martes, 13 de enero de 2009

CINTACHALLAYTAM APAKAMUCHKAYKI III

Desde su formalización, poco a poco, la Escuela Primaria ha estado muy activa en el curso de la vida ciudadana. Se puede decir que lo ha cambiado todo, por eso cuando llegan los meses de vacaciones, como que la vida ingresa en un período de modorra, de inactividad. Las calles están silenciosas, como si nos hubiéramos quedado solos. La gente ha aprendido a concurrir masivamente a las actuaciones en las fiestas nacionales, como el 28 de Julio. Se ha recurrido al ingenio y al conocimiento propio para ir atendiendo las contingencias. Las tizas, por ejemplo, se fabrican facilito, quemando cal “izcu”, hasta de colores hay. Los cuadernitos de trabajo, con su letrerito “Distribución gratuita” se gastan en pocos meses, los lápices, en fin. Ha prendido la fiebre del saber.
Y también en los eventos de interés ciudadano, está presente la Escuela con sus profesores y alumnos. Por ejemplo, cuando estábamos en el primer local chiquito, había que hacer faenas cargando tierra y piedras tanto de Qayaq Orqo como de Yayanchik Qata para ir secando la lagunita que todavía se notaba en la Plaza de Armas. Hasta patitos venían, con las lluvias de enero y febrero. Después, se empezó a hablar muy seguido sobre la carretera. De Canllapampa a Wayllawarmi y desde aquí a Panqapata ha sido ya trabajada una trocha por la Comunidad. Para terminar el tramo faltante entre Panqapata y Chiricre y llegar hasta el río, antes de la subida de Ayruycha, se ha solicitado la ayuda de los alumnos mayorcitos. Ernesto Escajadillo, Rómulo Miranda que llegó a ser sacerdote, el “choclo” Hipólito y el “loco” Rimbe Garayar, Juan Madueño, los Moreno, los hermanos “ñato” Simón y Ricardo Díaz, Bernardino “campesino” Quillas, los Flores y muchos más, recuerdan con gran orgullo haber cumplido con sus palas y carretillas.
La entusiasta organización ciudadana se había robustecido desde cuando se asumió a plenitud el rango de Distrito, el año 44. Muchos trabajos fueron decididos con gran entusiasmo y, por supuesto, no iban a postergar su Escuela, que cada día los enorgullecía más.
Buscaron planos o modelos en las ciudades grandes y, bajo la acertada guía de los arquitectos y albañiles nativos como “Buque”, “Sánchez Cerro” y otros, han avanzado considerablemente levantando los enormes muros del que va a ser su definitivo local. El terreno de ocho mil quinientos metros cuadrados ha sido expropiado de la Iglesia, y se ubica en inmediaciones de la ciudadela monumental de Caniche.
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Agosto, mes tan especial. Amanece despejado, el cielo es azul como siempre pero el frío cala los huesos. Los campos se muestran mustios, desolados casi, la madre tierra está descansando, el verdor de las campiñas ha sido reemplazado por un gris monocorde y soñoliento. Encontrar comida para los animales es más difícil cada día, los pastos naturales se agotaron ya y el agua camina con mucha lentitud. “Muchuy tiempo”, le llama la gente. Para completar el cuadro, los vientos se pasan la voz, se juntan a partir del medio día y entran con una furia y unos deseos de llevarse todo. Llegaron noticias de que se habían llevado hasta techos de casas en Mayobamba, el otro día.
En la pequeña Escuela, los tres señores preceptores siguen batiéndose con sus dos secciones a cargo y las tareas de alfabetización de adultos por las madrugadas y en las tardes. El grupo humano, en ningún instante puede desatender a sus necesidades cotidianas. Ahora estamos reparando el Canal de Negromayo, con urgencia. Se han producido derrumbes en la zona de San Ramón, debemos horadar aún más la dura roca para posibilitar el paso del agua, tan necesaria ahora que todo está seco. A fin de mes llegará el agua nueva, la recibiremos como nunca, con la enorme fiesta de la Sequia o Yarqa. Todos vamos a participar con mucho entusiasmo porque es la sangre viva de los Wamanis, la vena que habrá de fecundar nuestra madre tierra. Llegará a todos nuestros campos y volverá a brillar la vida. En poco tiempo este paisaje mustio, cenizo, se habrá transformado en un manto verde, cargado de embrujo.
