda. Los argumentos han sido convincentes. Con lágrimas en los ojos, los padres han entregado a su hija, la pareja escogida para Zenén...
Éste, ya al amanecer, se ha visto en la mesa de honor, en compañía de la flamante compañera de su vida. ¡Claro que los festejos fueron completos, a todo dar!. Luego que la futura consorte llegara a la casa, las nacanas (4) entraron a las ollas, la chicha de jora circuló a raudales, el arpa no dejó de cantar con el arte insuperable de Pablo “Azucar” Flores su tío, y los “perdonanakuy” y “reqsenakuy” se sucedieron desde que el Alcalde asentó la respectiva Partida de Matrimonio, declarándolos oficialmente marido y mujer. Como buenos padres, Casimiro y su esposa entregaron un terrenito, en calidad de dote, para la futura casa. De parte de los familiares de la novia también hubo dote, de manera que ahora poseían, además, una vaca y una chacra.
Zenén, nunca dejaría de recordar los temores y pulcritudes de la novia en la primera noche de amor. Pero todo fue cumplido conforme aconsejaron los padrinos, yachaqkuna, (5) y ahora compartían una vida plena de emociones, de alegría y de felicidad. Ganado por la extraordinaria afabilidad de su “tuya”, su compañera y esposa, el joven consorte aprendió a nombrarla como “mama Killa”, “Madre Luna”.
Como es normal, recién casados, tuvieron que pasar el cargo de Ñawin en la Fiesta de la Yarqa, en agosto. Y vaya que lo hicieron con todas las de la ley. Atendieron la visita de muchos cuyaq o amigos, de la mejor manera. A este efecto, hubieron de comprar nacanas y trago y se preparó buena chicha de jora.
Pero, qué será...
Algo raro y pesado hay en el ambiente y la gente está hablando. Cinco años de esta unión, de matrimonio y, todavía nada. No ha llegado la “wawa” (6), a completar la felicidad. De verdad que también Zenén se está preocupando hace ya buenos meses. Se consuela convenciéndose que poco a poco, las cosas se arreglarán y que no tardará en llegar harta prole. Qarichapas, warmichapas (7), una docena, por lo menos, para cumplir “las doce estaciones”.
Actualmente, está ayudando a su padre en los trabajos del puente de Negro Mayo, como antes lo hiciera en el puente de Markanta. Desde muy pequeño conoce el mundo mágico e insondable de la piedra. Ha aprendido a amalgamarlas en los eternos andenes, luego de una cuidadosa selección. A su padre, la Comunidad le había asignado el apelativo de “Buque”, precisamente por esa insuperable ingeniería en la piedra.
Para el actual trabajo, es fundamental la unión y fortaleza de la comunidad. En Huaqesa, han sido talladas las piedras de cheqo, para después ser trasladadas en hombros, por la orilla del río. Para este puente de Negromayo, la cosa ha resultado más brava por la distancia. Ha debido vencerse la difícil cuesta por Wayrincayoj y Pusa. Ya con los materiales acarreados, se ha preparado suficiente argamasa con izcu, cal y huevos de perdiz o yutu. En un par de meses más, podremos estar transitando por el puente que nos va a comunicar con Qellqata, beneficiando a los comuneros, especialmente a los crianderos del sector.
Por otro lado, no faltan quehaceres en el pueblo, tampoco. Cuando nos libremos de esta obra, vamos a trabajar en las chacritas. Hay que cumplir muchos aynis (8). Dijeron de parte de los suegros, que se les ha derrumbado waqas (9) y wapanas (10) en sus chacritas de Chulluca y Chiricriqata. Será necesario darse un tiempecito, porque pronto va a llegar la época del sembrío.
Por su parte, como todos los días, Mama Killa ordeñará la vaquita, hará el quesito, traerá a los animales a tomar agua en Puquioqta, luego separará el becerro para que la vaca guarde leche para mañana.
Cuando retorne en la noche, ya estará esperándome con la lawa de chochoqa y el aguita de salvia o achicoria. A ver si a fin de mes, nos damos un tiempecito para que, siguiendo los consejos de algunos parientes, mama Natalia, la curandera y matrona del pueblo, la examine nuevamente. Qué estará pasando, porqué las wawas no están llegando.
Bueno, a trabajar, ya llegamos a la obra.
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El maestro “Buque”, había nacido para la piedra. En poco tiempo alcanzó la perfección de su arte con ella. Casi sin darse cuenta, la Comunidad empezó a nombrarlo también “Buque”, como al padre. Se erigió como el arquitecto más solicitado para construcciones. Con su progenitor y otros maestros, había culminado la gigante torre de la Iglesia, bajo la guía de don Calixto Quispe. Este sí que fue un trabajazo, mamallay mama. Cómo luchó la gente. Uru qinallaña,(11) traían el cheqo labrado desde las canteras de Huaqesa en Aqaimarca. Ya en la plaza, le daban la perfección final, la esculpida exacta antes de colocarlos en el sitio preciso. Así fue armándose la colosal estructura, con sus bóvedas secundarias, la escalerilla de acceso y la cúpula principal. Cuando la Cruz fue entronizada en su capitel, mirar abajo, a la calle, hacía dar vueltas a la cabeza. Era como sentirse un poco en el cielo. Cada que avanzaba más el trabajo, las cosas se complicaban por la responsabilidad. Cuántas noches, “Buque” despertaba sudando copiosamente, pidiendo auxilio. ¡La inmensa construcción se les venía encima y aplastaba a todos!. Mama Killa lo calmaba, entonces, y le preparaba manzanilla o valeriana. Esta angustia, lo atenazaba sin calma y, bien de madrugada, corría donde Calixto o donde “Sánchez Cerro” el otro arquitecto, a pedirles nuevos cálculos, que revisaran las trenzadas de las piedras, los cimientos, la calidad de las argamasas. Y así lo cumplían. Terminaban convenciéndose que todos morirían de viejos y que la torre andamarquina resistiría incólume el paso de los siglos. Alguien, pensando en las generaciones venideras, grabó en la dura piedra: “193l. Calixto Quispe, Maestro. Zenén Flores. Francisco Tito, Agente Municipal. Andrés Ramos, Teniente”.
Con enorme prestigio como honrado trabajador y comunero ejemplar, sin embargo, nunca había logrado sortear el gran reto de su vida. Habían ido pasando los años, los trabajos iban en aumento, había progreso. Construyó su propia casa, cómoda, con su patio, su corredor y espacios para “las chitas” y la leña. Las vaquitas también habían aumentado y se contaban algunas chacras más. Pero, la soñada y reclamada wawita, sigue demorando para nuestra desesperación, se niega a llegar.
