lunes, 3 de marzo de 2014

MAYRAQCHA WAQANAYKIQA

Hace ya un buen ratazo que se están agolpando en mi cabeza las escenas de aquellos años infantiles en Andamarca. Como vengo jugando con los recuerdos, al principio hasta he sonreído, pero ahorita me está ganando una gran preocupación. Como que recuerdo más. Será porque el estómago me está gritando encolerizado. Imanaycusaqraq. Esta sensación sólo la había vivido pocas veces en Andamarca, cuando íbamos “por daño” con alguno de mis hermanos.

Como a eso de las tres de la mañana don Herminio daba la señal. “Yaááááá”, decía y no había más. Procurando no hacer bulla, nos abrigábamos lo mejor que podíamos, buscábamos la huaraquita compañera y ¡a caminar!. Solíamos iniciar el peregrinaje por Ninakiro, Alfapampa, seguir por Cuyo hasta Chulluca antes del retorno a casa para ir a la Escuela. Unas veces eran los alfalfarcitos florecientes, otras, los cultivos de maíz o papa que debíamos vigilar con celo. Mis paisanos eran ultramoscas, hasta se pasaban la voz: “ellos no saben andar de noche” y tranquilamente los conchefrescas metían sus animales en nuestros cercos, los pasteaban unas horas y luego hasta dejaban bien pircaditos los portillos. Otros, solamente soltaban a sus animales y éstos, como enseñados, se metían igual a banquetearse con lo nuestro.

A esta invasión no autorizada le llamábamos “daño”. Si encontrábamos animales ajenos en nuestras propiedades, los arreábamos al pueblo y los encerrábamos en el “coso municipal”, la temida prisión para los intrusos. El “coso”, pues, era un corral grande, de altas paredes, total y absolutamente árido, sin una sola gramilla de pasto silvestre siquiera y ningún vestigio de agua. Los animales que caían al coso, se arrepentían para toda su vida porque pasaban todas las hambres. Si tenían la mala suerte de no ser reclamados por sus dueños, les había caído la maldición entera porque debían pasar tres días en ayuno total, antes de pasar al “depósito” donde sí comían algo y luego al remate público. Para rescatarlos, el propietario debía negociar un arreglo con el perjudicado. Generalmente, era un pago en dinero o compensaciones justipreciadas. Cuando estos arreglos se concretaban, mi papá nos estimulaba con alguna propina cuyo monto dependía de su estado de humor. Pero, perdíamos en la mayoría de oportunidades porque hacía sus arreglos, por ejemplo, con canjes de jornales de trabajo o compensaciones en la misma especie. No había efectivo, no había pago, mi amigo.

Hacer llegar a los animales intrusos al “coso”, era un verdadero triunfo. Algunos habían aprendido las artes de sus dueños, no se dejaban conducir, se escapaban a la menor oportunidad. Si vencíamos, saboreábamos nuestro triunfo, recibíamos la aprobación general en casa, andábamos como pavoneándonos todavía. Pero, las otras veces, después de dos horas de caminata y de estar correteando detrás de los animales dañadores, ya el sol estaba bien alto, el cuerpo había cambiado la tembladera del frío de la madrugada por esta otra nacida en el hambre que perforaba las tripas. Al principio, un poquito nomás, después ya incontenible, algo como para llorar. Aunque sea alfalfa querías comer. Si encontrábamos siquiera canchita qotqo en alguno de nuestros bolsillos, salvábamos nuestra existencia hasta llegar a la casa. Sudorosos, avergonzados, entrábamos por el zaguán, asaltábamos la cocina con la complicidad de la buena Tomasa y nos esfumábamos calladitos a la Escuela, para evadir las severas reconvenciones por nuestra manifiesta inutilidad.