El conciliábulo de autoridades y representantes de la comunidad se está desarrollando sin formalismos exagerados.
El turno es de don Lucho, el Director de la Escuela:
 Una vez más debo informarles que ya no es posible trabajar en estas condiciones. Los saloncitos ya no dan para más. Aumentan los alumnos y no sabemos ya cómo atenderlos.
 Conocemos la realidad, señor Director, no nos hemos descuidado, como a usted mismo le consta. Nuestro nuevo local de Caniche está casi listo, el gran problema está en conseguir los fondos suficientes para el techamiento.
La decisión es unánime, se nombra en el acto al “Comité Pro Techa del Local Escolar de Varones”, integrado por profesores y autoridades. En primer lugar, intensificarán las gestiones para que el Estado apoye con las calaminas, siquiera. Pero, es impostergable, también fijar los montos de las cuotas voluntarias que todos los pobladores habremos de donar. ¡Una vez más, la noble comunidad, calzará su lampa en los interminables trabajos o faenas, pero, además, aportará con generosidad de sus exiguos recursos económicos!...
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Don Fermín Miranda había llegado a Andamarca en una de las primeras oleadas procedentes de San Juan, la antigua capital de la provincia de Lucanas, apenas a veinte kilómetros de Puquio. Casado con una distinguida matrona, la señora Ana Galindo, se dedicaba a la agricultura y pequeña ganadería y, como casi todos, se había involucrado con entusiasmo en la organización popular.
El ingreso y acoplamiento de los “sanjuanes” en la vida ciudadana de Andamarca no fue un asunto sencillo. Los naturales se habían distinguido siempre por un sólido entroncamiento con lo suyo. Nunca ha sido fácil que alguien de afuera venga a quedarse y menos a alterar nuestra realidad. Ni los españoles en sus mejores tiempos pudieron entrar, lo recordaban bien algunos antiguos “abuelincos”. Poco a poco, por fin, se han hecho un lugar y ahora los jerarcas comunales: personeros, varayoqs, yacu alcaldes y los de menor rango, conforman un sólido bloque con ellos. Las decisiones son tomadas desde este cuadro jerárquico, en él se asienta la fuerza general. Si las autoridades comunales no ordenan algo, nadie mueve un dedo. Así han estado acostumbrados desde siempre. Si dicen que ni el Inca pudo entrar fácilmente, tuvo que aceptar pactos, arreglos con los curacas y jefes. Sobre todo, respetarles sus jerárquicas posiciones, sus costumbres y formas de vida, no tocar para nada sus construcciones y ¡menos sus fabulosos andenes!.
Don Fermín, como todos lo conocían, sabía prodigarse con zalameras atenciones en la tiendecita que había habilitado en una esquina de la plaza de armas. Además de velas, fósforos y algunas chucherías, podía encontrarse licor y unos preparados especiales, a base de yerbas medicinales del lugar por las incansables y salvadoras manos de doña Anita. Desde su llegada, la salud del pueblo estaba encomendada a sus conocimientos y cuidados. La población había aprendido a solicitar su auxilio cada vez que se presentaban enfermedades, accidentes, en fin.
Más o menos a las cuatro de la madrugada brilla el “chaskay lucero” y, un poquito antes, es la hora del “pim canki”. El pueblo se pone en movimiento. Don Fermín se calza el poncho, la chalina, el sombrero y sale a su acostumbrada ronda, rezando para encontrarse primero con un varón. Si, por el contrario, se hubiera cruzado con una mujer estará nervioso todo el día. Llega a las chacritas, revisa el agua y controla los animales. A su retorno, abre la chinganita y todavía dura la madrugada cuando empieza a convocar a sus clientes y amigos:
 Buenos días, don Fermín.
 Buenos días, don Miguel, ¿cómo amaneció: parado, sentado, echado, de rodillas, seco o mojado?.
Naturalmente que la “inteligente” pregunta azoraba más, si la destinataria era una dama. Don Fermín era así, se la mandaba nomás, ya lo conocían por eso. Y claro, la espontánea risa era inmediatamente aprovechada, mejor pretexto no iban a encontrar:
 Mañanachaycusunyá, probaremos esta huamanripita, el frío obliga.
 (Tomaremos la copita de la mañana…).