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Mañana de intenso azul en Andamarca. El frío ha mordido con cólera esta vez. Las aguas se han congelado en todas las acequias y parecen rocas fuertes que resisten nuestras pisadas. Felizmente el solcito ya está auxiliando a los mortales. Seguro que cazorlita, el “cruzao” y otros punsas (12) van a sacar los bloques de hielo para comérselos con deleite.
Una apresurada pareja cruza la calles, ya ni atiende a quienes les pasan la voz. Es que tienen verdadera desesperación por llegar al Barrio de Qarmenqa. De purita casualidad, mama Quilla ha escuchado comentar a unos vecinos sobre un curandero que, dicen, ha llegado recién y tiene grandes aciertos. Hablan que muchos lo están visitando, sobre todo las mujeres, en procura de un alivio para sus males. Después de muchas dudas, Killa se había animado a consultar a tayta Zenen, con cierta vergüenza, si valdría la pena intentarlo una vez más. El renacer de un pequeñito resquicio para la esperanza no los ha dejado dormir. Por eso ahora, no caminan: vuelan en busca del arcano, implorando con desesperación que el destino les conceda siquiera un hijito, no importa, hukchallatapas (13).
Para qué nos ha servido haber progresado si las esperadas wawas no llegaron nunca. Recurrimos a todos los yachaq (14) pero ninguno nos pudo señalar la causa del castigo. Todo, aparentemente, en los cuerpos funcionaba bien. Las relaciones de marido y mujer nunca tuvieron problemas, pues jamás ninguno esquivó sus obligaciones. Pero...
Mama Killa se había acostumbrado a cargar su pena con resignación y dignidad. La gente tampoco se acordaba ya de su desgracia. A cuántos pueblos habían llegado, en busca del remedio para la infertilidad, pero nada. A pesar de todo, siempre ocultaban alguna secreta esperanza en algún rinconcito de su ilusión. La mujer, a escondidas, preparaba ropitas, practicaba tejer rústicas mediecitas, hasta que sentía las violentas sacudidas de la cruel realidad. Entonces deshacía todo y lo arrojaba con cólera al río.
Para colmar su desdicha, esta última posibilidad se ha esfumado, igualito que todas. El maestro ha calculado el pulso de la mujer, ha tocado repetidas veces el cuerpo con diferentes objetos: conchas marinas, piedrecillas raras; le ha hecho tomar infusiones con trago y, después de haber preguntado a la sabia coca, ha movido angustiado la cabeza. Les ha dicho que tal vez, quizá, pero que no garantizaba nada.
Como queriendo compensarse ante el pueblo por este baldón, “Buque” asumió con rabia todos los cargos: fue Alcalde tomero, estanque o punta, varias veces; también en Chimpa, aunque no le correspondía. Desempeñó todas las obligaciones comunales con verdadero ahínco, y cumplió con estricto rigor todos los cargos religiosos. De manera que llegó a ser un comunero consumado, a carta cabal. Todos en el pueblo así lo reconocían. Cuando se iniciaron los afanes para construir la carretera por iniciativa de los mistis, estuvo en primera fila, guiando con su conocimiento a los trabajadores de la comba. Allí donde había necesidad de crear badenes, construír relejes o encauzar riachuelos debía estar “Buque”. Él y “Sánchez Cerro” Quillas comandaron el batallón de ingenieros en la construcción del puente en Tinkúwa.
A pesar de todo, la soñada wawa, no llegó jamás. Y la soledad, la falta de calor familiar iba royendo sus almas, fabricándoles sentimientos de resentida resignación y, últimamente, hasta de indiferencia y hastío. Conocedores de su tragedia, sin embargo, ambos procuraron no abandonarse, no hundirse en la negra cueva de la desesperanza. En silencio, firmaron el pacto de fundirse en una sola alma, defenderse con una sola envoltura de dignidad y coraje, tejida con cariño y mutua compasión. El pueblo se había acostumbrado a aceptarlos en las fiestas, en los trabajos, en las “lotrinas” (15), siempre juntos, pero qué solos también. Ya no recordaban los problemas que su falta de descendencia podría traer a la comunidad.
Qolloqkuna, qamkunapa kausapim qasapas”, “estériles, secos, por culpa de ustedes nos vienen las heladas”-, solían decirle los más rabiosos, cuando se peleaban por el agua o porque alguno de sus animalitos hizo “daño” en maizales ajenos.
Esa maldita palabra “qolloq” le aceleraba el pulso, le amargaba el alma, le inflaba las venas de la cabeza y de las sienes hasta hacérselas reventar. Entonces, casi como un ampi (16), “Buque”, tomaba el camino de las punas más lejanas, Wanakupampa, Oslo o Larigoto, y le gritaba a Yanaqocha, o Lliulliusa su desgracia. A los tres o cuatro días, se aparecía en casa, con algo de carne o frutos.
La rutina, el hastío cumplieron su innoble tarea.
Con cuánto amoroso afán las avecitas depositan huevecillos en sus nidos, cómo los cuidan. Mientras la hembra va formando a sus vástagos, el macho procura incansablemente la comida que deposita en su boca. Los seres más pequeñitos, los más insignificantes tienen una familia, una vida que es sangre de su sangre, cuerpo de su cuerpo, alma de su alma... Pero, para los “Buque”, sólo la sombra, la oscuridad, la negación, la indignidad. El castigo mayor y absoluto... En este fuerte y vigoroso corazón se ha asentado para siempre una semilla maldita, un dolor siempre vivo y la necesidad de no recordar, de atontarse, aunque sea con el trago.
Un buen tiempo, recibió la visita de un personaje limeño, muy curioso y buena gente. Venía a escuchar lo que podía recordar de la vida en el pueblo, de sus trabajos, de sus creencias, en fin. Días y días, venía con pancito, con traguito y con unas máquinas, radio dicen. Yo procuré complacerlo y cuando la memoria me fallaba, mama Killa me lo hacía recordar. No he olvidado al gringo, muy caballero para qué, y solían traerlo buenos amigos míos, como los hermanos Herrera. Ya estaba olvidando tantas cosas, hemos conversado bastante y, bueno pues, ahora ya nada de eso existe.