Igualito que esas veces, ahorita estoy sintiendo que las tripas ya se han pedaceado, algo que no sufría hace tanto tiempo. Voy a estar en serios problemas si no encuentro nada. Pero no sé qué encontraré en esta soledad de la puna más alta de toda la región, lo único que me queda es seguir caminando.
Y hace ya más de tres horas que lo vengo haciendo en esta peregrinación que nunca soñé ni en mis peores fantasías y que, como van las cosas, no sé si tendrá final. Cada minuto que pasa, el asunto se pone más feo, porque las distancias crecen, sólo tengo al frente el hilo de la carretera y cerros inmensos mirándome indiferentes. El frío viento chicotea la cara, silbando en esta altura de más de 4 mil metros. Bien jodido, sí señor.

- Carluschalla caraju, mayraqcha weqeyta paganaykiqa….
- Carluscha carajo, cuánto todavía tendrás que pagar mis lágrimas…


Una voz bastante familiar me sacó de mis abstracciones, miré por todos lados y con cierta dificultad identifiqué al pregonero, sentado en la tolva de una camioneta que iba de Puquio a Nasca. Era, pues, nada más y nada menos que el “gordo” Heredia, el famoso Sihuarcito, el cantante de Los Puquiales.

Resulta que el día anterior, desde la mañana estuve buscando un pasaje para viajar de Lima a Puquio, la única forma de seguir hasta mi tierra Andamarca. En la agencia de transportes sólo encontré un barullo descomunal y el desaliento en los rostros de quienes como yo habían acudido a proveerse del dichoso boleto. Estábamos en vísperas de la Fiesta del Señor de la Ascensión y la gente había viajado por toneladas. Yo ya estaba con los plazos casi vencidos y debía llegar con suma urgencia a mi chamba en el pueblo. En ese estar dando vueltas encontré que un grupo de pasajeros había convencido al dueño de una unidad de servicio interprovincial y ya se ultimaban los detalles. No dudé en pagar mi asiento y con alivio iniciamos el viaje más o menos a las cuatro de la tarde.

El ambiente era de alegría bañado por un aura de entusiasmo. Según la hora de nuestra salida, fácilmente podíamos estar en Puquio a más tardar a las once de la mañana. Buena hora para unirse a la fiesta, hasta se alcanzaba a la Misa central. El chofer y el propietario de la unidad parecían ser los más entusiasmados con el viaje, los cuarenta asientos estaban repletitos y además, conversaban que la reparación general del motor había quedado de maravillas. Hasta me pareció que el ómnibus superaba las velocidades acostumbradas. En ningún momento decrecía el ánimo de satisfacción compartida. Después de la parada obligatoria en Nasca para la comida, nos acomodamos para el sueño mientras el bus salía de la panamericana y empezaba a devorar los kilómetros que nos separaban de Puquio.

Yo no entiendo mucho de este asunto de los motores, pero todos los viajeros conocíamos que los carros esperaban en Nasca a que venciera la tarde para emprender la dura cuesta a la cordillera. Ya en camino, religiosamente, todos los vehículos hacían dos paradas en la cuesta, una en Ispana Pata por Cuesta borracho o Huallhua y la otra en Villatambo. El chofer y el ayudante revisaban las llantas y el estado de calentamiento del motor, auxiliándolo con agüita, mientras los pasajeros aprovechábamos para servirnos un cafecito que amenguara el frío reinante. Pero ahora, nuestro bólido ha pasado todos estos puntos sin cumplir los procedimientos. Definitivamente, el chofer estaba supermotivado, creo que hasta cantaba. Repetía que el motor era un avión, que había quedado sedita y que no debíamos perder tiempo. A este paso, pensé para mis adentros, estaremos en Puquio no más allá de las ocho de la mañana.