Y empezaba la ceremonia del “corte”. El saloncito, a veces quedaba pequeño por la cantidad de “mañanadores” que se han ido sumando. Llegaban las principales autoridades, los señores profesores, también el cura sabía llegar si estaba en el pueblo. Y los temas de charla y hasta de abierta discusión, son los asuntos inmediatos del pueblo, naturalmente. Diversos problemas preocupaban a los jóvenes inmigrantes, convertidos ya en fervorosos andamarquinos. Habían tenido que pelear bastante con el asunto de la distritalización, por ejemplo. Ahora se estaba acometiendo la gigantesca ilusión de la carretera hacia Puquio. Hay que terminar de construir el local escolar también, poner más piletas para el agua potable y a ver si pensamos algún día en la luz eléctrica.
La cuestión del momento, ahorita, es el plano de la ciudad. El urgente trazado de las calles, pues debemos seguir construyendo locales públicos. La placita se quedará donde está. La Iglesia que reemplaza a la capillita de Qantoqcha, incendiada no se sabe cómo, ya está sirviendo con su torre, una inmensa mole de puro cheqo o piedra sillar.
El flaco Próspero Cabrera, flamante Alcalde municipal, está defendiendo su posición de abrir las calles a pico limpio.
 ¡Qué es esto, ni parece pueblo!. Sus callecitas delgaditas qenqo qenqo, no se sabe ni de dónde salen ni a dónde van, algunos hasta en redondo, se pierden los callejones en las casas y no hay cómo salir. Una calle debe ser recta, ancha y debe empezar y terminar en los cantos del pueblo.
 Todos estamos de acuerdo, pero cómo convences a los dueños para que tumben sus casas para enderezar y anchar las calles, dejando espacios para las veredas. Después se amargan y hasta nos pueden tumultar, acuérdate lo que le pasó a Antero.
 El local para la Escuela, ya está terminado con el nuevo plano, estamos dejando buen retiro, nos va a servir de base, de allí viene la linea recta hasta los cantos.
Y es que, de verdad, el pueblo tenía una muy curiosa configuración. Nadie se había dado el trabajo de fijar espacios para calles y construcciones públicas: Iglesia, Concejo, Escuelas y demás. Desde que los gentiles dejaron Caniche y se perdieron, sólo en las orillas de la regular planicie quedaron algunos pobladores. Otros, siguieron viviendo en Yarpu, Pataymire, Ninakiro, Puka Puka, Huayllura, Huañusne, Parqacha, Chirikre o Huaqraqa. Poco a poco, se animaron a construir circundando el lecho de la lagunita, donde después se ubicó la plaza de armas. Las casitas eran pequeñas, de un solo piso, de barro y piedras, después se animaron con los adobes. Para el techo, debía cargarse ichu gigante desde Osqamarca utilizando sus llamas y las armas y vigas se preparaban del madero del maguey paqpa. Varios años han pasado para el crecimiento de los eucaliptos, cuyas semillas fueron conseguidas por Francisco Tito en uno de sus viajes a otras regiones.
La chinganita de don Fermín era, pues, el lugar donde se estudiaban los problemas y se tomaban las decisiones. Los Cabildos públicos sólo las formalizaban y atendían a sus detalles mínimos, como el nombramiento de comisiones y responsables de hacerlas cumplir.
 Como sea, yo empiezo el trabajo. Con ayuda de los profesores hemos alistado el nuevo planito del pueblo. El pregonero tendrá que repetir la orden todas las madrugadas: tienen que retirar sus paredes abriendo el ancho marcado para las calles. Vamos a dar dos meses de plazo. Después, saldremos con las autoridades, los varayoq y los síndicos del Concejo y tumbaremos lo que esté en la calle, si no ¿cómo van a entrar los carros cuando terminemos la carretera?...
 Ya están marcados con “puka llinka” arcilla roja los sitios, ya todos los dueños saben. Desgraciadamente, algunas casas van a perder casi todo, tendremos que darles algún reemplazo. Ya encontraremos terreno, tenemos que anchar las calles.
Para cuando, vencido el plazo, el Alcalde salió con su equipo, eran pocas las casas que no se habían retirado siguiendo las marcas pintadas. Naturalmente, un ligero malestar había cundido en la población, ¿quién iba a estar feliz de que le corten su casa?..
Algún paisano que hubiera retornado de un buen tiempo, habría creído haberse equivocado de destino. Desde el Morro de Arica se distinguía, ahora, un cuadrilátero perfecto, con calles espaciosas, empedradas, con sus veredas. Las casas nuevas, están apareciendo también, poco a poco.