Tantas cosas lindas que da la vida, cómo florece el campo, cómo grita la madre naturaleza. ¿Para qué diablos sirven la soledad y el silencio?... No tener quien te converse, quién te acompañe a gritar de alegría o de rabia, aunque sea. En cambio, nosotros dos solitos, gastándonos la vida sin interés. Creo que ni la ropa ya nos cambiamos.
Como compadeciéndose de nuestra soledad, mil estrellas brillan en el firmamento, y la esplendorosa luna cumple su camino de ignota inmensidad.
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¡Gracias, mamallaya, santa warmi, madre mía, mamacita!....
El encorvado anciano come con desesperación, con la mano. De cuclillas o de pie, en un rinconcito del zaguán. La compasiva señora le ha servido un plato de tallarines, medio fríos, que han quedado del almuerzo. Ha llegado este Zenén, con enorme angustia en el rostro, pidiendo por caridad algo de comida. La dama lo ha despedido diciéndole que ya no hay más, que deje de estar buscando trago, que vaya a su casa y que se cocine.
Alguien dijo que la vida no dura ni lo que dura el brillo de un relámpago, o algo así. Tan chiquito el espacio, tan raudo el paso del tiempo, el camino del río que nunca se detiene y jamás regresa. La vida, ese cúmulo de angustias, de penas, de esfuerzos, de alegrías, de trabajos sin fin. Ese imperativo desgastarse, consumirse, terminarse. La vida: ese montoncito de amaneceres, de anocheceres y otra vez de amaneceres y anocheceres. Cada día, sin embargo, va fijando surcos en el rostro, languideces en la mirada, enmoheciendo los movimientos. ¡Cómo carajo!... Antes, en un solo día, me iba hasta Qellqata a ver la uywa (17) y todavía me sobraba tiempo para ir por sunchu (18) para los quwis (19). Ahora, ¡pucha caraya!, hasta Chiricre me parece lejos. ¿Imá? (20)...
Y, ¡cómo ha caminado esta vida!. ¡Cómo nos ha vencido el tiempo, Zenenllay!.
De aquel insuperable ingeniero hidráulico, maestro de la piedra, sólo queda este anciano, pequeñito, encorvado, de ojillos moribundos, que con paso macilento recorre las calles, implora en las puertas, esquiva a los perros, procurándose algo de comida o una copa de trago. Cuando está atontado con el alcohol, de alguna manera logra llegar al corredor de su humilde casa y se queda dormido, sobre el único y muy gastado cuero de llama que le queda. A la hora que el frío lo atenaza, busca los restos de una envejecida frazada de oveja. Al sentir sobre su frente los primeros signos de la madrugada, Zenén se sentará, buscará alguna sobrita “qotqo” de coca desmenuzada de tantos años, con la vana ilusión de engañar la desesperada y crónica dentellada del hambre.
Y, claro que sus facultades están intactitas. ¿Acaso no ha construido solito el par de pucullus (21) en Kaniche hace algunos años?... ¡Igualito a cómo lo hicieron los antiguos abuelincos, los gentiles hace mil años ya…!
Hasta los años pasados, lograba atenderse de alguna manera. Por lo menos encendía la tullpa o fogón, y tomaba, por lo menos, su agüita de salvia o de huamanripa. Los del pueblo, le encomendaban algún trabajito como colocar piedras en los andenes y ¡claro que cumplía!, porque nadie le había ganado todavía el arte. Pero, conforme han avanzado los años, ha tenido que padecer temporadas completas de males y, ahora, todo está abandonado.
Ya ni ollas quedan, ni un platito. Total, ¿para qué, si no tengo qué comer?. Además, quién se habrá llevado, pues, los que había…, ni recuerdo.
¿Quién me va cuidar las cositas, si no tengo a nadie?.
La pena tuvo que cumplir su estrago maldito. Y claro, empezó con la más débil. Y mama Killa un día me dejó. Se fue... No duró mucho tiempo su enfermedad. Empezaron unos ligeros cólicos. Después de tantos matecitos de paico, siguiendo consejos de algunas vecinas, había ido a la Posta Sanitaria y le habían dado unas pastillitas. Pero, el asunto se agravó muy rápido. Un día cualquiera, mama Killa amaneció quietecita, no se movió más.
“Buque” sabía que sólo le quedaba organizar el funeral. Contrató al Cantor, se tuvo que fiar algún alcohol a cuenta de trabajo, atendió a los parientes y amigos que lo acompañaron en el velorio. Al día siguiente, en el desvencijado catafalco del Cementerio, cargaron a su adorada mama Killa hasta la última morada, envuelto el cuerpo en mantas y frazadas de llama. Después que se hubo separado de la única persona que tenía en la vida, retornó a casa, seguramente borracho. La pichqa (22) se cumplió después. Lavó y quemó las ropas en Mayupata. Todavía le acompañaron algunos lejanos parientes.
Cuando al cuarto o quinto día, se apagaron los rumores de los últimos visitantes, recién se vio solo. Lo atenazó, entonces, la dimensión de su tragedia y lloró como nunca lo había hecho. De esos ojillos que ya acusaban fatigas, brotaron lágrimas de hombre. De sangre. De verdad.
Y, desde entonces, la soledad. El abandono. Meses. Años. Cada día más lacerante, más cruel. Ni siquiera un perrito chaqacha que me acompañe. A ver, ¿dónde está Mama Killa, la única verdad de mi vida? Un día cualquiera, sin anticipármelo, se hundió en el reino de los misterios. Quizá, desde el rubor de alguna nube lejana, podrá estarme mirando. ¡Malhaya suerte, carajo!... Unos cuantos chiwacos se posan en los derrumbados cercos del antiguo corral de ovejas. Después, el silencio de la mudez, la mudez del silencio.
Pero el imperativo de la vida nos obliga a salir. Suplicamos comida, coca, trago, lo que sea. Ayer, nadie nos dio nada. Llegué hasta la casa de la señora que nunca me niega, siquiera pancito seco me da. Pero, su puerta estaba con candado. He regresado temblando de debilidad y he amanecido sudando, decidiendo que, mejor, ya no saldré. Despacio o apurado, iré entrando a un sueño tan profundo, tan inmenso, que no despertaré jamás. Pero, la desgracia es que amanezco todavía, y puedo andar y llegar hasta la capillita de Antara. Desde allí, reclamo en alta voz, suplico a gritos:
¡Mama Killa, qaukachiki ripuranki, ¿au?!. ¿Ñoqaqá?, ¿manachu pusawanki?