Nuevamente traté de arroparme de lo mejor y me había quedado dormido ya ignorando los baches acostumbrados, la vía no había sido asfaltada aún. Ya casi venciendo la última cuestecita antes de dominar la amplia meseta de Galeras, el chofer empezó a detectar problemas. El ayudante bajó en busca de agua que echaron en gran cantidad y sus conversaciones e indicaciones denotaban creciente preocupación. Todavía forzaron un poco más al vehículo y logramos llegar hasta la altura de la estación de vicuñeros. Muy clarito dijeron que hasta aquí había llegado el viaje, que probablemente el motor había fundido no sé qué piezas por el recalentamiento. Todavía demoré largos minutos para asimilar la dimensión de mi tragedia. Eran las cinco de la mañana, hacía un frío de los mil diablos y no quedaba posibilidad alguna de salvación. ¿Vendría algún carro de Nasca a Puquio que pudiera auxiliarnos?. Y si se presentara ¿podrá o querrá llevarnos, si somos más de 40?... Además, los que iban al Cusco o Apurímac pasarían por Galeras ya en la noche ¿y qué haríamos todo el día, de hambre, sin esperanzas?. Algunos todavía tratamos de animar al chofer a seguir intentando un arreglo mecánico, pero cuando vimos que el propietario casi lloraba, ya no insistimos más.

Algunos pasajeros ya habían cogido sus chivas y estaban caminando por toda la inmensa pampa. Todos convinimos en que la única posibilidad de salvación estaba en llegar al Restaurantito de Qollpa, antes de la bajada para Vado.
Miraba y miraba el horizonte, para comprender que no había más remedio, que debía caminar como lo hacía la mayoría de socios de viaje. Cargué mi maletincito, que felizmente era pequeño, pero también debía llevar una damajuana de vino, de esas de cuatro litros. De nada valía que requintara contra mi mala suerte y esa mi facilidad innata para aceptar encarguitos. El caso es que el bus había parado en Ica, en la noche, en la calle acostumbrada. Y mi paisano Venancio, mi compañero de carpeta, me encontró precisamente a mí. Andaba en busca de alguien a quien enchufarle el bulto. ¡Cómo no me oculté aunque sea debajo del asiento!... Me pidió que le llevara este vinito a su papá, por su cumpleaños. Recibí el paquetón y sólo me acordé de él cuando bajé del bus siniestrado. En una mano mi maletín y en la otra la bendita damajuana. Al principio traté de mantener un paso respetable para que no quedarme sólo en la cola.

Unos patas caminaban como venados, en un ratito sólo se veía un puntito negro en la inmensidad de la carretera. Qué tremenda que había sido esta pampa de Galeras, chachallau. Nunca se acaba, creo que ya he caminado como de Puquio a Andamarca, hasta pienso en rendirme, pero miro por todos lados y no encuentro un sitio donde refugiarme. Ningún carro pasa en esta dirección de Nasca a Puquio, sólo nos cruzamos con un camión que iba en sentido opuesto. Por fin, voy terminando la altipampa, y empieza una depresión, también enorme. Cuando la bajada empezaba a pronunciarse más, vi una camioneta que venía en sentido contrario y que paró porque su chofer se puso a conversar con algunos compañeros caminantes. Yo pasaba indiferente, no conocía a nadie, cuando escuché la voz que me repetía su amenaza. Me fijé bien y ubiqué como repito, al buen Adón que se reía de mi desgracia.

Hacía más de un año que ya no nos frecuentábamos, porque me había retirado del grupo Los Puquiales que había dirigido en su primera década de vida. Artísticamente, cada uno caminábamos por nuestra cuenta. Aproveché de la circunstancia para descansar un poco y me puse a conversar con él. Le conté porqué me había metido en este trance. El, por supuesto, no dejaba la sonrisa cachosa y me repetía su predicción
de que yo tendría que pagar sus lágrimas. Le pregunté por qué se iba de la Fiesta si todos los puquianos habían colmado su tierra. Me dijo que no le interesaban las corridas y que estaba aprovechando los días festivos para hacer una visita a Ica y que volvería ya a partir del domingo a su chamba. Creo que todavía seguía trabajando en el Instituto. El chofer arrancó la camioneta y fue el momento de despedirnos. El no dejaba su sonrisa con sorna y remataba todavía:

- Cunanmi wañunki, mayraqcha waqanaykiqa.
- Ahora vas a morir, cuánto todavía tendrás que llorar.