 Okay, decía don Fermín. Para bautizar las calles, tendremos que poner nombres especiales, avenida Huaqraqa, por ejemplo.
Los interlocutores sabían de memoria que el distinguido anfitrión estaba metiendo algo de contrabando en sus intervenciones, por eso le seguían el juego:
 Usted no puede con su genio, don Fermín, siempre le están escociendo los “cachos”.
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La escueta comunicación ha llegado, gracias a Dios: el Estado, finalmente, ha decidido apoyarnos y nos manda una partida de veinte mil soles para la calamina. Con las cuotas obligatorias hemos comprado la madera en Chipao, en el después famoso “Monte Mamer” de don Mamerto Chávez que ya puede exportar, hay eucaliptos al escoger.
Interesante personaje, don Mamerto. Se apareció con los “sanjuanes” por aquí, pero afincó en Chipao. Especialista en la agricultura, realizaba extraordinaria labor, sobe todo con las flores. Por lo pronto, su casa se había convertido en un hermoso jardín de flores exóticas, cuyo perfume ascendía hasta el espacio azul. Poseía una notable caballería de paso y cuando estaba de viaje, solía alojarse en casa del sobrino Herminio Herrera y su estancia obligaba a varios días de agasajos. Es papá del sacerdote Manuel Chávez, un tipo colorado, alto, parece alemán, pero es buena gente y también sabe visitarnos. Don Mamer, como cariñosamente lo nombran, cultiva el don de la amistad y es un extraordinario conversador. Ha legado a la posteridad sabias lecciones, cargadas de filosofía profunda e irrebatible. Solía exclamar, por ejemplo:
 Tres cosas solamente hubiera querido tener en la vida: el vigor del gallo, el gusto del chancho y ¡la herramienta del burro!.
Las agotadoras faenas para trasladar las maderas, cargándolas al hombro desde su lugar de origen, han sido ya cumplidas y nuestros carpinteros están terminando de alistar los “mayus” centrales, las vigas, las armas y las cintas.
A moverse de inmediato las comisiones, la emoción del pueblo para concluir cuanto antes la obra ya no admite demoras. Nuevos trabajos, nuevas obligaciones, carga de sacrificio acostumbrado. Por eso, ahora el constante martilleo sobre la calamina nos suena a música celestial. El tremendo edificio está siendo coronado.
Paredes dobles de adobe reforzado, sobre unos cimientos soldados en piedras sólidas, la vista del flamante local concita el orgullo de los andamarquinos. Los maestros carpinteros y techadores están ahora dando los últimos golpes y el emocionado canto del arpa y el violín no se hace esperar. Estallan los cohetes anunciando una justificada celebración. Es el señor Alcalde y su comitiva. Llegan portando la cruz confeccionada en hojalata y traída desde Puquio, la que será colocada en la cima del techo. Las comisiones respectivas han preparado harta chicha y viandas para los agasajos. El señor Director y los profesores reciben a los visitantes, en compañía de los representantes de la Asociación de Padres de Familia. La emoción generalizada inspira los versos:
Huasiy, wasiy niwarqanki,
Cayqay cunan esuelayki
Tutan tutan mascasqayki.
(Mi casa, mi casa, me reclamabas,
Aquí está pues tu escuelita,
La que día y noche buscabas.)
Al ratito nomás, se ha sumado a la celebración el señor Personero de la Comunidad y su nutrida comitiva, que también traen su Cruz. Todos se confunden en el enorme regocijo y las atenciones se multiplican con mucha cortesía. La chicha circula a raudales, como también los brindis con traguito especial, preparado en cantidades suficientes, ¡es día de fiesta popular, qué caray, estamos coronando tanto esfuerzo!. En pocos días más, los albañiles se apurarán con el tarrajeo de las paredes con arena blanca que se acarrea desde Pacu Pata y los maestros carpinteros don Alejo Quispe, José Capcha y Simón Tito, estarán instalando las puertas y ventanas confeccionadas con los eucaliptos chipaínos.
Casi muriendo ya la tarde, el enorme barullo de la alegre reunión ha desaparecido como por encanto. Todo está en silenciosa paz, ahora. Las comparsas de músicos y acompañantes se han ido, sólo el traqueteo en el techo sigue su incansable afán. Pero, entrando la noche, reaparece el dulce canto del arpa y el violín, las voces argentinas de simpáticas jóvenes infunden emoción y sentimiento en todos los corazones, desde Aqaimarka hasta Huantaymisa, por lo menos. Estallan los cohetes y las bombardas:
Cintachallaytam apacamuchcaiki, ajó,
Chasquiwankichu icha manachu, ajó.