¡Mama Quillaaaaaaaaa...!
(Mama Quilla, te fuiste tan tranquila, ¿verdad?. ¿Y yo?. ¿Es que no me vas a llevar también?)
Horas más, horas menos, según los días. El eco de tanto dolor estremece y conmueve en extremo a la gente que pasa por ahí.
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Desde que Mama Killa, la amorosa esposa de Zenén Flores Caballa, “Buque” para todos, marchó a la desconocida región de los caminos eternos, han pasado buenos años. La vida del hombre solo, el único ingeniero que se hace obedecer por las piedras enormes o pequeñitas, como si fueran wawas, transcurre monótona, terminándose por gotitas en el hambre, en el traguito que a veces logra alcanzar en alguna fortuita circunstancia.
Muy pocos son los momentos de calma. Ese don Carlos, con el ánimo de animarlo, le gasta bromas:
Zenen, torre qepachapi, ¿au?.
(Zenén, con que ¿detrás de la torre, no?).
Comparten alguna secreta aventura, porque el anciano sonríe casi con malicia, como un niño pescado en su primera travesura y responde:
Ya no hay, papá. Señores, ni espanaypaqpas tariniñachu.
(Ya no existe, papá. No lo encuentro ni para orinar).
O como cuando el otro amigo, don Jorge, desde lejos le grita:
Zenén, cunanmi risun, allin pasñaman pusawanki, ah!.
Zenén, hoy día iremos, me llevarás donde una de tus buenas jóvenes, ah!.
Y la ágil y sonriente respuesta:
Yo no poide señores, imapaq papay, ¡ya no hay persona!.
(¿Para qué, papá, señores, ¡ ya no hay persona!).
La enigmática respuesta del caballero de la soledad y la sonrisa triste. Después la reglamentaria copita de trago y la onza de coca que se ganó en buena ley.
Años y años, llevando estoicamente, hombremente, el martirio del abandono y del hambre. Algunas gentes lo veían como un estorbo cuando su figura aparecía caminando dificultosamente. Había quienes lo evitaban, y algunos hasta lo avergonzaban, lo maltrataban. Ni siquiera se detenían un poco a preguntar qué fue de sus animales y chacritas. Dicen que algunos allegados, que ni familiares eran, se los fueron apropiando, hasta dejarlo sin nada.
Han pasado muchos años ya. Tal vez quince, quizás veinte. El pueblo sigue viviendo el vértigo de sus realidades. Días, semanas enteras se enfrasca en sus fiestas, pero sobre todo se mete con sangre y vida a sus trabajos, labrando los surcos en los que deposita las semillas de un mañana sonriente para todos.
No sé si se ha dado cuenta, usted don Carlitos. Algunas noches, allá lejos, como viniendo de Kontaya o Saqrawa, no sé, se escucha como una música que flota, como un canto, bien triste, despacito nomás. Muchos no escuchan creo, yo sí lo siento, ¿qué será?...
Ah, sí. Es real. Es la melodía que los cielos dicen mientras van guiando al viejo Buque en su camino a la eternidad. En esos momentos, hay que guardar silencio. Hay que escuchar el canto de mil estrellas reverberantes, que van abriendo nuevas sendas para el hombre que murió de soledad.
NOTAS
(1) Prebiste: Varones encargados de atender a los santos y atienden los sepelios.
(2) Cheqos: piedra sillar blanca.
(3) Lawa: sopita de maíz.
(4) Nacana: aquello que se degüella, carne de oveja, llama o alpaca.
(5) Yachaqcuna: Aquellos que conocen, que saben. Maestros.
(6) Wawa: criatura, bebe.
(7) Qarichapas warmichapas: hombrecito o mujercita.
(8) Ayni: milenario hábito de cooperación voluntaria entre personas.
(9) Waqa: muro en el que se asienta el andén de las chacras.
(10) Wapana: pared doble de piedras, rellenada con tierra y piedras.
(11) Uru qinallaña: como gusanos, de muy intensa actividad.
(12) Punsa: muchachito travieso.
(13) Huqchallatapas: Si quiera unito.
(14) Yachaq: El que conoce la ciencia tradicional, el maestro.
(15) Lotrina: Reunión de fieles en el templo, en horas de la madrugada.
(16) Ampi: Zonzo.
(17) Uywa: Rebaño.
(18) Sunchu: Hierba silvestre de flores amarillas, alimento para los animales.
(19) Quwis: cuyes.
(20) Imá: ¿Qué?.
(21) Pucullus: viviendas preincas de piedra.
Octubre de 1982. Dicen que lo han recogido de la calle. Parece que estaba muerto, dicen. ¿Quién?... ¡Ah, el pobre Buque, dicen!...
Efectivamente, Zenén Flores Caballa, “Buque” para todos, había coronado su peregrinaje con todas las de la ley: se había muerto en la calle, mirándole de frente la cara al cielo. Ese corazón robusto, machazo, había reventado. Casi noventa años de intensa y desigual batalla habían terminado por rendirlo.
El viejo Buque había llegado a su frontera final, se había terminado, pues. Solo. Heroicamente solo. Acusadoramente solo. Se había muerto de abandono en el espacio abierto, ante la avergonzada mirada del sol.
Personas que pasaban circunstancialmente, compasivas, lo recogieron, lo cargaron a su casa, y lo acomodaron en el corredorcito, pensando que podría estar durmiendo una tranca sensacional. Pero, alguien más preocupado auscultó el pulso y se asustó. Por eso llamaron al Sanitario y avisaron también a la policía.
Amortajado en raídas vestiduras, envuelto en su descolorido poncho, cargado en el esquelético catafalco de los sin nada, está avanzando, ahora, en hombros de cuatro voluntarios prebistes (1), a ver si alcanza algún sitiecito en el cementerio de Millupampa. Lo acompañan dos o tres personas y ya ni atiende a los rezos incomprensibles del cantor. Se ha disipado, tal vez, el olor de las últimas velas que almas compasivas, anoche, encendieron a su derredor, en el patio de la desvencijada vivienda.
El aire ensombrecido está vestido de negro intenso, de luto riguroso. La boca más descarnada de la triste pobreza ha sido abierta. No se escuchan los gorjeos de las aves ni el canto rumoroso del río. Tan sólo el vacío, la angustia, la nada.