Le respondí que me defendería como hombre y que estaba acostumbrado a estos desafíos, que si era necesario iba a llegar hasta Andamarca caminando y nos despedimos entre sonrisas. Finalmente, me alcanzó unos panecitos que nunca faltaban en su bolso, haciendo constar que estaba haciendo tremendo sacrificio solamente por tratarse de mí.

Recién estaba en la primera tremenda curva y el camino no encontraba fin. Aquí es donde empezó a picar más que nunca el hambre. Que si fuera sólo hambre, de alguna manera podríamos soportar, el problema es que venía con un sensación de debilidad brava, hasta los pies se querían rebelar. Empecé a sentarme para descansar y recuperar de alguna manera el aliento. Claro que a este paso, iba a llegar al bendito punto de auxilio siglos después del último peregrino. Y que conste que había señoras también en el pelotón y hacía rato que me habían dejado lejos. Casi en trance de agonía recordé los pancitos del gordo Heredía y decidí irlos pasando con mucho sentido de la economía, de poquito en poco, haciéndome durar todo lo más que podía. Lo que más me jodía era el cargamento recibido de mi paisano en Ica. Como sea, mi maletín era portable, con la correa de mi pantalón me lo cargué a la espalda, pero el porrón era el martirio, porque aumentaba de peso a cada instante. En algún momento pensé en dejarlo tirado por allí, porque ni para tomarlo tenía ganas. Con seguridad, es de las ricas parras de Viña Puquio, que sólo el buen Chapaco defendía en las sesiones espirituosas, allá en el pueblo:

- Acaso Ica o Chincha no más tienen su vino, también en Puquio hay, mira esta marca dice Viñapuquio. Hay buena cachina, buen vino, buen pisco, de pura uva de los parrales de Puquio.

Otro cerro más, ya he caminado como tres semanas creo, y por fin un atisbo de esperanza en el lejano horizonte. Efectivamente, era el Restaurant al que debía llegar y había un camión parado allí en su frentera. Me limpio mejor los ojos, ¡el carro está mirando a Puquio, ojalá que lo alcance!. Mi bendita suerte se va a coronar cuando el carro se largue faltándome cinco metros para treparme en él. Aceleré lo más que pude e ingresé al Restaurante casi en agonía.
Me informé que, efectivamente, el carro iba a ir a Puquio, pero su chofer estaba huarapeando con otros personajes. Qué podíamos hacer. “En algún momento se irá”, dije y me subí a la barandilla sobre la caseta a esperar. Claro que no fui el único. Recién entonces tuve la tranquilidad suficiente para mascullar los anatemas del “doctor” Siwarcha.

viernes, 17 de enero de 2014

ATIPANACUY ... ¡LOS DE ANTES!

Seguro estoy que nuestro distinguido amigo el doctor Luis Linares Delgado va a complacernos y nos va a relatar, con su estilo tan ameno y dinámico, este episodio que registra en su obra “LLACCTANCHIC VILLA CABANA”.

“… Con la licencia a todos los “Señores eximios danzantes de tijera” que brillaron con luz propia en la fiesta de “San Isidro el Labrador” y “Raymi Yacu” (fiesta del agua) en “Atipanacuy”, “Huacctanacuy” en “Guerras Pampa” y “Ccatun Punchau”, antes que el suscrito viniera a este mundo a contemplar el Planeta Tierra. Para el autor de esta semblanza desde que tuve uso de razón, los GIGANTES en este arte en el siglo pasado; fueron los maestros danzantes de tijera CIRILO INCA FLORES, “Amauta en la danza de las tijeras y andenes vivientes del pueblo de Andamarca” y RUPERTO CANALES RIVERA popular “ccori chaleco” de Puquio. De lo cual quiero enfocar un pasaje de naturaleza trascendental que para el autor, tiene gran significado porque forma parte de la vivencia de mi niñez, que hoy resalto en sentido “axiológico” de estos dos “colosos de estirpe”, artistas que dejaron escuela y fama en el quehacer histórico de la danza de las tijeras. En el año 1954 eran los cargontes de dansacc mayor los “Ayllu de Ccollana y Paya”, donde para esta fiesta tienen que presentar a las figuras descollantes, lo mejor de la vidriera de los danzantes de tijera.