Y, una nueva muy afectiva recepción. Los dos grupos exhiben vistosas cintas de seda de colores. Las cargan en sus hombros, bailando y elaborando espontáneas coreografías. Instalados, ahora en uno de los amplios salones, ha sido necesario colocar el número suficiente de linternas y lamparines a kerosene para que la iluminación alcance a todos los rincones. Con tablas extendidas contra las paredes y asentadas sobre restos de adobe o piedras, se ha preparado los asientos desde donde cómodamente sentada la concurrencia participa en la fiesta de la cinta. La alegría compartida se acrecienta cada vez que alzando la vista se convencen que la gigantesca obra está culminándose, el sueño compartido, la ilusión acariciada se está alcanzado. El señor Director ha sido el centro de los abrazos. Como no acostumbra usar sombrero, le han conseguido uno para adornarlo con flores traídas de los campos. Para la ceremonia central están listas las parejas. Cada participante coge la punta de las cintas que han sido colgadas desde la parte más alta de la viga central, donde, igualmente, lucen muy adornadas vasijillas de arcilla colmadas de chicha, el “pagapa” ceremonial infaltable.
La música especial del “cinta simpay”, el trenzado de las cintas, se percibe tan especial ahora. A su turno, cada uno de los bailarines deberá cruzar con la cinta en el turno y ruta señalada, sin equivocarse, de modo que poco a poco aparecerá un vistoso tejido. El asunto es harto complicado, porque son ocho las cintas. Si se hubiera entrado en falso, se malograría la textura y el causante sería castigado, obligándosele a beber un vaso ahito de fuerte licor. La ocasión bien lo amerita.
Rápido han aparecido las guitarras, las quenas, las mandolinas y estamos alegrándonos también con la intervención de la Estudiantina, formada por Lucho en la guitarra, Teófanes y Herminio en la quena y varios espontáneos más. Las señoras tampoco se han negado a regalarnos algunas canciones, uniéndose al extraordinario dúo de voces de Luchito y Teófanes.
La alegría, las risas compartidas no dejarán de escucharse hasta altas horas de la madrugada y al día nuevo, quienes vienen a continuar el trabajo, encontrarán sólo las cintas trenzadas y talvez, algún feligrés que haya decidido darse el privilegio de estrenar el flamante local.
Nos ha dolido en el alma también la inesperada partida de Rafael Berrocal. Integraba el grupo de techadores y nadie sabe cómo, había caído, lesionándose la cabeza y la columna. Fue asistido de inmediato, pero desgraciadamente el organismo no pudo resistir la gravedad de las lesiones. Después de tres días de lucha intensa nos ha dejado. Hemos suspendido el trabajo y lo hemos acompañado con todo el pueblo al camposanto.
Es octubre de 1961, han pasado más de veinte años, desde que arriesgados comisionados encabezados por el teniente alcalde don Herminio Herrera y el personero Valentín Antezana, estuvieron en Huamanga, exigiendo a la jerarquía eclesiástica el terreno para construir la Escuela que ahora se erguía enhiesta y orgullosa.
El flamante local, nuevecito, totalmente techado, con puertas, ventanas y piso de piedras es entregado a la Comunidad, con solemne Misa Te Deum y actuación central. Falta una enormidad de trabajo en el área contigua, donde se habilitará el Estadio y los servicios faltantes. Todos los recreos con los alumnos, se destinarán para recoger piedras y aplanar a pulso tan difícil ambiente, pero, como siempre, el objetivo será alcanzado. Algunos años después, el Alcalde don Herminio ha entregado, igualmente, el muro perimetral, una pared alta y doble, construída con piedras y barro.
Por eso, reverbera a borbotones nuevo vigor y exultante orgullo en los corazones, cada vez que la Comunidad entona con fervor:
“Andamarca es la tierra bendita,
Sacrosanta morada del sol,
¡nuestra Escuela este mundo ilumina
Con torrentes de vida y de amor!.
Nuestra linda Escuelita Primaria,
Es orgullo de nuestra familia,
Nuestros padres la hicieron eterna
Con esfuerzo, con fe y esperanza”…