Esa cansada figura del anciano mendicante, que arrastrando sus pasos, imploraba con angustia por un bocado de pan, ya no estará más. Ha viajado sin prisa, tal vez con esperanzada alegría. Lo han llamado para edificar una inmensa torre en el Qoropuna, a base de cheqos (2) que pulirá con su intacta maestría. Todavía no sabe Zenén que la torre se derrumbará por las noches. Y él estará todos los días, en primera fila, acullicando su coca y ordenando sabiamente las estructuras. Hacia allá ha partido el maestro. No volverá. Ya no.
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Un mozo joven, no mal parecido, recibe el plato de humeante lawa (3) que la amorosa esposa le ha servido en el “almozo” de la mañana, antes de enfrentarse con las tareas del día:
Gracias, Mama Killa, mamallaya, gracias.
(Gracias, madre Luna, madrecita, gracias).
Mikuchaykuy taytay, mikuchaykuy. Ñoqaqa vacamanñamiki pasasaq. Docekita apakunki.
(Coma usted, padre. Yo iré enseguida a la vaca. No olvidará usted de llevar su “doce” o almuerzo).
La amorosa esposa, se despide y ambos están, ahora, camino a sus diarios quehaceres. Y esta es la estampa de felicidad compartida que los esposos don Zenén Flores Caballa y doña María Quillas protagonizan a diario en su cálida vivienda.
La caminata hasta el lugar del trabajo, es buen pretexto para recordar...
Don Casimiro Flores “Buque”, su padre, lo había ido formando emprendedor, laborioso, y muy hábil en el manejo de la piedra, cuyos secretos se encargó de transmitirle en durísimas jornadas. Llegado el tiempo, convencido que la vida debería abrir sus caminos, propició el casamiento del primogénito, con todas las de la ley: “chawachamanta”. Fue un tremendo afán...
La noche anterior, después que el pongo o maestro, seleccionara tres candidatas para su esposa, leyendo en la biblia de las hojas de la coca, acudieron en busca de la compañera escogida. No ha habido fortuna en casa de la primera novia propuesta. Han debido actuar con sagacidad e insistencia con la segunda. Los argumentos han sido convincentes. Con lágrimas en los ojos, los padres han entregado a su hija, la pareja escogida para Zenén...
Éste, ya al amanecer, se ha visto en la mesa de honor, en compañía de la flamante compañera de su vida. ¡Claro que los festejos fueron completos, a todo dar!. Luego que la futura consorte llegara a la casa, las nacanas (4) entraron a las ollas, la chicha de jora circuló a raudales, el arpa no dejó de cantar con el arte insuperable de Pablo “Azucar” Flores su tío, y los “perdonanakuy” y “reqsenakuy” se sucedieron desde que el Alcalde asentó la respectiva Partida de Matrimonio, declarándolos oficialmente marido y mujer. Como buenos padres, Casimiro y su esposa entregaron un terrenito, en calidad de dote, para la futura casa. De parte de los familiares de la novia también hubo dote, de manera que ahora poseían, además, una vaca y una chacra.
Zenén, nunca dejaría de recordar los temores y pulcritudes de la novia en la primera noche de amor. Pero todo fue cumplido conforme aconsejaron los padrinos, yachaqkuna, (5) y ahora compartían una vida plena de emociones, de alegría y de felicidad. Ganado por la extraordinaria afabilidad de su “tuya”, su compañera y esposa, el joven consorte aprendió a nombrarla como “mama Killa”, “Madre Luna”.
Como es normal, recién casados, tuvieron que pasar el cargo de Ñawin en la Fiesta de la Yarqa, en agosto. Y vaya que lo hicieron con todas las de la ley. Atendieron la visita de muchos cuyaq o amigos, de la mejor manera. A este efecto, hubieron de comprar nacanas y trago y se preparó buena chicha de jora.
Pero, qué será...
Algo raro y pesado hay en el ambiente y la gente está hablando. Cinco años de esta unión, de matrimonio y, todavía nada. No ha llegado la “wawa” (6), a completar la felicidad. De verdad que también Zenén se está preocupando hace ya buenos meses. Se consuela convenciéndose que poco a poco, las cosas se arreglarán y que no tardará en llegar harta prole. Qarichapas, warmichapas (7), una docena, por lo menos, para cumplir “las doce estaciones”.
Actualmente, está ayudando a su padre en los trabajos del puente de Negro Mayo, como antes lo hiciera en el puente de Markanta. Desde muy pequeño conoce el mundo mágico e insondable de la piedra. Ha aprendido a amalgamarlas en los eternos andenes, luego de una cuidadosa selección. A su padre, la Comunidad le había asignado el apelativo de “Buque”, precisamente por esa insuperable ingeniería en la piedra.
Para el actual trabajo, es fundamental la unión y fortaleza de la comunidad. En Huaqesa, han sido talladas las piedras de cheqo, para después ser trasladadas en hombros, por la orilla del río. Para este puente de Negromayo, la cosa ha resultado más brava por la distancia. Ha debido vencerse la difícil cuesta por Wayrincayoj y Pusa. Ya con los materiales acarreados, se ha preparado suficiente argamasa con izcu, cal y huevos de perdiz o yutu. En un par de meses más, podremos estar transitando por el puente que nos va a comunicar con Qellqata, beneficiando a los comuneros, especialmente a los crianderos del sector.
Por otro lado, no faltan quehaceres en el pueblo, tampoco. Cuando nos libremos de esta obra, vamos a trabajar en las chacritas. Hay que cumplir muchos aynis (8). Dijeron de parte de los suegros, que se les ha derrumbado waqas (9) y wapanas (10) en sus chacritas de Chulluca y Chiricriqata. Será necesario darse un tiempecito, porque pronto va a llegar la época del sembrío.
Por su parte, como todos los días, Mama Killa ordeñará la vaquita, hará el quesito, traerá a los animales a tomar agua en Puquioqta, luego separará el becerro para que la vaca guarde leche para mañana.
Cuando retorne en la noche, ya estará esperándome con la lawa de chochoqa y el aguita de salvia o achicoria. A ver si a fin de mes, nos damos un tiempecito para que, siguiendo los consejos de algunos parientes, mama Natalia, la curandera y matrona del pueblo, la examine nuevamente. Qué estará pasando, porqué las wawas no están llegando.
Bueno, a trabajar, ya llegamos a la obra.