COMENTARIOS

Por entonces fluía comentarios altisonantes en “Villa Cabana” que el puquiano RUPERTO CANALES RIVERA popular “ccori chaleco” (chaleco de oro) era el mejor danzante de tijeras de la Provincia de Lucanas y Parinacochas considerado el terror de los “CCAHUALLACCTINOS”.

Pero el gran CIRILO INCA FLORES de Andamarca que ostentaba su “PALMARÉS” en toda la región del hermoso valle de Sondondo. Estaba en el “PINÁCULA” como danzante de tijera, en toda la comarca del gran WIRACCOCHA “Guamán Poma de Ayala”.
Para esta fiesta el “Ayllu Paya” contrata al gran Ruperto Canales Rivera de Puquio y “el Ayllu Ccollana” contrata al maestro Cirilo Inca Flores de Andamarca, la comunidad de los 4 Ayllus esperan con asombro la fiesta y por ende la llegada de estos dos figuras, hasta que por fin llega el momento y frente a frente los danzantes.

Ruperto Canales cono sus músicos Gerardo Curo Garibay el popular “CALAVERA” en el arpa y Roberto Díaz el popular “CCORIRUNTO” (testículos de oro) en el violín, ambos del pueblo de Huaycahuacho.

Cirilo Inca con sus músicos Aquiles Chava León el popular de los “MANOS LIGEROS” en el arpa y Pedro Alegría Oscco el popular “TANCAYLLO” (terrible mosca parda) en el violín ambos del pueblo de Villa Cabana.

Así tanto en: anticipa, víspera, en guerras pampa y cera apaycuy; demuestran maestría y clase, las “dos escuelas” puquiana y andamarquina. Pero todo esto tuvo su final infeliz en CCATUN PUNCHAU” o sea en la “fiesta central”, en la plaza mayor donde en el contrapunto o “atipanacuy” en los diferentes estilos de la danza el gran “Ruperto Canales Rivera” popular “ccori chaleco” quedó mal parado porque repitió varias veces el mismo baile y no subió a la torre, fue “pifiado”, ante la supremacía del “baile endiablado” del maestro “Cirilo Inca Flores” y el sonar melodiosa de su instrumento de metal (tijera); que despintó a su rival en todos los tipos de danza bailando con destreza, sapiencia en dicho arte y epilogando el contrapunto subiendo a la torre de la Iglesia y dando volantín en la punta de figura “hexágona” y arreglando para el recuerdo el adorno derecho que estaba caído desde el “terremoto de 1940”.

Donde el gran Ruperto Canales popular “ccori chaleco” reconoció tácitamente superior en el baile al gran cacique de Andamarca por eso en su orgullo de hombre y artista estrechó la mano derecha hidalgamente, al gran maestro Cirilo Inca Flore y luego levantándole la diestra haciendo sonar su tijera, pidió trago a su capataz para brindar y así reconociendo la maestría de su rival en el arte que cultivan. Y el pueblo agrupado en la plaza quedó apreciando con asombro la caballerosidad y don de gente de Ruperto Canales, cuando se abrazaron cual dignos deportistas.

Terminado la competencia los “capataces” quedaron cual toros bravos mirándose de reojo, con los puños bien cerrados con ganas de lanzarse a puñete; parafraseando al Virrey La Serna y Mariscal Sucre para la postre diríamos “gloria al vencido y honor al vencedor” por cuanto Ruperto Canales ya descansa en paz y Cirilo Inca descansa en su tierra natal, desafiando al Dios Cronos cual cacique de la civilización “Kanichecc” para el regocijo del pueblo de Andamarca;
manifestaciones de contenido axiológico que pintan de cuerpo entero, a estos dos figuras en la danza de las tijeras que constituyen artistas de renombre, que quedaron en mi memoria como un recuerdo imperecedero gracias por su tolerancia…”

viernes, 3 de enero de 2014

SE NOS FUE EL MAESTRO CIRILO

“Bailan solos o en competencia. Las proezas que realizan y el hervor de su sangre durante las figuras de la danza dependen de quién está asentado en su cabeza y su corazón, mientras él baila o levanta y lanza barretas con los dientes, se atraviesa las carnes con leznas o camina en el aire por una cuerda tendida desde la cima de un árbol a la torre del pueblo. Yo vi al gran padre “Untu”, trajeado de negro y rojo, cubierto de espejos, danzar sobre una soga movediza en el cielo, tocando sus tijeras. … Fue en la madrugada. El padre “Untu” aparecía negro bajo la luz incierta y tierna; su figura se mecía contra la sombra de la gran montaña. La voz de sus tijeras nos rendía…. Su viaje duró acaso un siglo. Llegó a la ventana de la torre cuando el sol encendía la cal y el sillar blanco con que estaban hechos los arcos. … Las palomas y otros pájaros que dormían en el gran eucalipto, recuerdo que cantaron mientras el padre “Untu” se balanceaba en el aire. … El genio de un dansak’ depende de quién vive en él: ¿el “espíritu” de una montaña (Wamani)… O la cascada de un río que se precipita de todo lo alto de una cordillera; o quizás sólo un pájaro, o un insecto volador que conoce el sentido de abismos, árboles, hormigas y el secreto de lo nocturno; … “Rasu-Ñiti” era hijo de un Wamani grande, de una montaña con nieve eterna. Él, a esa hora, le había enviado ya su “espíritu”: un cóndor gris cuya espalda blanca estaba vibrando…” (Ex: José María Arguedas “La Agonía de Rasu Ñiti”)

Cirilo Inca Flores, el gran maestro dansaq ha recibido la orden en Andamarca: la hora de atravesar la frontera final ha llegado. Cuando desde meses antes había insistido a sus familiares para que lo acompañaran hasta su pueblo, sabía que los caminos se acercaban vertiginosamente al punto desde el cual emprendería su rumbo hacia las entrañas mismas de la eternidad. Cumplió su deseo de coronar su misión de dansaq asistiendo al IV CONGRESO NACIONAL DE DANZANTES DE TIJERAS Y MUSICOS DEL PERU, realizado en Andamarca a mediados del mes de noviembre que, precisamente, llevó su nombre, en una decisión que enaltece y habla de la bonhomía de los organizadores.

La única persona que sabe si Cirilo trató de vestirse con sus indumentarias de fiesta para asistir a la cita final es doña Hilda, su fiel esposa. Ella sabe si calzó las tijeras también y las hizo cantar con las melodías de la partida, como lo hiciera su maestro el gran Rasu Ñiti.
Sí estamos seguros que como él, anunció: … ” El corazón está listo. El mundo avisa. Estoy oyendo la cascada de Pusa Wayqo. ¡Estoy listo!... Tardará aún la chiririnka que viene un poco antes de la muerte. Cuando llegue aquí no vamos a oírla aunque zumbe con toda su fuerza, porque voy a estar bailando”….(J.M. Arguedas “La agonía de Rasu Ñiti”).

Efectivamente, estaba listo para la partida final. Se apagaba una vida dedicada al arte de la danza de las tijeras y al ministerio a él confiado por los Wamanis protectores. Seguros estamos que mientras aguardaba a la chiririnka, iba viviendo con intensidad las escenas de su infancia en las punas de Qellqata o de Oslo, danzando con piedrecitas entre los dedos, ante la mirada de los cerros y las nubes trashumantes, en medio de sus ovejas o alpacas. Iba viviendo, con toda seguridad, los ingresos vacilantes a los desafíos de sus primeras “plazas”, ante la ansiosa y expectante mirada de las gentes y la exigente y nada compasiva medición de Daniel su tío, mentor y guía. Iba viviendo, cómo no, los años trenzados con verdadera entrega en la exposición de la danza por todos los pueblos, y revivía complacido sus tardes triunfales en escenarios que reconocieron y aplaudieron su arte singular.