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El maestro “Buque”, había nacido para la piedra. En poco tiempo alcanzó la perfección de su arte con ella. Casi sin darse cuenta, la Comunidad empezó a nombrarlo también “Buque”, como al padre. Se erigió como el arquitecto más solicitado para construcciones. Con su progenitor y otros maestros, había culminado la gigante torre de la Iglesia, bajo la guía de don Calixto Quispe. Este sí que fue un trabajazo, mamallay mama. Cómo luchó la gente. Uru qinallaña,(11) traían el cheqo labrado desde las canteras de Huaqesa en Aqaimarca. Ya en la plaza, le daban la perfección final, la esculpida exacta antes de colocarlos en el sitio preciso. Así fue armándose la colosal estructura, con sus bóvedas secundarias, la escalerilla de acceso y la cúpula principal. Cuando la Cruz fue entronizada en su capitel, mirar abajo, a la calle, hacía dar vueltas a la cabeza. Era como sentirse un poco en el cielo. Cada que avanzaba más el trabajo, las cosas se complicaban por la responsabilidad. Cuántas noches, “Buque” despertaba sudando copiosamente, pidiendo auxilio. ¡La inmensa construcción se les venía encima y aplastaba a todos!. Mama Killa lo calmaba, entonces, y le preparaba manzanilla o valeriana. Esta angustia, lo atenazaba sin calma y, bien de madrugada, corría donde Calixto o donde “Sánchez Cerro” el otro arquitecto, a pedirles nuevos cálculos, que revisaran las trenzadas de las piedras, los cimientos, la calidad de las argamasas. Y así lo cumplían. Terminaban convenciéndose que todos morirían de viejos y que la torre andamarquina resistiría incólume el paso de los siglos. Alguien, pensando en las generaciones venideras, grabó en la dura piedra: “193l. Calixto Quispe, Maestro. Zenén Flores. Francisco Tito, Agente Municipal. Andrés Ramos, Teniente”.
Con enorme prestigio como honrado trabajador y comunero ejemplar, sin embargo, nunca había logrado sortear el gran reto de su vida. Habían ido pasando los años, los trabajos iban en aumento, había progreso. Construyó su propia casa, cómoda, con su patio, su corredor y espacios para “las chitas” y la leña. Las vaquitas también habían aumentado y se contaban algunas chacras más. Pero, la soñada y reclamada wawita, sigue demorando para nuestra desesperación, se niega a llegar.
*******
Mañana de intenso azul en Andamarca. El frío ha mordido con cólera esta vez. Las aguas se han congelado en todas las acequias y parecen rocas fuertes que resisten nuestras pisadas. Felizmente el solcito ya está auxiliando a los mortales. Seguro que cazorlita, el “cruzao” y otros punsas (12) van a sacar los bloques de hielo para comérselos con deleite.
Una apresurada pareja cruza la calles, ya ni atiende a quienes les pasan la voz. Es que tienen verdadera desesperación por llegar al Barrio de Qarmenqa. De purita casualidad, mama Quilla ha escuchado comentar a unos vecinos sobre un curandero que, dicen, ha llegado recién y tiene grandes aciertos. Hablan que muchos lo están visitando, sobre todo las mujeres, en procura de un alivio para sus males. Después de muchas dudas, Killa se había animado a consultar a tayta Zenen, con cierta vergüenza, si valdría la pena intentarlo una vez más. El renacer de un pequeñito resquicio para la esperanza no los ha dejado dormir. Por eso ahora, no caminan: vuelan en busca del arcano, implorando con desesperación que el destino les conceda siquiera un hijito, no importa, hukchallatapas (13).
Para qué nos ha servido haber progresado si las esperadas wawas no llegaron nunca. Recurrimos a todos los yachaq (14) pero ninguno nos pudo señalar la causa del castigo. Todo, aparentemente, en los cuerpos funcionaba bien. Las relaciones de marido y mujer nunca tuvieron problemas, pues jamás ninguno esquivó sus obligaciones. Pero...
Mama Killa se había acostumbrado a cargar su pena con resignación y dignidad. La gente tampoco se acordaba ya de su desgracia. A cuántos pueblos habían llegado, en busca del remedio para la infertilidad, pero nada. A pesar de todo, siempre ocultaban alguna secreta esperanza en algún rinconcito de su ilusión. La mujer, a escondidas, preparaba ropitas, practicaba tejer rústicas mediecitas, hasta que sentía las violentas sacudidas de la cruel realidad. Entonces deshacía todo y lo arrojaba con cólera al río.
Para colmar su desdicha, esta última posibilidad se ha esfumado, igualito que todas. El maestro ha calculado el pulso de la mujer, ha tocado repetidas veces el cuerpo con diferentes objetos: conchas marinas, piedrecillas raras; le ha hecho tomar infusiones con trago y, después de haber preguntado a la sabia coca, ha movido angustiado la cabeza. Les ha dicho que tal vez, quizá, pero que no garantizaba nada.
Como queriendo compensarse ante el pueblo por este baldón, “Buque” asumió con rabia todos los cargos: fue Alcalde tomero, estanque o punta, varias veces; también en Chimpa, aunque no le correspondía. Desempeñó todas las obligaciones comunales con verdadero ahínco, y cumplió con estricto rigor todos los cargos religiosos. De manera que llegó a ser un comunero consumado, a carta cabal. Todos en el pueblo así lo reconocían. Cuando se iniciaron los afanes para construir la carretera por iniciativa de los mistis, estuvo en primera fila, guiando con su conocimiento a los trabajadores de la comba. Allí donde había necesidad de crear badenes, construír relejes o encauzar riachuelos debía estar “Buque”. Él y “Sánchez Cerro” Quillas comandaron el batallón de ingenieros en la construcción del puente en Tinkúwa.
A pesar de todo, la soñada wawa, no llegó jamás. Y la soledad, la falta de calor familiar iba royendo sus almas, fabricándoles sentimientos de resentida resignación y, últimamente, hasta de indiferencia y hastío. Conocedores de su tragedia, sin embargo, ambos procuraron no abandonarse, no hundirse en la negra cueva de la desesperanza. En silencio, firmaron el pacto de fundirse en una sola alma, defenderse con una sola envoltura de dignidad y coraje, tejida con cariño y mutua compasión. El pueblo se había acostumbrado a aceptarlos en las fiestas, en los trabajos, en las “lotrinas” (15), siempre juntos, pero qué solos también. Ya no recordaban los problemas que su falta de descendencia podría traer a la comunidad.
Qolloqkuna, qamkunapa kausapim qasapas”, “estériles, secos, por culpa de ustedes nos vienen las heladas”-, solían decirle los más rabiosos, cuando se peleaban por el agua o porque alguno de sus animalitos hizo “daño” en maizales ajenos.