Habrá tenido también el espacio para recordar cómo en los momentos de mayor despliegue y difusión de su alta calidad, logró trasponer los círculos regionales y llegó a la ciudad de Lima con tal nombradía que fue invitado a exponer su arte milenario ante el mismo Juan Velasco, el mandatario de turno y sus esferas gubernamentales. En la actualidad, los dansaq modernos, también están conociendo estas oportunidades. No sale una misión comercial o cultural al extranjero sin el acompañamiento artístico de la danza de las tijeras. Nuestro riquísimo patrimonio artístico ancestral ha sido reconocido, también a nivel del mundo con una distinción especial de la UNESCO.

Ha servido, entonces, el despliegue fino de dansaq precursores como Cirilo y sus contemporáneos. La diferencia es que, ahora, los dansaq tienen un entorno mejor calificado y, sin duda alguna, cuentan con más conocimientos del mundo occidental que, naturalmente, les favorece en sus relaciones. Cirilo, era analfabeto, y nunca pudo contar con el concurso de algún personaje que entendiera del tema. Simplemente, se desaprovecharon las oportunidades y nuestro Apu Inca nunca salió en misión alguna, pese a las recomendaciones presidenciales que sí se dieron. Ahora que ha pasado a otras dimensiones, su estela artística brillará todavía en algunos círculos. Ojalá que no se apague en poco tiempo y no corra la suerte de tantos anónimos artistas y trabajadores del pueblo: el olvido.

Las primeras estampas de danzantes de tijera que recuerdo, me muestran a un personaje misterioso que inspiraba hasta miedo. siempre de píe, que nunca sonreía ni hablaba, con las manos cruzadas en el vientre y las enormes tijeras engarfiadas en una de ellas, con la cara casi completamente cubierta por un pañuelo verde o grosella, descubriendo sólo un ojo, con una mirada hierática, como congelada, que bailaba sin descanso, noche y día, en las fiestas del agua de agosto, o en los primeros días de mayo, cuando ascendía los cerros encabezando la caravana de fieles a bajar las enormes cruces de sus cumbres. Las escenas de acciones imposibles y demostración de poder, no las veía así huahuita, porque me espantaban y mi abuelita tenía que prepararme una de sus pócimas calmantes. Cómo podría olvidar esas escenas de Cirilo bailando con sus tijeras allá arriba, casi junto al cielo, parándose de cabeza en las cuatro esquinas de la torre y culminando su proeza agitando los pies al aire también parado de cabeza en el centro mismo de la cúpula, mientras sus tijeras brillaban más que nunca, antes de bajar bailando por una interminable soga que halaban las gentes.

Ya en mi mayoría de edad, pude cultivar la amistad de maestros de esta danza, como mi vecino Bernabé Huamaní, de la generación de los Qechele, o el viejo “misti” Mariano Ramos, también su nieto Cesáreo y otros. Casi al mismo tiempo, mientras desempeñaba labor docente en mi pueblo, ingresé también al círculo de amigos de Cirilo, y nuestros diálogos se volvieron harto frecuentes. Sus recuerdos eran inagotables, dada la intensa actividad desarrollada durante muchos años. Era un convencido de la importante misión que les toca a los danzantes de tijera en el grupo humano y de la preparación que, en consecuencia, debiera asumir cada uno de los postulantes, siempre bajo la guía de un maestro consagrado. Le angustiaba la perspectiva a futuro de esta importante manifestación artística cultural. Yo le preguntaba si los maestros jóvenes que llegaban a bailar en las fiestas de agosto, lo buscaban en procura de un consejo o una amistad. Me respondía que casi nunca ocurría eso.

En su juventud, decidió laborar como obrero en la Hacienda San Andrés, casi frente a Mala, por un período bastante dilatado, procurando no desairar las invitaciones constantes que le hacían llegar los cargontes de las fiestas de los pueblos. Reconoció el momento en que debía parar, se despidió de su etapa de migrante y retornó a la tierra natal. Se dedicó a cultivar una pequeña parcela en Chicahua y a cumplir los menesteres de la familia y de su Comunidad.

Casi nunca asistía a las competencias de danzantes de tijeras en las fiestas de agosto porque cuando, en oportunidades se confundía en el tumulto, comprobaba con desazón cómo, ni siquiera, se cumplían los pasos mínimos de un atipanacuy con todas las de la ley. Con ayuda de algunos buenos amigos, logré publicar una obrita con el título “Cirilo, dansaq. Conversaciones con un Maestro”. Rescatamos con su hijo,- y lo ofrecí al público -, igualmente, un video grabado en Andamarca en estos últimos años espontáneamente por una turista francesa con una maquinita casera, sobre una sesión de danza ofrecida por el maestro y que logramos organizar gracias a su generosa aceptación. Este DVD lleva el título “Cirilo Apu Inca. Qapia Poqoy Tusuda. Sesiones de Danza Mayor con el maestro Cirilo Inca Flores”.

Ahora, Cirilo está en otra dimensión. Se le ha cumplido el “contrato” y ha marchado sereno. Quienes conocíamos más de cerca la evolución de su salud, sabíamos que el deterioro de sus capacidades físicas se había acelerado. Los preparativos para traerlo a la ciudad de Lima, con la esperanza de que la medicina moderna pudiera acudirle con mayor certeza, no alcanzaron. Cirilo ha ingresado a la eternidad con los pasos siempre seguros como los que lo guiaban a enfrentar retos en la puna, en el frío, en la lluvia, en las abarrotadas plazas de los pueblos. Que haya paz en su tumba y que su magisterio siga vigente.

Siempre me ha despertado especial curiosidad la similitud de datos, concepciones, ideas que vamos encontrando respecto de este arte singular. Cirilo relataba que cuando niño daba sus inciertos pasos iniciales de danzante, en las punas, ante su rebaño de ovejas, utilizando piedrecitas sonoras como tijeras. Esto debió haberse repetido muchas veces. Es claro que para sus “plazas” en serio, hubo de armarse con tijeras de verdad, fabricadas por herreros especialistas. Es claro, también, que antes de usarlas, colgó las hojas en la catarata de Pusahuayqo, para que las sirenas les infundieran su hálito mágico y les regalaran sonoridad, cadencias y brillo.

Pues bien. Aquí van algunos fragmentos escritos por la distinguida estudiosa doña Alfonsina Barrionuevo, … “ En Parinacochas…, se habla de un pequeño danzante que bailaba en el interior de una paqcha (cascada) con unas “castañuelas” de piedra… “ Más adelante, dice…. “hasta que de pronto el niño misterioso comenzó a bailar haciendo acrobacias con los pies y llevando el compás con unas “castañuelas” de piedra o rumitijeras que hacía sonar “como metales” en su mano derecha”. … Más… “El le esperó largo rato pero luego cargó su q’epe (atado) de leña a la espalda y se dirigió a su casa,… y recordando la extraña melodía, volvió a bailar con más ímpetu, usando las “castañuelas” de piedra tal como había visto…”
Si sabemos que Cirilo era analfabeto, tenemos derecho a preguntarnos ¿de dónde le vino la idea de utilizar las piedrecitas como tijeras o “castañuelas” ?...

“… Desde entonces los bailarines de tijeras de Ayacucho rememoran la hazaña del danzaq que se enfrentó a la muerte, que entró en sus caminos bailando como una llamarada. “Rasu Ñiti”, afirman, no está muerto. Resucita en cada danzaq que agoniza por él y que vuelve a levantarse con más bríos. Danzaq es “wamani” y “wamani” nunca muere”…. Por eso los danzaq son eternos…” .
(Ex: Alfonsina Barrionuevo).