Esa maldita palabra “qolloq” le aceleraba el pulso, le amargaba el alma, le inflaba las venas de la cabeza y de las sienes hasta hacérselas reventar. Entonces, casi como un ampi (16), “Buque”, tomaba el camino de las punas más lejanas, Wanakupampa, Oslo o Larigoto, y le gritaba a Yanaqocha, o Lliulliusa su desgracia. A los tres o cuatro días, se aparecía en casa, con algo de carne o frutos.
La rutina, el hastío cumplieron su innoble tarea.
Con cuánto amoroso afán las avecitas depositan huevecillos en sus nidos, cómo los cuidan. Mientras la hembra va formando a sus vástagos, el macho procura incansablemente la comida que deposita en su boca. Los seres más pequeñitos, los más insignificantes tienen una familia, una vida que es sangre de su sangre, cuerpo de su cuerpo, alma de su alma... Pero, para los “Buque”, sólo la sombra, la oscuridad, la negación, la indignidad. El castigo mayor y absoluto... En este fuerte y vigoroso corazón se ha asentado para siempre una semilla maldita, un dolor siempre vivo y la necesidad de no recordar, de atontarse, aunque sea con el trago.
Un buen tiempo, recibió la visita de un personaje limeño, muy curioso y buena gente. Venía a escuchar lo que podía recordar de la vida en el pueblo, de sus trabajos, de sus creencias, en fin. Días y días, venía con pancito, con traguito y con unas máquinas, radio dicen. Yo procuré complacerlo y cuando la memoria me fallaba, mama Killa me lo hacía recordar. No he olvidado al gringo, muy caballero para qué, y solían traerlo buenos amigos míos, como los hermanos Herrera. Ya estaba olvidando tantas cosas, hemos conversado bastante y, bueno pues, ahora ya nada de eso existe.
Tantas cosas lindas que da la vida, cómo florece el campo, cómo grita la madre naturaleza. ¿Para qué diablos sirven la soledad y el silencio?... No tener quien te converse, quién te acompañe a gritar de alegría o de rabia, aunque sea. En cambio, nosotros dos solitos, gastándonos la vida sin interés. Creo que ni la ropa ya nos cambiamos.
Como compadeciéndose de nuestra soledad, mil estrellas brillan en el firmamento, y la esplendorosa luna cumple su camino de ignota inmensidad.
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¡Gracias, mamallaya, santa warmi, madre mía, mamacita!....
El encorvado anciano come con desesperación, con la mano. De cuclillas o de pie, en un rinconcito del zaguán. La compasiva señora le ha servido un plato de tallarines, medio fríos, que han quedado del almuerzo. Ha llegado este Zenén, con enorme angustia en el rostro, pidiendo por caridad algo de comida. La dama lo ha despedido diciéndole que ya no hay más, que deje de estar buscando trago, que vaya a su casa y que se cocine.
Alguien dijo que la vida no dura ni lo que dura el brillo de un relámpago, o algo así. Tan chiquito el espacio, tan raudo el paso del tiempo, el camino del río que nunca se detiene y jamás regresa. La vida, ese cúmulo de angustias, de penas, de esfuerzos, de alegrías, de trabajos sin fin. Ese imperativo desgastarse, consumirse, terminarse. La vida: ese montoncito de amaneceres, de anocheceres y otra vez de amaneceres y anocheceres. Cada día, sin embargo, va fijando surcos en el rostro, languideces en la mirada, enmoheciendo los movimientos. ¡Cómo carajo!... Antes, en un solo día, me iba hasta Qellqata a ver la uywa (17) y todavía me sobraba tiempo para ir por sunchu (18) para los quwis (19). Ahora, ¡pucha caraya!, hasta Chiricre me parece lejos. ¿Imá? (20)...
Y, ¡cómo ha caminado esta vida!. ¡Cómo nos ha vencido el tiempo, Zenenllay!.
De aquel insuperable ingeniero hidráulico, maestro de la piedra, sólo queda este anciano, pequeñito, encorvado, de ojillos moribundos, que con paso macilento recorre las calles, implora en las puertas, esquiva a los perros, procurándose algo de comida o una copa de trago. Cuando está atontado con el alcohol, de alguna manera logra llegar al corredor de su humilde casa y se queda dormido, sobre el único y muy gastado cuero de llama que le queda. A la hora que el frío lo atenaza, busca los restos de una envejecida frazada de oveja. Al sentir sobre su frente los primeros signos de la madrugada, Zenén se sentará, buscará alguna sobrita “qotqo” de coca desmenuzada de tantos años, con la vana ilusión de engañar la desesperada y crónica dentellada del hambre.
Y, claro que sus facultades están intactitas. ¿Acaso no ha construido solito el par de pucullus (21) en Kaniche hace algunos años?... ¡Igualito a cómo lo hicieron los antiguos abuelincos, los gentiles hace mil años ya…!
Hasta los años pasados, lograba atenderse de alguna manera. Por lo menos encendía la tullpa o fogón, y tomaba, por lo menos, su agüita de salvia o de huamanripa. Los del pueblo, le encomendaban algún trabajito como colocar piedras en los andenes y ¡claro que cumplía!, porque nadie le había ganado todavía el arte. Pero, conforme han avanzado los años, ha tenido que padecer temporadas completas de males y, ahora, todo está abandonado.
Ya ni ollas quedan, ni un platito. Total, ¿para qué, si no tengo qué comer?. Además, quién se habrá llevado, pues, los que había…, ni recuerdo.
¿Quién me va cuidar las cositas, si no tengo a nadie?.
La pena tuvo que cumplir su estrago maldito. Y claro, empezó con la más débil. Y mama Killa un día me dejó. Se fue... No duró mucho tiempo su enfermedad. Empezaron unos ligeros cólicos. Después de tantos matecitos de paico, siguiendo consejos de algunas vecinas, había ido a la Posta Sanitaria y le habían dado unas pastillitas. Pero, el asunto se agravó muy rápido. Un día cualquiera, mama Killa amaneció quietecita, no se movió más.
“Buque” sabía que sólo le quedaba organizar el funeral. Contrató al Cantor, se tuvo que fiar algún alcohol a cuenta de trabajo, atendió a los parientes y amigos que lo acompañaron en el velorio. Al día siguiente, en el desvencijado catafalco del Cementerio, cargaron a su adorada mama Killa hasta la última morada, envuelto el cuerpo en mantas y frazadas de llama. Después que se hubo separado de la única persona que tenía en la vida, retornó a casa, seguramente borracho. La pichqa (22) se cumplió después. Lavó y quemó las ropas en Mayupata. Todavía le acompañaron algunos lejanos parientes.
Cuando al cuarto o quinto día, se apagaron los rumores de los últimos visitantes, recién se vio solo. Lo atenazó, entonces, la dimensión de su tragedia y lloró como nunca lo había hecho. De esos ojillos que ya acusaban fatigas, brotaron lágrimas de hombre. De sangre. De verdad.
Y, desde entonces, la soledad. El abandono. Meses. Años. Cada día más lacerante, más cruel. Ni siquiera un perrito chaqacha que me acompañe. A ver, ¿dónde está Mama Killa, la única verdad de mi vida? Un día cualquiera, sin anticipármelo, se hundió en el reino de los misterios. Quizá, desde el rubor de alguna nube lejana, podrá estarme mirando. ¡Malhaya suerte, carajo!... Unos cuantos chiwacos se posan en los derrumbados cercos del antiguo corral de ovejas. Después, el silencio de la mudez, la mudez del silencio.
Pero el imperativo de la vida nos obliga a salir. Suplicamos comida, coca, trago, lo que sea. Ayer, nadie nos dio nada. Llegué hasta la casa de la señora que nunca me niega, siquiera pancito seco me da. Pero, su puerta estaba con candado. He regresado temblando de debilidad y he amanecido sudando, decidiendo que, mejor, ya no saldré. Despacio o apurado, iré entrando a un sueño tan profundo, tan inmenso, que no despertaré jamás. Pero, la desgracia es que amanezco todavía, y puedo andar y llegar hasta la capillita de Antara. Desde allí, reclamo en alta voz, suplico a gritos:
¡Mama Killa, qaukachiki ripuranki, ¿au?!. ¿Ñoqaqá?, ¿manachu pusawanki?
¡Mama Quillaaaaaaaaa...!
(Mama Quilla, te fuiste tan tranquila, ¿verdad?. ¿Y yo?. ¿Es que no me vas a llevar también?)
Horas más, horas menos, según los días. El eco de tanto dolor estremece y conmueve en extremo a la gente que pasa por ahí.
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Desde que Mama Killa, la amorosa esposa de Zenén Flores Caballa, “Buque” para todos, marchó a la desconocida región de los caminos eternos, han pasado buenos años. La vida del hombre solo, el único ingeniero que se hace obedecer por las piedras enormes o pequeñitas, como si fueran wawas, transcurre monótona, terminándose por gotitas en el hambre, en el traguito que a veces logra alcanzar en alguna fortuita circunstancia.
Muy pocos son los momentos de calma. Ese don Carlos, con el ánimo de animarlo, le gasta bromas:
Zenen, torre qepachapi, ¿au?.
(Zenén, con que ¿detrás de la torre, no?).
Comparten alguna secreta aventura, porque el anciano sonríe casi con malicia, como un niño pescado en su primera travesura y responde:
Ya no hay, papá. Señores, ni espanaypaqpas tariniñachu.
(Ya no existe, papá. No lo encuentro ni para orinar).
O como cuando el otro amigo, don Jorge, desde lejos le grita:
Zenén, cunanmi risun, allin pasñaman pusawanki, ah!.
Zenén, hoy día iremos, me llevarás donde una de tus buenas jóvenes, ah!.
Y la ágil y sonriente respuesta:
Yo no poide señores, imapaq papay, ¡ya no hay persona!.
(¿Para qué, papá, señores, ¡ ya no hay persona!).
La enigmática respuesta del caballero de la soledad y la sonrisa triste. Después la reglamentaria copita de trago y la onza de coca que se ganó en buena ley.
Años y años, llevando estoicamente, hombremente, el martirio del abandono y del hambre. Algunas gentes lo veían como un estorbo cuando su figura aparecía caminando dificultosamente. Había quienes lo evitaban, y algunos hasta lo avergonzaban, lo maltrataban. Ni siquiera se detenían un poco a preguntar qué fue de sus animales y chacritas. Dicen que algunos allegados, que ni familiares eran, se los fueron apropiando, hasta dejarlo sin nada.
Han pasado muchos años ya. Tal vez quince, quizás veinte. El pueblo sigue viviendo el vértigo de sus realidades. Días, semanas enteras se enfrasca en sus fiestas, pero sobre todo se mete con sangre y vida a sus trabajos, labrando los surcos en los que deposita las semillas de un mañana sonriente para todos.
No sé si se ha dado cuenta, usted don Carlitos. Algunas noches, allá lejos, como viniendo de Kontaya o Saqrawa, no sé, se escucha como una música que flota, como un canto, bien triste, despacito nomás. Muchos no escuchan creo, yo sí lo siento, ¿qué será?...
Ah, sí. Es real. Es la melodía que los cielos dicen mientras van guiando al viejo Buque en su camino a la eternidad. En esos momentos, hay que guardar silencio. Hay que escuchar el canto de mil estrellas reverberantes, que van abriendo nuevas sendas para el hombre que murió de soledad.
NOTAS
(1) Prebiste: Varones encargados de atender a los santos y atienden los sepelios.
(2) Cheqos: piedra sillar blanca.
(3) Lawa: sopita de maíz.
(4) Nacana: aquello que se degüella, carne de oveja, llama o alpaca.
(5) Yachaqcuna: Aquellos que conocen, que saben. Maestros.
(6) Wawa: criatura, bebe.
(7) Qarichapas warmichapas: hombrecito o mujercita.
(8) Ayni: milenario hábito de cooperación voluntaria entre personas.
(9) Waqa: muro en el que se asienta el andén de las chacras.
(10) Wapana: pared doble de piedras, rellenada con tierra y piedras.
(11) Uru qinallaña: como gusanos, de muy intensa actividad.
(12) Punsa: muchachito travieso.
(13) Huqchallatapas: Si quiera unito.
(14) Yachaq: El que conoce la ciencia tradicional, el maestro.
(15) Lotrina: Reunión de fieles en el templo, en horas de la madrugada.
(16) Ampi: Zonzo.
(17) Uywa: Rebaño.
(18) Sunchu: Hierba silvestre de flores amarillas, alimento para los animales.
(19) Quwis: cuyes.
(20) Imá: ¿Qué?.
(21) Pucullus: viviendas preincas de piedra.
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